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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los límites del cambio en la URSS

EL 27º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética se ha clausurado con la designación de los nuevos órganos dirigentes del Kremlin. Uno de sus resultados ha sido la consolidación definitiva del poder de Mijail Gorbachov, que ha logrado cortar algunos atisbos de retorno a los viejos métodos de culto al jefe, aunque esto no disminuye en nada la vigencia de una ley no escrita, pero fundamental en el sistema soviético: el poder no compartido del secretario general.En los órganos colectivos de la dirección del partido la renovación ha sido relativamente importante, sobre todo si recordamos que en 1981 Breznev concluyó el 26º congreso anunciando solemnemente que la dirección permanecía sin variaciones. Ahora se ha tratado no sólo de un rejuvenecimiento, sino que entre las personas elegidas para el Politburó y para el secretariado se encuentran varias que poseen una formación técnica -sin carrera de aparato- y, sobre todo, una experiencia directa en la vida económica, fuera de Moscú, operación que puede corresponder a la orientación tecnocrática que muchos comentaristas atribuyen a la reforma anunciada en el congreso.

Un rasgo más sorprendente es la entrada en el secretariado de personas como Yakovlev, y sobre todo Dobrinin, que hicieron gran parte de su carrera fuera de la URSS, en Canada y EE UU. Entre el dimitido Ponomariev, antiguo adjunto de Dimitrov en el Komintern, y el embajador Dobrinin, favorito de la alta sociedad de Washington, y que ahora entra en el secretariado del PCUS, hay un abismo. Sus concepciones encarnan dos maneras muy diferentes de enfocar la relación de la URSS con el mundo occidental. ¿Qué puede significar la colocación de un hombre tan valioso como Dobrinin, no en la diplomacia, ni siquiera en otros cargos de Estado, sino en el órgano responsable de dirigir la vida del partido? Probablemente la necesidad de tener gentes con un conocimiento mucho mayor de la realidad de Occidente en los lugares donde la política soviética se elabora, se prepara, se piensa, y no ya donde se ejecuta.

Dicho esto, no cabe disminuir el enorme peso de continuismo en las ideas, en el estilo, en el ritual, que ha caracterizado el congreso recién concluido. Informes interminables, ovacionados y aprobados por unanimidad, y discursos estereotipados de los delegados "de base". Nada, pues, que pueda parecerse a una participación de ese colectivo de cerca de 5.000 personas en una discusión real y en la definición de las ulteriores tareas de la URSS. Gorbachov ha empleado la frase "reforma radical", hasta entonces excluida del lenguaje oficial. Pero es difícil saber en qué va a consistir. Sobre todo cuando otros dirigentes, como el jefe del Gobierno, Rijkov, parecieron agregar bastante agua al vino de esa reforma. Dar más autonomía financiera a las empresas, hacer depender sus fondos de salarios de sus ganancias, hacer de la calidad y no de la cantidad el criterio del éxito económico, han sido propuestas ya escuchadas en ocasiones anteriores, como en el caso de la reforma de Kosiguin, por ejemplo. Pero esta vez parece apuntarse la idea de legalizarlas nuevas formas de trabajo y de intercambio económico desarrolladas al margen de las leyes y que abarcan a cientos de miles de trabajadores.

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Del congreso se desprenden dos orientaciones contradictorias: por un lado, el tema que estuvo en el centro fue la necesidad de "reforzar y perfeccionar", con más eficacia, competencia y disciplina, la planificación centralizada. Pero se entreabrió una puerta hacia experiencias de más flexibilidad y responsabilidad de las empresas, iricluso a iniciativas de trabajo por contrato o corporativo. En cualquier caso, el congreso ha puesto de relieve que las cosas van mal en lo económico y que urgen los cambios. Mas no parece seguro que éstos vayan a ir hacia una "reforma radical".

En el terreno más directamente político e ideológico, los textos presentados al 27º Congreso rezuman inmovilismo y repetición de discos archisabidos. Las críticas han sido abundantes y han reflejado en muchos casos situaciones graves; es positivo que se haya evitado el procedimiento tradicional de convertir al jefe anterior, Breznev, en el culpable de todo lo malo. No cabe despreciar este cambio de estilo, porque la inexistencia de chivo expiatorio obliga a una reflexión más autocrítica, a profundizar hacia las causas reales. Un rasgo de flexibilidad ha sido dar la palabra en el congreso mismo a Pecchioli -delegado del Partido Comunista Italiano- y permitirle así expresar sus críticas sobre el tema de Afaganistán. Pero exagerar el valor de tales fenómenos sería completamente erróneo, porque no modifican el carácter autoritario, despótico del poder.

Por eso mismo, resulta muy ambicioso, por no decir otra cosa, el proyecto de ir separando las funciones del Estado y las del aparato del partido, dando a éste el mando directo en todos los terrenos. Esa separación no es imaginable en la etapa actual, porque pondría en cuestión las estructuras de poder y de privilegio, en la base misma del sistema soviético. La inexistencia de libertades, de cauces políticos para un mínimo de participación ciudadana, es el principal factor que entorpece los intentos de reformar y vitalizar una economía anquilosada. Gorbachov ha insistido en la necesidad de dar mayor dinamismo, modernidad y capacidad creadora a la vida soviética. Las libertades siguen siendo la gran asignatura pendiente para poder avanzar en esa vía. Y esa asignatura ni estaba en el programa del 27º congreso.

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