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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El maratón real en Alemania Occidental

Durante los cinco días de la visita de los Reyes de España a la República Federal de Alemania (RFA), las autoridades de aquel país parecen haberse erigido en portavoces europeos a la hora de expresar su deseo de que España permanezca ligada a la Alianza Atlántica. Con una insistencia y una rotundidad inusual durante la visita de un jefe de Estado, el presidente federal, Von Weizsäcker, el canciller Kohl y el presidente bávaro, Strauss, además de los representantes de los partidos políticos, con excepción de los verdes, han planteado con insistencia lo que ellos entienden como necesidad para la defensa de Europa. El razonamiento, repetido a lo largo de los cinco días que ha durado la visita oficial de los Reyes, ha ido siempre en la misma dirección, evitando cuidadosamente mencionar a Estados Unidos y su papel en la OTAN y, más exactamente, contraponiendo los intereses europeos y norteamericanos. "España resulta fundamental para incrementar y fortalecer el peso europeo en la OTAN"; en estos términos puede resumirse su postura.Los Reyes, el ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, que les acompañaba, y los informadores que cubrían la visita han podido detectar una preocupación que puede calificarse, sin exageración, de obsesiva. Ha trascendido, por ejemplo, que en alguna de las conversaciones oficiales, sin estar presente don Juan Carlos, un ministro alemán enfantizó sobre el hecho de que las tropas soviéticas "están a menos de seis horas de mi despacho".

Don Juan Carlos, por su parte, ha evitado cualquier acercamiento al tema y sólo en una ocasión mencionó a los "aliados" con un matiz que podía entenderse referido a cuestiones de defensa. Fuentes de la Casa Real, en vista de que el tema OTAN amenazaba con oscurecer otros aspectos de la visita de Estado, hicieron saber que no les preocupaba la actitud alemana, y dieron a entender que consideraban el tema como inevitable, al margen de sus deseos.

El comportamiento de los anfitriones ha sido, en suma, de una total transparencia. Puede hablarse incluso de falta de reparo diplomático al utilizar la presencia del Rey para insistir hasta la fatiga en su deseo de que España permanezca en la Alianza. La sincera admiración qae la figura de don Juan Carlos despierta en la RFA y el papel preponderante que se atribuye públicamente al Rey como propulsor de la democracia ha movido, sin duda, al Gobierno y al presidente federal a utilizarlo, sin excesivas precauciones, para rebotar hasta España el mensaje atlantista.

Como era de esperar, sólo los verdes han puesto el contrapunto en el coro general. Su actitud ha sido igualmente clara ante el Rey, y manifestada por escrito. Posteriorniente, también aprovecharon para subrayar su posición con declaraciones públicas.

Por lo demás, la estancia de los Reyes ha sido claramente un éxito, en su dimensión auténtica de viaje de Estado. Si cabe alguna objeción a una visita que ha aumentado la simpatía por los Monarcas y ha potenciado sin duda la imagen de España, es aquella que habitualmente zabría poner a sus desplazamientos al extranjero: programas extraordinariamente sobrecargados, con jornadas de más de 16 horas, como el martes en Bonn, donde el Rey iniciaba su desayuno con el ministro Genscher a las 8.30 y se retiraba a su residencia, situada a bastantes kilómetros de la capital, pasadas ya las once de la noche. O, como el jueves, con tres vuelos de avión, dos de helicóptero para desplazarse de Bonn a Múnich, pasando por Berlín y por la factoría de Volkswagen. La falta de racionalidad en la organización de estas visitas no añade sino fatiga y precipitación. Muy raramente puede creerse que este inexplicable maratón contribuya a incrementar la productividad y los buenos oficios del viaje.

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