El problema es la paz
En plena campaña del referéndum, cuando las aguas del discurso público bajan turbias, cuando se despierta la voracidad de la antropofagia política, los obispos españoles vienen a hablarnos de la paz nacional e internacional. Este extenso documento corre el peligro de ser absorbido por la vorágine política del momento actual. Pero sus 48 páginas quieren abarcar todo el abigarrado paisaje del desarme, de los bloques, de la subversión terrorista y de sus raíces socioeconómicas. La paz es, como diría Ortega, "el problema de nuestro tiernpo". Es la orilla más propicia para contemplar todo lo humano.Podernos echar en cara a la Conferencia Episcopal Española el retraso de su pronunciamiento. Desde la Pacem in terris (1963), de Juan XXIII, y el Vaticano II (1965) podría la Iglesia española haber sido mucho más tajante contra el armamentismo y nuestros problemas interrios de convivencia. Durante el año 1983 se pronunciaron claramente episcopados como el de Alemania, Estados Unidos, Holanda, Japón, Irlanda y Francia. Especialmente el norteamericano llamó la atención del mundo por su oposición a la política armamentística de Reagan y contra la estrategia de disuasión. Una disuasión que pudiera justificarse éticamente como etapa necesaria para el desarme gradual y total, se pervierte inevitablemente, a juicio de los obispos norteamericanos, en búsqueda de la superioridad nuclear. Existen varias formas de entender la disuasión, casi todas condenables. La Iglesia española se muestra ahora mucho menos atlantista que la mayor parte de sus seguidores, precisamente aquellos que más alardean de inspirar su programa político en el Evangelio. "Dentro o fuera de la OTAN", dicen los obispos, "es preciso promover decididamente todo aquello que nos acerque a la desaparición de los bloques". "En una época de conciencia planetaria como la nuestra no puede haber política ni estrategia verdaderamente éticas y humanas si no se inspiran en un sentimiento universal de solidaridad y de responsabilidad". Se ha disipado definitivamente la duda sobre la eticidad de responder al "expansionismo comunista" con armas absolutamente desproporcionadas que producirían indiscriminadamente la muerte de inocentes. Ni siquiera las armas convencionales, cuyas fronteras con las científicas, a juicio de los obispos, son cada vez menos perceptibles, son ya admisibles. El episcopado español acaba de pronunciarse claramente contra una industria armamentística que algunos tratan de legitimar como elemenio, determinante de nuestro desarrollo industrial y económico. El tráfico de armas, uno de los negocios más sucios de nuestro mercado, es injustificable.
Los obispos hablan de la Europa que va desde el Atlántico a los Urales. La utopía evangélica no les lleva a proponer el desarme unilateral, pero denuncian la degradación social que supone anteponer los intereses económicos a los de una solidaridad planetaria. Con este documento los representantes de la Iglesia española se ponen en línea con los episcopados hasta ahora más pacifistas. Pero no llegan a utilizar los términos duros con que el Pontífice actual condenó los bloques en su último discurso al cuerpo diplomático.
Se pronuncian también sobre el cincuentenario de nuestra guerra civil. Piden a los historiadores que nos ayuden a conocer "la verdad entera" acerca de los precedentes, las causas, los contenidos y las consecuencias de aquel desgraciado e inútil enfrentamiento. Este conocimiento de la realidad es condición indispensable para superar aquel trauma nacional. Precisamente, para que no Oueda ser esgrimido como argumento en favor o en contra de nadie en la actual sociedad española.
Los obispos quieren frenar los procesos de radicalización que conceden valor absoluto a las propias ideas e intereses y conducen poco a poco a la negación de los derechos de los dernás hasta llegar a la justificación irracional de los enfrentamiento s y la mutua destrucción. Proponen el camino del diálogo y la negociación que va más allá de las ideologías y que rompe las barreras artificiales. Condenan el terrorismo como "intrínsecamente perverso" y hacen suya la duda sobre la eticidad de la actual ley antiterrorista.
Antes y después deI referéndum y por encima de todos los "intereses nacionales" está la causa de la paz. Hablan desde la firme convicción de que ésta es posible. En cualquier hipótesis del resultado del referéndum sobre la OTAN, hay que apostar por el proceso democratizador y el funcionamiento real de las imstituciones democráticas. Ese es nuestro desafío hoy y a partir de 13 de marzo.
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