Discurso sobre el discurso

Gulliver es una radio y es también el símbolo de un discurso ajeno que se impone; los liliputienses, unos personajes que bien pueden ser sus súbditos, repetitivos y adoradores, como la encarnación de sus propias palabras. Esta obra de Reixa es verbal e incluso podría decirse que verborreica: los personajes, cargados de atributos de sus posibles funciones -el submarinista, el acomodador, el de los llaveros...- hablan incesantemente y unos cuantos vocablos o temas les obsesionan: próstata, pensionistas y medio pensionistas, chepas y medias chepas... Más allá de atributos y vocabulario repetitivo, se está hablando de un discurso: la enorme radio es la propiedad de la palabra que cae sobre los pequeñajos, y con ellos el autor hace su propio discurso sobre el discurso. Si no se entiende claramente nada de esto es porque no es una obra fácil. Muchas de sus claves se pierden al safir de la autonomía gallega en que está escrita y a la que va dirigida: a sus tópicos, a sus consignas, a sus formas de agarrarse a lo peculiar. El autor es continuamente burlón: su lenguaje es culto, incluso cultista, juguetón, inteligente. Y barroco. Su culto al absurdo está más ligado a la verdadera fuente de este teatro -el viejo Ubu Rey, que debe de estar cumpliendo ahora 90 años- que a sus derivaciones más recientes, aunque el discurso que él revienta por dentro sea el actual y el local. La rebeldía es de una acracia tenue.La obra está bien interpretada y bien dirigida. Los actores, que se atropellan entre sí con el dificilísimo lenguaje, lo hacen dentro de un orden interno y se adivinan los ensayos minuciosos y cuidados con el director Santiago Montenegro. El sonido llega bien y está medido, y los accesorios escénicos -el escenógrafo es Rubén García-, que forman. parte de la dramaturgia, están bien ideados.

El público acogió muy bien el prólogo de la obra. Doble, en realidad: un diálogo humorístico sobre los celtas por una parte, y un coloquio con supuestos espectadores sobre los coloquios en sí y el teatro gallego. Temas directos y divertidos, sin claves ni símbolos, en una línea de sainete moderno.

El público se desconcertó con el desarrollo de la obra, con el descoyuntamientode la realidad que le volvía incomprensible el decurso de la acción y su significado. Pero aplaudió a los actores.