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El redescubrimiento deslumbrante de Juan de Flandes

La exposición de Juan de Flandes, que reunía en la exposición de Europalia 17 piezas excepcionales de este misterioso primitivo flamenco afincado en la España de los Reyes Católicos y que rotó por las ciudades belgas de Brujas y Lovaina de octubre a diciembre del pasado año, fue además objeto de una publicidad añadida, al ser robado y muy poco después recuperado sin daño uno de los cuadros, el hermoso Ecce Homo, de la colección de la Cartuja de Miraflores, en Burgos. El caso duró poco tiempo, porque los ladrones restituyeron el cuadro en seguida, tras el susto padecido por los organizadores de Europalia. Anécdotas al margen, la oportunidad de poder contemplar conjuntamente un tan amplio repertorio de obras de Juan de Flandes era excepcional.En este sentido, coincido por completo con lo que afirmaba en el catálogo de la muestra su comisario, Ignace Vandevivere, que atribuía la comparativamente escasa valoración artística de Juan de Flandes a las dificultades habidas hasta el momento para conocer directa y simultáneamente su obra, muy dispersa por diversos lugares de Castilla y León y, por tanto, casi inaccesible a los especialistas internacionales.

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El cuadro robado y recuperado en Europalia

Deseo satisfecho

Por eso, la muestra exhibida en Bélgica creo que ayudará a situar a Juan de Flandes en el futuro en el lugar artístico que merece su calidad: junto a Van der Goes, Justo de Gante y Meniling, tal y como apuntaba también Vandevivere. Por lo que se lleva dicho, es fácil comprender el deseo general de que la muestra pudiese ser contemplada también en España, deseo que ha sido satisfecho.Pero hay algo que ha desbordado las expectativas: no sólo la muestra de Juan de Flandes en el Museo del Prado ha sido notablemente enriquecida, lográndose reunir 30 obras, entre las que se encuentran las tablas de la colección del Prado y el políptico de la reina católica del Patrimonio Nacional, sino que también se ha aprovechado la ocasión para exhibir el Autorretrato de Velázquez, propiedad de la Academia de San Carlos de Valencia, que había sido prestado para la exposición Esplendores de España en las ciudades belgas, una de las centrales de Europalia, pero que ahora volverá a -su lugar de procedencia, una vez limpiado en los talleres del Prado, en un estado incomparablemente mejor, pleno de una belleza antes sólo a medias visible.

En este clima de parabienes ante la exposición abierta la pasada semana en el Museo del Prado, no podemos olvidar el mejor, Juan de Flandes, extraordinario pintor flamenco, cuyo primer documento conocido -el contrato de su nombramiento como pintor de Isabel la Católica- nos los sitúa en España el año 1496. En la ciudad de Palencia habría de morir Juan de Flandes 23 años después, en 1519, no sin haber dejado una producción importantísima repartida por diversos enclaves de nuestro país, principalmente en Salamanca, Burgos y Palencia.

Dotados de todas las cualidades de los grandes maestros primitivos flamencos, seguramente formado en el medio artístico de Gante, Juan de Flandes incorporó, además, las inquietudes revolucionarias propias del siglo XVI, como son una concepción de la atmósfera y de la luz llena de audacia, que ni en un solo momento quiebran, sin embargo, la delicadeza más sutil.

Desde el punto de vista iconográfico, incluyendo en él también el esquema representativo, los cuadros de Juan de Flandes son un prodigio del sagaz refinamiento y de los pulidos alambicamientos mentales que hicieron famoso a Erasmo. Mas cuando ese maravilloso talento de orfebre conceptual se traslada a la calidad pictórica material, no se sale tampoco del asombro.

Soberbias tablas

En este sentido, al margen de las soberbias tablas del Museo del Prado, que nos resultan más familiares, La resurrección, Cristo con la cruz a cuestas y El Santo Sepulcro, de la catedral de Palencia; el fabuloso conjunto de tablillas que forman el llamado Políptico de Isabel la Católica, del Palacio Real de Madrid; el Retablo de San Miguel, del Museo Diocesano de Salamanca; o el conjunto formado por la tabla de la Adoración de los Magos, flanqueada por las puertas esculpidas por Felipe Vigarny, procedentes de la iglesia parroquial de Cervera de Pisuerga en Palencia, son todas manifestaciones de una sensibilidad pictórica realmente emocionante, que no desmerece junto a la de los más celebrados artistas flamencos.Se trata, pues, a través de esta exposición, de un encuentro inolvidable con Juan de Flandes, que, contemplado así, reunidas algunas de sus más excepcionales piezas en una muestra monográfica presentada por el Museo del Prado, nos ha deslumbrado mucho más de lo que esperábamos, que no era poco.

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