OTAN 'no', ¿voto de castigo?
Un grupo de intelectuales ha decidido hacer pública su posición favorable al sí en el referéndum sobre la OTAN. El hecho es positivo para la democracia. Hasta el momento, todo parecía reducido a un extraño diálogo de sordos, con emisores dotados de desigual volumen, entre aquellos sectores de la sociedad partidarios de la salida y un Gobierno dispuesto a evitar a todo trance la confrontación dialéctica en igualdad de condiciones. El control de TVE marcaba espectacularmente la diferencia. Ahora por lo menos la polémica puede encuadrarse en el marco más igualitario de la galaxia correspondiente a la letra impresa.Ello permite poner en tela de juicio sin reservas algunos de los argumentos utilizados por los defensores de la postura gubernamental. En primer término, sorprende que el eje de la cuestión sea desviado, pasando del tema de la consulta nada menos que a la puesta en cuestión del Gobierno socialista. El tema OTAN tiene en sí mismo la suficiente entidad como para agotar la posible discusión, y justamente el hecho de que el Gobierno esté basando toda su estrategia en soslayar los datos decisivos parecía obligar a quienes defendieran la opción del sí, bien a exhibir dichos datos, bien a situar el debate en un terreno que favoreciera tal publicidad. No ocurre esto, y el documento se orienta a secundar el discurso del poder, sugiriendo que los oponentes defienden cosas contradictorias y que, en definitiva, su finalidad es causar daño a un Gobierno progresista. El invento del voto de castigo viene a sancionar esa jugada por la cual se convierte el referéndum en lo que no es. Entre otras cosas, porque el Gobierno venía asegurando hasta el momento de hacerse pública la carta que por el referéndum no iba a disolver las Cortes, dado que, según su fe en la madurez del pueblo español, excluía la posibilidad -la hipótesis- de perderlo. (Nota: también aquí apuntan cambios de última hora en la reciente intervención radiofónica en la SER, fiel a la táctica habitual de orientar la opinión por el procedimiento de las rectificaciones no confesadas o, dicho en otros términos, de seguir mareando la perdiz).
Ante todo, no parece consistente la estimación de que el voto negativo, propio inicialmente de gentes de izquierda y pacifistas, se haya convertido en patrimonio de la reacción. Es cierto que van a votar no conjuntamente grupos del más diverso pelaje político, y otro tanto ocurrirá con el sí y las abstenciones. Esta situación se repite de modo invariable en todo referéndum, cuando lo que están en juego son políticas sectoriales. Recordemos la consulta francesa de 1969: unos votaron en contra por rechazar la regionalización o la reforma del Senado, otros por decir no a De Gaulle, y no faltaron quienes cuestionaron el procedimiento. En el caso que nos ocupa, la forma en que el Gobierno ha planteado la pregunta, con toda la parafernalia. que la rodea, contribuye a esas conjunciones contra natura, tanto en el campo del sí como del no. Resulta evidente que la principal responsabilidad toca al Gobierno, por no haber elaborado la pregunta con la nitidez requerida por el tema, configurándola de acuerdo con la única perspectiva de maximizar los votos positivos. Pero ningún celoso demócrata tiene razones para preocuparse: no existe posibilidad alguna de que, en la extrema derecha o en la extrema izquierda, surja una opción política asentada en la capitalización de los resultados del referéndum. El CIS, si lo desea, está en condiciones de probarlo para tranquilizar todas las conciencias y permitir que los votantes se atengan sin otras preocupaciones al tema OTAN.
Otro argumento que entra en juego es la preferencia por la adscripción a un sistema de defensa múltiple, como es la OTAN, preferible a la perpetuidad del sistema bilateral de bases norteamericanas en España. Nueva falacia. El Gobierno no plantea la sustitución del sistema de bases por la OTAN, sino la yuxtaposición de ambos, con la coartada de que "la presencia" (sic) norteamericana tal vez va a reducirse. Ello sin garantía alguna de reducción en el número de bases ni de supresión de la cláusula de convenio bilateral que tolera una eventual nuclearización, contrapartida que haría quizá digerible para muchos el nuevo compromiso. Tal como están las cosas, OTAN y bases son dos vinculaciones en condición de subalternidad, y por eso, según explicara no hace mucho el viejo profesor, el patriotismo aconseja desconfiar del compromiso con la Alianza. Que nada garantiza de nuestros intereses nacionales y que nos vincula a una política de bloques con una rigidez mucho mayor que la de unos convenios periódicamente renovables.
Creo que sería más claro para todos plantear las cosas en el plano de la bipolaridad, y de las exigencias que la hegemonía norteamericana plantea para el mundo libre. En el fondo, es por esto por lo que se está optando al defender el sí, y no por el equilibrio internacional o por la construcción de Europa. Pero, obviamente, la capacidad de captación a partir de ese enfoque sería muy limitada. Es muy posible que los españoles prefirieran entonces renunciar, paso a paso, a los peligros de la guerra nuclear, entregarse a la perspectiva europea y a cuidar de sus propios intereses estratégicos, para los cuales la OTAN resulta inútil, que sepamos. Sin tener que sancionar la presencia británica en Gibraltar, los vuelos libres de Reagan por el Mediterráneo o la dictadura encubierta de Turquía. ¿Por qué no situamos la discusión en este terreno, el de las opciones políticas y estratégicas que conlleva la alianza militar?
La advertencia viene a cuento porque, según reza el manifiesto, el referéndum sobre la OTAN ha suscitado "un estado de confusión e incertidumbre" y ello ha tenido lugar "por circunstancias que escapan al control de todos". Estoy de acuerdo con lo primero, pero no en aceptar esa responsabilidad difusa. Ha sido el Gobierno quien ha planteado el referéndum privando a los españoles del requisito mínimo que una democracia exige para decidir con libertad: contar con la información suficiente sobre los móviles y los datos en que se apoya una determinada propuesta. Desde el ensayo clásico de Guillermo de Humboldt, la libertad política supone libertad de elegir y variedad de opciones que elegir. Felipe González ha preferido envolver el tema central en cortinas de humo y en discusiones desviadas -como la mitología creada en torno al eslogan "OTAN es Europa"-, en vez de poner las cartas sobre la mesa, exponiendo las preferencias ideológicas y las consideraciones estratégicas en que basó su cambio de piel. Es cuestión suya, aunque ahora todos lamentemos esa ceremonia de la confusión nacida del intento de gobernar una sociedad a golpe de encuestas y con las técnicas propias de quien aspira a monopolizar un mercado. En estas condiciones, hablar del voto no a la OTAN como voto de castigo introduce en el debate un supuesto de inestabilidad política, complementario de la alusión del presidente en la sesión de Cortes a las "graves y peligrosas" consecuencias de la salida.
Bajo una u otra fórmula, se trata de propiciar el voto del miedo. Mejor sería afrontar de veras el tema OTAN o, si se quiere ir más allá, tomar en consideración todos los elementos de juicio que sobre la manipulación política, sus posibilidades y sus costes ofrece la presente historia. Desde el tratamiento televisivo al caso Inem. Nuestra democracia es joven, también lo es la nueva clase política, y nada tiene de extraño que un proyecto modernizador haya sufrido la fascinación derivada de las posibilidades de control social que ofrece la política de la imagen. El único inconveniente es que, al final del camino, una democracia manipulada determina no sólo la reducción de la libertad efectiva, sino una inevitable destrucción de los vínculos entre Estado y sociedad civil. De entrar en juego indirectamente algo en el referéndum creo que es esta cuestión y no un voto de castigo al Gobierno, que nadie plantea y que carecería de horizontes.
Así las cosas, el no encarna al mismo tiempo un acto de soberanía, susceptible de encauzar positivamente nuestras relaciones internacionales y, en todo caso, una acción pedagógica dirigida a plantear en nuevos términos las relaciones entre poder político y sociedad. Con un efecto inmediato: alejar la perspectiva de manipulación sistemática que hoy gravita sobre nosotros. No entra en juego quién, sino cómo se gobierna.
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