Las variaciones de Carmelo Bernaola
ENRIQUE FRANCOLa Orquesta Sinfónica de Euskadi, dirigida por su actual titular, Maximiano Valdés, ha puesto en atril la partitura que encargara a Carmelo Bernaola y la ha interpretado en las tres capitales del País Vasco. Si todo estreno de Bernaola, uno de los maestros de su generación, supone expectativa de interés, el de las Variedades concertantes, por su importancia, puede marcar una fecha en la evolución estético-técnica de nuestro músico.
En las Variaciones -terminadas a final de 1985-, Bernaola enlaza con dos antecedentes propios: el de Espacios variados, que tanto alboroto armaran en la Barcelona de 1962, y el de Superposiciones variables, para clarinete y banda magnética, de 1976.
Hay en Bernadola algunas constantes que aparecen -más o menos evolucionadas- a lo largo de su creación. Son a veces conceptos, en ocasiones procedimientos, y en ciertos casos, tendencias: así la idea de la superficie sonora, pulida en Italia junto a Celibidache; la de variabilidad, libre o controlada; el empleo de series, sin atenerse a los principios del serialismo; el color tímbrico como formante de eficacia constructiva y expresiva.
En las Variaciones concertantes (Espacios variados nº 2), el autor parte de una serie de 18 sonidos, cuya sucesión está planificada en un minucioso juego interválico. Este material, que aparecerá siempre -completo o incompleto- respetando las alturas, dará lugar a cinco grandes formantes orquestales, que alternan los tutti con las familias: metal o cuerda. Entre uno y otro, cuatro espacios transforman a su vez cuatro microelementos, sin excluir la improvisación, de modo que, por una parte, estamos ante soluciones de un novísimo concerto grosso; por otra, ante perspectivas sonoras muy amplias; por una tercera, ante un cierto estatismo de cada formante, dentro del cual existe una efectiva movilidad métrica, a veces repetitiva, acentual, colorística, rítmica; en conjunto, ante lo que pudiéramos denominar un "punto de parada", especie de resumen que me parece habitual en Bernaola, antes de emprender nuevas aventuras y para resumir las anteriores.
Partitura difíciI y amplia, la Sinfónica de Euskadi logró una versión inhabitual en los estrenos, de modo que el público que llenó el Astoria de San Sebastián (mi versión de referencia) aplaudió con entusiasmo. Antes había tenido ocasión de ovacionar la excelente versión dada por el violinista francés Jean-Jacques Kantorow (Cannes, 1945) del segundo concierto de Bartok. Página cimera que Valdés y la orquesta sirvieron junto al solista con espléndida claridad. La alternativamente brumosa y luminosa Quinta sinfonía de Sibelius completó un programa de triunfo para el conjunto de Euskadi: su marcha ascendente se evidencia día a día, en la misma medida que su utilidad pública.
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