_
_
_
_
Crítica:CINE /'LOS TRES AMANTES DE AURORA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Todo queda en familia.

Cuatro Ponti visibles -Sophia Loren o señora Ponti, Alex Ponti, Maurizio Ponti y Edoardo Ponti- y, con bastante probabilidad, el bolsillo de otro más, Carlo Ponti, jefe del clan familiar, ocupan los puntos estratégicos de la ficha de esta mediocre película, que es de ésas que provocan, sin quererlo, un insolente "¿para qué demonios se ha hecho?". El filme, construido sobre un lamentable guión, evidentemente hecho por encargo, cuenta, o quiere contar sin conseguirlo, la historia de un tierno dúo amoroso materno-filial que parasita sobre la existencia de ese mismo dúo en la realidad: el de Sophia Loren y su hijo Edoardo Ponti, visitantes asi duos de la Prensa del corazón desde el nacimiento del niño. La oportunista apoyatura del filme sobre este hecho late en todas las imágenes y hace que el relato gravite descaradamente sobre un hecho externo a él.

Los tres ámantes de Aurora

Dirección: Maurizio Ponti. Guión: M. Ponti, Franco Ferrini, Gianni Menon, John McGreevey. Fotografía: Roberto Gerardi. Música: Georges Derelrue. Producción de Alex Ponti y Shaftesbury Inc. Italiana, 1985. Intérpretes: Sophia Loren, Edoardo, Ponti, Daniel J. Travanti, Phihppe Noiret, Ricky Tognazzi, Marisa Merlini, Franco Fabrizi. Estreno en Madrid: cines Carlos III, Roxy, Princesa y Velázquez.

Sophia Loren no está elevada aquí a la altura de su leyenda, que queda por los suelos, hecha unos zorros. La endeblez del melo materno-filial urdidó por los guionistas, la elementalidad del rutinario, carente de la menor fuerza emotiva, trabajo de dirección y, finalmente, la falta de convicción con que la gran actriz realiza su trabajo deciden la mediocridad del resultado.

Esta mediocridad se agrava a causa de la invasión en la pantalla de pequeños síntomas de torpezas mayores en la dirección. Un ejemplo entre decenas: el niño ciego que es capaz de orientarse con un solo y seguro gesto de vidente en el firmamento y decir dónde están en él las osas mayor y menor, es en cambio incapaz de hacer algo tan cotidiano para un invidente como determinar dónde está un reloj despertador caído en el suelo y cuyo tic-tac retumba en las oquedades de la pésima banda sonora del filme.

Otro rasgo inverosímil: el filme transcurre sobre el tiempo actual, con algunos retrocesos temporales hacia otro tiempo desencadenante, doce años atrás. Suponemos que existe ese salto del recuerdo porque guionistas y director nos lo dicen así, pero sus intenciones están siempre desmentidas por la imagen, pues no hay en ella sensación alguna de rejuvenecimiento de la actriz y sus interlocutores en sus apariciones retrospectivas: cambian de traje y, por lo visto, eso les basta a los componedores de la seudohistoria. Pero no a sus espectadores.

La película -que transcurre sin vibración, con esa mortal parsimonia inexpresiva que uniformiza los, puntos altos y los puntos bajos de la trama y vuelve chatas sus aristas, sus esquinas, sus puntos de inflexión- se frustra por completo precisamente desde esas sus pequeñeces, que en cine son la raíz y la materia básica que, acumulada, alcanza -cuando hay talento para ordenaría, y éste no es el caso- los volúmenes mayores.

No hay esfuerzo de construcción de la zona intermedia, esa donde anida y reside la credibilidad espontánea de la fluencia cinematográfica. No hay, por tanto, filme.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_