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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La noche de 'Antaviana'

Antaviana va a cumplir siete años de su estreno en Madrid. No he visto la reedición de ahora por una cierta y no muy bien explicada resistencia a dejar que se empañe el recuerdo de lo que fue una buena noche de teatro: no por desconfianza hacia la nueva actuación, sino por mí mismo, de la acumulación del millar largo de espectáculos vistos desde entonces.La noche de Antaviana, en abril de 1979, trajo a Madrid por una vía que no es la suya -que es la de la literatura escrita- el conocimiento de un escritor delicado, humorista, tierno, humano: Pere Calders. Tiene algo de la fantasía de los cuentos de Marcel Aymée -escritor y autor de teatro prematuramente borrado-, pero con mayor elegancia: el juego de doble fondo de los cuentos de Calders no es un fin -el de sorprender, el de asombrar-, sino un medio -el de aumentar las dimensiones visibles e invisibles del misterio humano- Desgraciadamente, no creció mucho la lectura del gran escritor: sigue siendo, aquí y en este idioma, minoritario. Las espaldas que muchas veces se dan Madrid y Barcelona irritan, y éste es uno de esos casos.

Trajo también un conocimiento del teatro catalán, del cual apenas había llegado todavía el ejemplo insigne del Lliure. En este caso la espalda de Madrid hacia Barcelona no ha existido: ha seguido viniendo teatro creado en Barcelona y ha seguido creando unanimidad en tomo a su línea general de su arte.

Y aportó también una dimensión a la idea general del teatro. Apoyando la imperfección del recuerdo en lo directamente escrito entonces se tiene más seguridad de lo que abrió. Quedó escrito aquí, entonces: "Lo que demuestra Antaviana es mucho y fundamentaL Primero, la primacía del texto y el relato de una historia. Segundo, que una dirección puede ser brillante y eficaz, bella y personal, sin violentar el texto, de ejercer la megalomanía. Tercero, que una escenografía necesita más estética que dinero y que no es necesario un aterrador presupuesto para conseguir algo. Cuarto, que los actores siguen siendo, con el texto, el elemento fundamental de la representación, y que su libertad y su estudio son imprescindibles".

¿Qué queda hoy, siete años después, de aquellas demostraciones? No demasiado. Se ha convenido en que el texto vuelve a ser el teatro, y ésta es una tendencia universal, pero no se ha llegado a la conveniencia de no violentarlo. Muchas veces se trasluce y domina el espectáculo, a pesar de las distorsiones de otras inteligencias que se aplican sobre él en sentidos contradictorios, y el actor está sufriendo las mismas presiones. El dinero sigue siendo una sobrecarga y una forma impura de concurrencia: el teatro de nuevos ricos es exhibicionista. Una consecuencia ha sido la multiplicidad de subvenciones y su conversión cada vez más en imprescindible, con todos los riesgos de desviación que ello implica. Algunas vías que se abrieron entonces están condicionando el teatro a un movimiento de enroscarse sobre sí mismo, y no deja de ser un síntoma que el grupo Dagoll-Dagom vuelva a su Antaviana, la haga pasar de lo sorprendente y nuevo a la otra delicia de la vuelta atrás. El tiempo es largo e intrincado, y los siete años transcurridos desde la noche de Antaviana y de algunos otros descubrimientos escénicos quizá sean muy pocos para que la gravedad de la razón actúe.

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