Gaddafi, o el sueño de la unidad árabe
El líder de la revolución libia, Muammar el Gaddafi, odiado o temido por sus correligionarios hasta hace unos días, ha conseguido, tras ser sancionado por Estados Unidos por supuesta ayuda al terrorismo, forzar la unanimidad del mundo árabe, que le expresa ahora su solidaridad. Qué más podía soñar este chantre de una unidad árabe que abarca incluso a países como Chad o Burkina Faso y que ha logrado también satisfacer, con motivo de esta nueva crisis, sus aspiraciones de protagonismo en el escenario internacional, gracias a la hostilidad que le profesan Washington, Tel Aviv y, en menor medida, algunas capitales europeas.Tres años después de su acceso al poder, Gaddafi abandonó en julio de 1972 la dirección de la política cotidiana en manos del comandante Jallud para consagrarse a su titánica tarea de unificación del mundo árabe, que empezó un mes más tarde con el anuncio de una primera fallida fusión con Egipto y cuyo último capítulo se desarrolló en diciembre pasado con una fracasada unión con Burkina Faso.
Entre ambas iniciativas, este jefe de Estado, con un inmenso y rico territorio casi vacío -la población de Libia no llega a tres millones de habitantes-, hizo varios intentos de aumentar el número de sus súbditos proclamando sucesivas uniones con Túnez, Siria, Sudán, Chad, Marruecos... todas ellas teorizadas en su famoso Libro Verde que, además de sentar las bases del federalismo árabe, propone una tercera teoría universal, superación del capitalismo y del socialismo mediante los comités populares.
A cada una de las acusaciones formuladas contre este beduino beréber, nacido hace casi 45 años cerca de Sirta, por Gobiernos del viejo o del nuevo continente, los países de la Liga Árabe han reaccionado con muestras de apoyo, dadas a conocer no sólo por sus tradicionales aliados radicales, como Siria, sino también por países tan moderados y prooccidentales como Kuwait y hasta por sus acérrimos enemigos, como el líder palestino Yasir Arafat.
Ni que decir tiene que los presidentes de Siria e Irán, Hafez el Asad y Ali Jamenel, cuyos ministros de Asuntos Exteriores se reúnen regularmente con su homólogo libio para tratar de coordinar sus políticas, manifestaron su respaldo, sobre todo después del anuncio del castigo norteamericano, prometiendo por teléfono a Gaddafi que sus potenciales bélicos estaban a su disposicion en caso de "agresión armada imperialista".
Pero lo que no deja de ser sorprendente es que jefes de Estado tan moderados como los emires de Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) se erijan contra las amenazas esgrimidas por la Administración del presidente Reagan y que el diario-portavoz Al Aram de un Gobierno como el de El Cairo, que hace tan sólo un mes estuvo a punto de llevar a cabo represalias militares contra Trípoli por el secuestro de un avión de Egyptair, afirme ahora que "Egipto no aprobará nunca una operación antilibia".
Sentimiento de injusticia
Incluso Arafat, tan perjudicado por un Gaddafi cuyos cañones enviados a Líbano le dispararon cuando estaba sitiado en la ciudad libanesa de Trípoli, se ha visto en la obligación de unir su voz a la de los demás árabes y a pesar de haber acusado, entre otros, a Gaddafi de instigar los atentados de Roma y Viena.Al margen de su deseo desenfrenado de aparentar unidad, que le incita a agarrarse a cualquier pretexto para dar una falsa impresión de unanimidad, el comportamiento árabe se explica, como lo ponen de relieve algunos diarios relativamente independientes del golfo Pérsico, no tanto por las súbitas simpatías que suscita el turbulento coronel que rige el destino de Libia, sino por el sentimiento de injusticia que inspira la actitud norteamericana.
"¿No fue el bombardeo de Túnez", donde la aviación israelí arrasó en octubre el cuartel general de la OLP, "un acto de barbarie?", se preguntaba, como tantos otros periódicos árabes, el rotativo Al Jaleej, de Sharjah, en los Emiratos Árabes Unidos, tras recordar que Reagán empezó por aprobar la iniciativa militar de Tel Aviv antes de matizar su opinión, pero sin llegar nunca a condenarla.
"Si EE UU es de verdad serio en sus esfuerzos por erradicar el terrorismo", comentaba el diario gubernamental saudí Al y Om, "debe empezar por acabar con el terrorismo israelí, porque Israel es su cabeza visible y el causante de la tensión en esta región del mundo, cuyos efectos se han propagado a otros países alejados de Oriente Próximo".
La solidaridad oficial árabe e islámica no irá probablemente, incluso en caso da represalias militares, contra el régimen de Gaddafi, más allá de las protocolarias proclamas verbales, para llegar a concretarse en una ayuda militar y financiera, sobre todo cuando las monarquías petroleras padecen las consecuencias de la baja del precio del petróleo, y parece totalmente descartado que sean cancelados contratos con empresas de Estados Unidos o se reduzcan las importaciones de productos made in USA.
Es incluso posible que más de un dirigente árabe se alegre en secreto de la eventual lección que la VI Flota de Estados Unidos, que navega en el Mediterráneo, administraría a la Yamahiria, que hospeda en su territorio desde algunos grupos de oposición iraquí hasta el Frente Democrático para la Salvación de Somalia, pasando por el derrotado Frente Popular para la Liberación de Omán.
Aunque es todavía pronto para evaluarlo, acaso la principal consecuencia de esta crisis norteamericano-libia sea, en definitiva, de índole interna, al facilitar la consolidacion del régimen libio, cuyos comités populares, integrados por jóvenes radicalizados y enfervorizados partidarios de Gaddafi, salieron ya reforzados en detrimento del Ejército del abortado intento de golpe de Estado protagonizado en mayo de 1984 por el Frente Nacional de Salvación de Libia.
La solidez del original sistema político vigente en la Yamahiria no debe ser aún total, porque a finales de noviembre el coronel Hassan Esjal, cuñado de Gaddafi y militar con prestigio, fue ejecutado por su conocida oposición a la presencia militar libia en el vecino Chad, según anunciaron grupos de exiliados libios.
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