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Sam Spiegel, la brillante sombra del productor

El productor cinematográfico Sam Spiegel, de 81 años, hallado muerto el pasado martes en un hotel de la isla caribeña de Saint Martin, fue productor de clásicos del cine, como La reina de África o La ley del silencio. Spiegel, nacido en Austria en 1904, formó parte de esa no muy amplia relación de cineastas capaces de trastocar la fabricación de películas para sensibilizarse por los proyectos que luchan contra corriente. La historia del cine, o, mejor, lo más destacado de la historia del cine, suele tener en la sombra la figura de un promotor como Spiegel, gente que no sobrepasa la popularidad de los platós de rodaje pero que determina hasta la personalidad de cada película concreta.Si hoy ello es claro en varios productores europeos, fue aún más rotundo en los años que rodearon la II Guerra Mundial hasta la eclosión de 1968. Frente a las consignas generales de la política de los grandes estudios, la conciencia de los productores independientes fue intercalando una serie de películas que no surgían de mecanismos de imitación o de simple apoyo a propuestas gubernamentales, sino que ofrecían otras posibilidades más imaginativas al cine de ficción.

En el caso de Sam Spiegel basta el recuerdo de algunos de sus títulos para enclavarle en la onda más inquieta del cine americano de los cuarenta y cincuenta. Desde que arribó a Hollywood procedente de Europa -era de origen polaco y realmente se llamaba Samuel P. Eagle-, Sam Spiegel fue más sensible a la particularidad estética de los cineastas del viejo continente que a la repetición incansable de esquemas narrativos que Hollywood había impuesto como única norma. Si ello no impedía la última libertad de cineastas de talento, las películas se organizaban de tal forma antes de la filmación que sólo la inevitable impronta poética de cada realizador permitía una sutil diferencia de puntos de vista.

Compromiso

Sam Spiegel comenzó ofreciendo trabajo al director francés Julien Duvivier aceptando como largometraje comercial la sucesión de cuatro capítulos independientes; se comprometió con Elia Kazan en la filmación de La ley del silencio tras el rechazo que la Universal había hecho del guión aduciendo que en 1954 no interesaban los problemas laborales; produjo uno de los más inquietantes filmes de Orson Welles, The Stanger; jugó con John Huston en La reina de África, la película de Humphrey Bogart y Katharine Hepbum, proponiendo una historia de aventuras que nacía de una insólita y emotiva historia de amor; se arriesgó al producir El puente sobre el río Kwai, que más tarde se transformó en su mayor éxito comercial, al aceptar el guión de dos marcados en la lista negra del senador McCarthy.Le propuso a Joseph L. Mankiewicz quizá su obra más difícil, De repente el último verano, sobre la obra del dramaturgo Tennessee Williams; contrató como guionista a Lilian Hellinman, quien más tarde rechazaría la película, para escribir una de las más feroces denuncias de la intransigencia y el fanatismo del pueblo americano, La jauría humana, que de forma sensible dirigió Arthur Penn; volvió a contratar a Elia Kazan para desvelar la corrupción del mundo de Hollywood adaptando una de las más lúcidas novelas de Francis Scott Fitzgerald, aunque desafortunadamente el resultado final de El último magnate distó de la ambición de los proyectos; y aunque igualmente fracasara en la producción de Nicolás y Alejandra, no es menos cierto que el cine de alta producción estaba ya descubriendo la rentabilidad de los efectos especiales y abandonaba las narraciones históricas, es decir, un mayor compromiso con los matices del punto de vista. La nueva guerra fría eliminaba otra vez la posibilidad de un cine crítico.

Los moldes europeos de la crítica cinematográfica se han planteado a veces una disyuntiva entre el cine de estudio y el cine de producción independiente. Hollywood, el buen Hollywood, el que ahora forma parte de los ricos de la nostalgia, sería así solamente el compuesto por los filmes más clásicos, con los realizados en los estudios según las líneas maestras de su cabeza más visible.

Obra alargada

El cine independiente podría emular los mismos esquemas, pero su propia condición autónoma le imprime un carácter estético diverso, inclasificable en los adjetivos de cine de estudio. La obra del productor Sam Spiegel, tan alargada en el tiempo que se impuso por sí misma, podía haber sido plenamente abortada.Hubiera bastado que el escaso éxito de sus primeros trabajos le hubieran desanimado o que su paso por el estudio de la Universal le facilitara el encasillamiento de tantos otros. El escaso eco de aquellas primeras propuestas fue igualmente impuesto por la crítica norteamericana, que hubiese necesitado de una inyección imaginativa.

Fue, no obstante, Sam Spiegel un productor de éxitos varias veces galardonado con oscar y que se consideraba a sí mismo un nuevo Sam Goldwyn. Quizá de otra forma no hubiera conseguido la continuidad laboral de que disfrutó. Continuidad que no alteró su coherencia, su inclinación por un cine autoexigente en el marco de producciones espectaculares.

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