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Tribuna:LOS MÉDICOS Y LA LEY DE INCOMPATIBILIDADES
Tribuna
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Todos estamos contra el pluriempleo

Comencemos por afirmar nuestra neutralidad política, es decir, nuestra independencia, al no militar en ningún partido político. Y hecho esto, pasemos a hacer algunas consideraciones sobre la llamada ley de incompatibilidades, para nosotros un poco demagógica y tendenciosa, al manejar conceptos aparentemente lógicos de cara a la fácil sugestionabilidad del ciudadano de a pie.Evidentemente, todos estamos contra el pluriempleo, y en lo referente a los médicos, todos, absolutamente todos, señor ministro, somos contrarios al acaparamiento de puestos de trabajo que pueden proponer una falsa imagen del médico como ejemplar insaciable, codicioso y mercantilizado. No, no nos engañemos ni tratemos de tergiversar la realidad de los hechos. Hay muchas cosas que suenan a verdades incuestionables dichas aisladamente, fuera de contexto, pero no lo son tanto cuando se explican las particularidades, las motivaciones, las pruebas circunstanciales, como se diría en el lenguaje legal.

La realidad escueta es ésta: el médico no tiene ninguna ilusión en coleccionar cargos y andar de acá para allá. Le han obligado las circunstancias por una política permisiva con conciencia culpable de la magra retribución de los puestos de trabajo. Sí, no adoptemos la displicencia o el gesto escéptico. Ello ha sido exactamente así. Muchos médicos hemos hecho una especialidad con esfuerzo y con ilusión para luego ganar en un ambulatorio menos de 70.000 pesetas al mes, y hemos tenido que buscar otro trabajo, compatible en el tiempo y en el espacio, y ello es importante, pues las incompatibilidades horarias se excluyen per se de emolumentos similares para así reunir una cantidad digna, al alcance de cualquier titular de grado medio y por debajo de muchos obreros especializados, contra los cuales no tenemos absolutamente nada.

Desconcierto e incertidumbre

Lo realmente inadmisible es que después de haber logrado una situación económica estable, nada extraordinario, pues El Dorado de la medicina pertenece al mundo de las leyendas ancestrales, vengan ustedes ahora con esas ansias sociales moralizadoras inestabilizando asentamientos logrados a base de esfuerzo, pues nadie nos ha regalado nada, y sembrando el desconcierto, la desilusión y la incertidumbre en unos profesionales sin otro pecado que el de trabajar honradamente y asistir cada día al renovado milagro de sacar adelante una familia en estos tiempos que nos ha tocado vivir.

Mire usted, señor ministro, a usted que le gusta el aire coloquial para el buen entendimiento, hay una cuestión fundamental en la vida, y ello lo saben bien los psicólogos, es la confianza básica, es la estabilidad, es la sensación de seguridad proporcionada por algo conseguido después de muchas vicisitudes, después de muchas decepciones frustrantes, después de haber rebasado el cabo de incomprensiones y dogmatismos de muchos signos y credos.

Y si uno está ya en medio del camino, sumergido en la selva oscura, esta situación de perplejidad de cara al futuro, usted comprenderá la sensación de vacío y la acerba regurgitación que provoca.

Y este sentimiento de angustia, de inestabilidad, de arenas movedizas en las que se troca por arte de decreto todo cuanto uno tenia por sólido y estable sin duda ha de generar encontradas ideas y ha de levantar el tortuoso vuelo de la duda de la cordura de las gentes en un mundo necesitado de recuperar su sentido. Sí, apresurémonos a decirlo de manera escueta y simple para entendimiento de todos. No estamos en contra de la ley de incompatibilidades médicas, condicionando su aplicación al aggiornamento de las retribuciones económicas, pues de otra forma, contra lo que creen los médicos jóvenes, la única, la triste realidad será el desencanto y la penuria de unos profesionales sintiendo con acuidad su existencia por la oscura cogitación impuesta por las circunstancias.

A cada médico un puesto de trabajo dignamente retribuido con arreglo a su categoría, porque, a pesar de todas las ideologías, el mundo y la sociedad están estratificados de manera teleológica. Y cada uno tiene sus funciones y sus responsabilidades, y unas son vitales y otras no lo son tanto.

Ahora bien, si creen en la eticidad social de estas normas dictadas sin haber contemplado los aspectos económicos y haber aclarado el futuro de cada puesto de trabajo para que haya unos criterios lógicos de elección, permítame al menos, en medio del pesimismo que ensombrece nuestro futuro, un subjetivo y personal sentimiento de duda.

Adolfo Maíllo es doctor en Medicina.

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