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Tribuna:LA CEE Y LA SELECCIÓN NATURAL
Tribuna
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La nueva 'mano invisible'

Joaquín Estefanía

Ya se ve en el horizonte más próximo la nueva mano invisible de la economía española. En este caso se trata de una mano colectiva: la Comunidad Económica Europea (CEE). Adam Smith (siglo XVIII), escocés a quien los economistas reconocen su paternidad científica, describió, en su obra magna Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, el orden natural de la sociedad. Smith atribuyó ese orden a una mano invisible.En una economía de libre mercado, la persecución individual del propio interés conduce automáticamente al logro del máximo bienestar social, que se produce precisamente por la coordinación involuntaria que esa mano invisible realiza entre los distintos comportamientos privados.

Buscando la armonía

La mano invisible conduce al equilibrio en los mercados de los factores productivos, asegurando la armonía entre oferentes y demandantes; gracias a la mano invisible, la economía encuentra automáticamente su equilibrio óptimo, produciéndose lo que se demanda y a los precios adecuados para satisfacer la demanda. Este mecanismo, naturalmente, hace inútil toda intervención estatal en la sociedad.

Casi de repente, la teoría de la mano invisible, obsoleta por absurda en una sociedad cada vez más sofisticada, resucita por obra y gracia de un extremismo: el de los nuevos comunitarios. Los males de la economía y de la política españolas, los desequilibrios heredados, la ineficiencia del sistema y de sus agentes -partidos políticos, instituciones, centrales sindicales o empresarios, profesionales- hasta el provincianismo cultural, todo esto y más, tiene arreglo automático: la CEE.

La entrada en el Mercado Común corregirá manu militari; según estos fanáticos, las cuentas pendientes; se producirá así una nueva selección natural de las especies en la que los eficaces sobrevivirán y los débiles irán al infierno de la suspensión de pagos o de la quiebra.

Es el darwinismo comunitario, que da nuevos bríos a un liberalísmo manchesteriano trasnochado y esencialmente injusto.

Resulta intranquilizadora esta política económica automática, tan de una pieza (como los hombres de una sóla pieza, que se decía antes), tan insensible a lo fatigoso y a las dificultades, pues elimina de golpe cuantas perplejidades han elaborado -¡con tanto esfuerzo!- los economistas y los sabios desde los años setenta. Cuando más inseguros estamos casi todos de todo surgen los nuevos mesías, con un lenguaje nuevo y un mensa e trasnochado, simplista y triunfador. Los lobos con piel de oveja. Muertas las esperanzas del pleno empleo, de las políticas presupuestarias redistributivas, de la equidad y el welfare state, ¡viva -de nuevo- el ajuste automático!

¿Para qué hacer entonces reconversiones industriales si la Comunidad Económica Europea nos va a reconvertir de modo irremediable? ¿Qué sentido tiene la polémica entre patronal, Ejecutivo y centrales sindicales sobre contratación laboral, plasmada en el texto del Acuerdo Económico y Social, si irremediablemente hay que armonizar la legislación interna española al acerbo comunitario sin tener en cuenta la historia reciente y de lo que se parte?

Que manden ellos

Tal es la significación de la entrada en el club de los doce, que sobra cualquier profecía, como la hecha por Miguel Boyer cuando era el ministro de Economía y Hacienda: "El ajuste debe proseguir hasta finales de la década". ¿Para qué elaborar políticas económicas internas de rigor o de expansión, cuesten lo que cuesten, si lo determinante será lo supranacional?

¿Quién tiene interés en diseñar o en analizar cuál puede ser la filosofía económica de la próxima legislatura, ganen los socialistas, los conservadores o una mixtura, si no servirá más que de modo instrumental? ¿Para qué sirven los objetivos finalistas de nuestros gobernantes, si las ideologías pertenecen ya sólo al terreno de la historia?.

Y qué decir de los pactos sociales, breve recuerdo histórico de una década ilustrada por seis de ellos, si los agentes sociales están atados de pies y manos a Bruselas. ¿Se podrían repetir hoy unos Acuerdos de la Moncloa como aquellos que estabilizaron nuestra democracia, o su contenido estaría absolutamente mediatizado por Bruselas?

Estos nuevos comunitarios (como los antiguos nuevos economistas o filósofos) incorporan la fe de los conversos y son rotundos en afirmar que la suma de los vectores negativos y positivos de la integración dará como resultado una España más útil. Pero ni la utilidad lo es todo, ni la seguridad de conseguirlo es total. Es lícito dudar de ello, utilizar el análisis coste-beneficio en su sentido más amplio, máxime repasando las crisis de algunos de los países que forman el Mercado Común.

Las intervenciones estatales, pese a estar demodés, existen más que nunca, aunque ahora los lobbys sean multinacionales y su imagen distinta. El proteccionismo no es cosa del pasado ni lo protagonizan exclusiva o principalmente los países intermedios o del Tercer Mundo. Sería ingenuo despreciar las políticas soberanas como residuos del siglo XIX, cuando en el fondo siempre están presentes, defendiendo los intereses de los vencedores. El ejemplo más claro es el de los Estados Unidos y su comportamiento global ante la deuda exterior de las naciones subdesarrolladas. Algún economista ilustre ha dicho que Reagan ha practicado una política más keynesiana que Carter, con un ropaje anarcocapitalista.

Intervenir no es malo

Las intervenciones en Bruselas, tan abundantes en las largas negociaciones para la adhesión de España a la CEE en defensa de los intereses intracomunitarios, no deben anular, ni siquiera paliar, las que se practiquen desde Madrid, como no lo han hecho con las decisiones de la señora Thatcher o del canciller Kohl. La selección natural no es buena por naturaleza para España y sus ciudadanos; todo lo contrario, ya se sabe que entre el fuerte y el débil la libertad explota al último. Sería dramático que una España integrada en su entorno natural agudizase las diferencias en aras a una supuesta modernidad. A la mano invisible se le ve otra vez la oreja.

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