Era uno de los nuestros
A él le tocó escribir "un libro sobre Platón" y hoy, tristemente, me toca a mí escribir, dictar por teléfono, a invitación de EL PAIS, "un artículo sobre Tovar", quien, en un viaje a Bilbao, creo que el último, cuando vino hace cosa de dos años para pronunciar una conferencia sobre Azkue y la lengua vasca, me habló del diccionario del euskera que preparaba y que, supongo, la muerte ha dejado sin concluir.Tovar era, entre otras cosas (quizá porque la profesión de su padre, notario, le hizo residir de niño en zonas de muy diversas identidad lingüística, como Castilla, Valencia y el País Vasco), un Filólogo vocacional, profesional, visceral, que resultaba apasionante porque a su precisión y a su rigor de científico unía el calambre expresivo, la prosa vivificadora del buen escritor.
Yo le veo como un arqueólogo del idioma, excavando entre yacimientos de palabras, siguiendo las huellas de las lenguas prelatinas en España, realizando viajes fascinantes por el túnel del tiempo, en busca de letras, no de fósiles, y encontrándose, de pronto, con la presencia viva del euskera.
La emoción
Debió de ser para él, deduzco, una emoción semejante a la de Laret descubriendo al hombre de Cromagnon, tocando sus huesos, configurando su realidad física. Debió de impresionarse Tovar comprobando cómo en la evolución de la historia morían los idiomas, cómo estaban agonizando incluso el glorioso griego de Eurípides (a quien tradujo) y el sonoro latín de las églogas de Virgilio (cuya edición cuidó) y que, sin embargo, aquel idioma prelatino de edad sin fecha, el euskera, enterrado bajo capas de siglos, seguía actual, palpitante, creciente, en un gran trozo del País Vasco.
El conocimiento de un tema, en profundidad, conduce en ocasiones, ya se sabe, a la desilusión y al escepticismo; pero el conocimiento es también muchas veces el prólogo inevitable del amor. Creo que es justo decir que Tovar fue, precisamente por su conocimiento, un enamorado del euskera, con esa pasión científica y objetiva, casi implacable, que quema como el hielo cuando el hielo quema.
Le dedicó varios libros (La lengua vasca, El vascuence y la fonología, El euskera y sus parientes, Mitología e ideología sobre la lengua vasca, que en 1980 fue galardonado con el Euskadi de Plata que otorgan los libreros guipuzcoanos) y en un tema casi siempre resbaladizo, casi siempre sembrado de controversias y radicalizaciones, puso la serena huella digital de unos cimientos serios, científicos, que son en sí mismos más sugerentes que cualquier desmesura mitificadora.
Celeste islote
Dice Antonio Tovar, por ejemplo, que el euskera "no es una especie de celeste islote que nada tenga que ver con los simples mortales", que nos hallamos ante "una lengua prehistórica que por una serie de circunstancias ha permanecido como reliquia de un mundo desaparecido" y que "cabría estudiar algunas relaciones muy significativas entre el vasco y grupos de lenguas geográficas muy alejadas, pero en los que cabe ver elementos de los idiomas de la vieja Eurasia preindoeuropea" un paso más y el génesis o, cuando menos, la posible relación entre el euskera y la hipótetica Atlántida, sugerencia vagamente apuntada por el propio Azkue.
Lee uno con detenimiento a Antonio Tovar, al filólogo, al riguroso Tovar, y descubre que la ciencia puede ser mucho más sugestiva que la mitificación.
No voy a hablar de su Sócrates, que es el libro en el que Antonio Tovar alcanza, en mi opinión, su más alta dimensión como escritor y como humanista, ni voy a referirme a títulos o facetas de su vida que otros pueden glosar con más autoridad que yo. Pero sí me parece obligado subrayar, en este breve comentario de urgencia, la sencillez y la ética del individuo, del hombre, de la persona Antonio Tovar Llorente. Fue un intelectual honesto, desengañado, como Dionisio Ridruejo, del franquismo, y que en cierto modo se impuso un autoexilio que le llevó durante varios años, desde 1958 hasta prácticamente 1979, fecha de su regreso definitivo a España, a las universidades de Tucumán, Illinois y Tubinga.
Pienso que para él lo intelectual universitario no era un modo de estar, sino un modo de ser; no fundamentalmente un modo de ganarse la vida, sino fundamentalmente un modo de vivir.
Antonio Tovar tenía ética, tenía una prosa excelentemente acuñada, profunda y comunicante, y tenía rigor, es decir, coherencia, eso que tanto nos falta y que tanta falta nos hace. Creo que su disposición de ser incinerado es en él, en cierta manera, un verdadero acto de fe, su último acto de fe.
Inevitablemente, tengo que recordar que en marzo de 1971 cuando publiqué en el periódico Abc un texto con el título "El Euskera y la Real Academia Española", pidiendo que se admitiera el vocablo euskera como sustantivo y con k, fue precisamente él quien respaldó y defendió ante la Academia mi petición.
Ha muerto en Madrid un intelectual vallisoletano y el País Vasco está triste. Es lógico. Antonio Tovar era uno de los nuestros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.