Lección
Conocí a Tovar en septiembre de 1939. En ese afán de continuidad cultural de la llamada falange liberal correspondió a Tovar hacer posible que Pérez Casas, denunciado, tildado de rojo -absurda atribución-, ligado a los Salvador, al mismo Azaña, pudiera seguir dirigiendo la Orquesta Filarmónica, impulsado, justo es decirlo, por el sacerdote Otaño, protector de todos los músicos denunciados. En el trato, inmediatamente cordial, me admiró cómo reservaba tiempo para trabajar, ¡y cómo!, en su vocación / profesión de helenista. Ya es sabido: chocando con los reaccionarios de Educación se marchó a su cátedra de Salamanca, a la cátedra de Unamuno.Lo que era amistad se hizo fraternidad en mis años de Teología en Salamanca, porque ir a verle, a ver al matrimonio y a los críos, era vivir hogar. Había de todo: té a punto, piano dispuesto y altísimo nivel de conversación, consulta sobre mi griego incipiente y, sobre todo, vivir hasta el fondo su Sócrates. El obispo de entonces me tomó ojeriza precisamente por esa amistad. Llamaban a Tovar pagano y hasta oficiante de sus ministerios. Por milagro no me puso impedimento para ordenarme. Pero, ¡típico de la Iglesia de entonces!, estando ya en Roma me invitaron los jesuitas a predicar. Yo les hice ver la anterior animadversión, y con Tovar como causa. Consultaron al obispo y dijo: "¡Cómo voy a poner veto si Sopeña tiene cargo oficial y Tovar es rector". Increíble pero verdadero, como era frecuente en la España de entonces. ¿Sólo de entonces?
En este Madrid que separa, verle es siempre recibir aliento, cariño y, sobre todo, curiosidad por lo que uno hace. Que sea un sabio en las lenguas precolombinas, en el vasco, en el ibero, me apena. Entiéndaseme: su helenismo lo seguimos necesitando. Paciencia y consolarse con sus artículos políticos, que más frecuentes debieran ser: lección a veces áspera, pero con aspereza que es símbolo de juventud, como lo es también su risa abierta, clamorosa.
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