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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'El veneno del teatro', en el María Guerrero

El veneno del teatro apareció en 1979, en un festival de Sitges; la obra de Rodolfo Sirera, escrita en catalán, llamó ya la atención, y vino a parar a Madrid en 1982, traducida al castellano, en los tiempos en que la sala Olimpia era inquieta y aventurera. Siguió su suerte y la adoptó el Centro Dramátíco en un montaje espectacular: convertido el María Guerrero en un espacio distinto -plataforma en el patio de butacas para el montaje del Eduardo II, de Marlowe-, se aprovechó para esta obra por el director Emilio Hernández, y se buscó un reparto de categoría: Jose María Rodero y Manuel Galiana. Había diferencias entre las dos versiones: en la primera, un personaje era el marqués de Sade, con su peluca, su casaca y su, claro, sadismo; no había efectos especiales y todo se confiaba a la dramaturgia y a la interpretación. En la segunda, traducida por Rodríguez Méndez, se hacía ya una obra de dirección: Sade perdía su nombre y su época, y el juego desnudo de esgrima entre los dos personajes se recubría de luces, sonidos y atrezzo. No tuvo más que 13 representaciones, todas con el teatro lleno -o al menos los restos de teatro que se dejan al público- y con entusiasmo.Todo se reproduce ahora: el mismo entusiasmo ante la misma pareja y el mismo juego. Juego de engaños, teatralidad por encima de todo, y unas briznas de pensamiento: hasta dónde llega la realidad dentro de la ficción, y viceversa. Plataforma para dos actores, que hacen también su ejercicio de teatralidad. Al público le gusta que le engañen cuando el engaño es ingenioso y se le enseña el truco: suele llamar a eso teatro y se divierte con él. El Centro Dramático Nacional ha hecho bien en recuperar esta obra que permitió entrever a unos cuantos hace ahora dos años.

Parece que con esta obra Rodero y Galiana van a hacer una extensa gira por España, y que será la última relación del primero con el teatro, del que se retira. Hay que esperar que este deseo de Rodero no se cumpla, aun en contra de lo que puede parecer su conveniencia o su necesidad. No está el teatro español tan sobrado de primeros actores como para permitirse el lujo de perder uno de los que desde hace más de 40 años están dando grandes noches de teatro, y cuyos papeles han podido ser alguna vez discutidos desde una circunstancia interna, pero nunca sin tener en cuenta una calidad, un arte y un oficio, y el recuerdo de muchas verdaderas creaciones.

Él y Galiana reiteran en su interpretación de esta obra en qué consiste el fenómeno teatral, y el público se lo agradece y otorga una vez más sus ovaciones a ellos dos, a Sirera y Emilio Hernández. Teatro menor, pero teatro de muestra, de catálogo de lo que es ese arte que se está disolviendo por otras vías.

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