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Tribuna:EN LA MUERTE DE ROBERT GRAVES
Tribuna
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Noventa años en busca de la diosa

Nuestro ilustre vecino de Deià ha muerto con más de 90 años, lo que, entre otras cosas, prueba la prudencia de su elección de ese lugar mediterráneo para ponerse, como escribía el pasado domingo aquí, Anthony Burgess, "a las órdenes de la musa". Robert Graves habría escrito más probablemente "de la diosa", en cuyo servicio ofreció, por ceñirse al tópico, los mejores años de su vida.Cuando cumplió los 90, el 24 de julio, TVE difundió un programa sagazmente titulado así: Robert Graves, 90 años en busca de la diosa. El título era socorrido, pero indicaba que la más eximia de las funciones de Graves en este bajo mundo había sido una permanente indagación, una prosecución del ideal literario-épico de resonancias griegas que equivalían a un código de conducta tal vez semejante al que, genialmente, nos propuso Josep Carner. "Hay dos altezas en nosotros: una, imaginar una perfección remota, y la otra, ir hacia ella a sabiendas de que no llegaremos jamás".

El título del documental [que el pasado domingo volvió a emitir TVE] había sido, por lo demás, pactado por quien esto suscribe con el periodista José Infante, poeta excelente él mismo, y con Lucía Graves, hija de Robert, de cuya sensibilidad y conocimiento extrajimos entonces para nuestro trabajo informaciones dispersas y de la que aprendimos a seleccionar magistralmente las innumerables perlas que orlan la obra formidable (unos 150 volúmenes si se incluyen las antologías poéticas) de su padre.

Después de lecturas incesantes hechas, según recomendación del autor, en estado de gracia, pudimos confirmar entonces que Graves era un poeta universal y llegamos en seguida a la conclusión de que, en realidad, su obra magna, La diosa blanca (Losada, Buenos Aires, 1970, reeditada después en España por Alianza Editorial en dos asequibles tomos), era el certificado de buena conducta poética que el autor quería darse a sí mismo y una tesis extraordinaria que él convirtió, por lo menos, en una plausible hipótesis y, en lo que me concierne, en una certidumbre: "El lenguaje del mito poético corriente en la antigüedad de la Europa mediterránea y septentrional era un lenguaje mágico vinculado con ceremonias religiosas populares en honor de la diosa Luna o Musa, algunas de las cuales datan de la Edad de Piedra, y éste sigue siendo el lenguaje de la verdadera poesía" (...).

Un trance visible

Que Graves estuvo justificando este aserto durante toda su vida no es apenas discutible. Y tampoco me parece que pueda discutirse que lo probó con una autoridad hecha de conocimiento, erudición e intuición. Si escribo intuición pido excusas al maestro, que habría dicho sin vacilar trance, único estado de ánimo en el que sería posible crear poesía verdadera. En un verdadero trance escribió La diosa blanca, según él mismo contó y pude yo verificar en su día con Lucía Graves, quien nos contó cómo Robert salía de una casa, llena de niños pequeños y latosos, para pensar unos minutos y volver a su cuarto para llenar cuartillas inmortales plenas de adivinación y de ímpetu.

El original se llamó inicialmente El corzo en el soto, y fue escrito bastante rápidamente, lo que aun asombra más, en un trance visible. Es, pues, un libro de poesía tanto como sobre poesía. En este asunto discrepamos de la opinión de Anthony Burgess, quien escribió el pasado domingo en estas mismas páginas de EL PAIS que Robert Graves será recordado, sobre todo, por sus narraciones magistrales sobre emperadores romanos y su King Jesus.

¿No se ha comprendido aún que prácticamente todo lo que escribió Graves son partes de un solo y monumental libro? La prueba es fácil si se leen, y en este orden, Los dos nacimientos de Dionisos (Seix Barral), Rey Jesús (EDHASA) y La diosa blanca. ¿Qué es la diosa blanca sino el gran libro que Graves menciona al final del Jesús como obligado si se quieren entender y justificar las afirmaciones que hace al narrar la admirable vida de Jesús y su marco social, familiar y político?

Por lo demás, obsérvese que su obsesión por la causa de la oscuridad antigua al servicio de una dimensión poética que resultara prácticamente accesible le llevó a prologar el libro de su vida... con un poema, In dedication, que comienza con los versos memorables: "Todos los santos la vilipendian y todos los rectos hombres que se rigen por el canon de Apolo, despreciando a los cuales navegué en su busca a remotas regiones...". Se trata, claro está, de la gran Musa. Puede leerse también en la excelente, aunque corta, selección de textos en castellano agrupados en los Cien poemas (Lumen).

Consolidar su obra

El apacible viejo de Deià nada escribió en los últimos 10 o, tal vez, 15 años. Después de largas vicisitudes privadas y una vida intensa y pletórica, se había instalado en la costa abrupta de Mallorca, lejos de las urbanizaciones, convencido de que podía encontrar allí el tono adecuado para consolidar su obra. Tengo entendido que escogió Deià porque deseaba verse integrado en los ciclos agrícolas por los que aún se regía el pueblo y, además, porque, aunque bautizados y católicos, sus vecinos son anticlericales.

Adivino en esta afirmación la sonrisa menuda de la que Graves era capaz, esa punta de ironía, tan british al fin y al cabo, que le ha permitido ser un distante testigo del siglo además de un creador inimitable.

Tengo a La diosa blanca por el libro más agudo y profundo de este tiempo, y lo comparo con el Ulyses para encontrar en los dos voluminosos esfuerzos algunos paralelismos que tal vez otro día interpretaremos: el camino del profundo viaje por el corazón del hombre y su contexto histórico, separadas ambas indagaciones por unos 2.600 años. Sí, a Graves le conmovió el tiempo de Homero, unos 800 años antes de Cristo, y ha descrito de modo imborrable la ulterior destrucción de la sociedad mitológica por los reformadores sociales y los modernizadores.

Arcaizante, ciertamente, Robert Graves era, en todo caso, un escéptico, y de ninguna manera un reaccionario. Se abstuvo de escribir sobre política, en todo caso, pero sirvió ejemplarmente a su patria en la primera Gran Guerra, y aún quiso hacerlo en la segunda, cuando se presentó voluntario, como capitán de la reserva que era, para enrolarse de nuevo. Fue rechazado y no quiso aceptar el destino burocrático que se le ofreció.

Este gigante que ha muerto en Mallorca, estoy seguro, ha cambiado el destino de bastante gente. Pocas veces se habrá dado una relación tan estrecha, una devoción tan intensa entre los lectores y su autor y mentor, bien que éste, viejo y silencioso, no expresó opiniones sobre eso que se llamaba hace pocos años "los temas de nuestro tiempo".

Libros más vendidos

Su autobiografía, Adiós a todo eso, se reedita regularmente en Inglaterra y sus libros se venden ahora mejor que nunca, tal vez por la secreta necesidad de rechazar la mecanización en curso y por el imperativo deseo de volver la vista atrás, lo más atrás que se pueda, a los mismos orígenes de los mitos poéticos, de la vida entera del hombre sagrado y antiguo, de la diosa.

Han dicho los despachos de las agencias que se ha hecho enterrar con su sombrero cordobés y su pañuelo, transportado hasta la tierra bendita del Mediterráneo occidental a hombros de sus vecinos. Don Roberto ha dicho ahora adiós a todo esto, pero -inútil insistir- vivirá para siempre entre nosotros con sus libros y habrá cumplido con el ideal del servicio a la diosa, en el alegre trance de la vida.

Enrique Vázquez es periodista y director de Relaciones Internacionales de Radiotelevisión Española.

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