Tres legados de Fernand Braudel
Hace apenas una semana que la Secretaría del Diálogo, la Asociación de Amistad Francoespañola, me comunicaba la buena nueva de que Fernand Braudel estaría con nosotros en el coloquio sobre relaciones francoespañolas que ha de celebrarse en la Maison de Sciences de l'homme de París en el próximo mes de enero. Pocas horas después, de repente, nos llega la abrumadora noticia: Fernand Braudel, la personalidad más eminente de la historiografía francesa, ha dejado de existir. "Lleva, quien deja", decía Machado refiriéndose a la muerte del maestro Giner. El legado que Braudel deja a la historiografía es de tal magnitud que por eso mismo queda la impresión momentánea de vacío. Decir algo a la muerte de Braudel es tanto como referirse a ambos aspectos. Escribo estas notas en uno de mis viajes a Madrid, sin ninguna apoyatura bibliográfica, tan sólo con la triste impresión de la pérdida de este investigador, generador de ideas, gran docente y también verdadero organizador de la cultura.Tiempo largo
Fernand Braudel, que había nacido en 1902, empezó a los 21 años sus estudios sobre el mundo mediterráneo. Reflexionando sobre el marco geográfico de la Historia y en contrapartida a lo que consideraba exagerada dimensión de la historia coyuntural, fue descubriendo, para decirlo con sus propias palabras, que "es la Historia casi inmóvil la del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea; una historia lenta en transcurrir y en transformarse". Considera, naturalmente, que "sobre esta historia como inmóvil hay, lentamente situada, una historia social de grupos y sociedades".
Su investigación quedó aparentemente truncada por la Guerra Mundial, tanto más cuanto que fue hecho prisionero y permaneció internado en un campo durante cinco años -1940-1945-, privado de sus fichas y sus notas, pero no privado de su reflexión ni de su memoria. En un prodigioso esfuerzo de sistematización y coherencia, construyó el edificio de lo que sería su famosa tesis, tres años más tarde publicada, en 1949, con el nombre El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.
La obra de Braudel entraba así por la puerta grande en nuestra propia historia hispánica y en la de los grandes espacios en general. Historiador dedicado a la búsqueda sistemática de estructuras y a concebir y aplicar modelos de larga duración, defendió su propia teoría histórica, y a pesar de lo muy específico de la misma no tuvo inconveniente en escribir que "el genio de Marx proviene de que fue el primero en fabricar verdaderos modelos sociales a partir de la larga duración histórica".
Pero en metodología de la Historia hablar de Braudel significa sobre todo hablar de la longue durée, o tiempo largo. Subyacente en toda su obra, está expresado de manera particular en su trabajo la longue durée, publicado en los Annales E. S. C. en 1958, con primera edición en castellano en Cuadernos americanos de México, ese mismo año, y el libro en el titulado La Historia y las Ciencias Sociales, que Alianza edita en 1968 con prefacio de Felipe Ruiz.
Braudel estuvo siempre convencido de que no sólo la historia episódica, sino también la coyuntural, debía ser relativamente contenida para no perder la gran perspectiva de aquello que cambia, pero cuyo cambio no es aparente, porque se realiza a través de siglos; ésa es para él la clave de la Historia. Los fenómenos de larga duración son, a fin de cuentas, los que condicionan la marcha de la Historia.
Ciertamente, algunos han ido demasiado lejos al interpretar esta tesis, llegando a identificar, como ha hecho Le Roy Ladurie, larga duración con inmutabilidad, extremo no compartido con Braudel, como bien hizo observar. Su preocupación fue recordarnos el paso del tiempo, la larga marcha en la Historia más allá del acontecimiento llamativo. Pienso que el problema de tiempo histórico y tiempo cronológico (que para mí es hoy una cuestión clave de la teoría histórica con aportaciones como las de Le Goff y Bouvier entre otras) le deben mucho a los planteamientos de Braudel.
La Escuela de la Sorbona
En 1959 Braudel, que colaboraba de largo tiempo atrás en los Annales, tomó la dirección de la revista para cubrir el hueco que Lucien Febvre dejó al morir. También fue desde la liberación de Francia el alma y motor de la sexta sección de la Escuela de Altos Estudios Prácticos de la Sorbona, cuyas enseñanzas tanto nos han marcado a muchos. Más tarde consiguió transformarla en escuela de altos estudios de Ciencias Sociales que él mismo dirigió. Este aspecto de Braudel es otro legado suyo por el que le debemos gratitud. Estos aspectos no deben confundirnos al hablar de este maestro como de un jefe de una denominada nueva historia, etiqueta ambigua y poco científica, susceptible de encubrir las más diversas escuelas y contenidos. La gloria de Braudel no tiene necesidad de ello; iba siendo hora de precisar científicamente el empleo de estos términos.
Es también de imprescindible mención el tríptico gigantesco que Braudel empezó a publicar en 1967 y terminó en 1979 con la denominación genérica de Civilización material y capitalismo y cuyas tres partes son: primero, estructuras de lo cotidiano; segundo, los juegos del intercambio, y tercero, el tiempo del mundo. Una vez más se trata de la superposición de estratos de larga duración en los que intervienen desde los elementos materiales de la vida cotidiana (alimentación, productos básicos, vestidos, técnica). La economía de mercado, los temas del cambio y del crédito, el gran comercio, todos presentados en una vasta síntesis armónica y fascinante, lo que no implica que puedan oponérsele ciertas objeciones metodológicas. Gran síntesis, producto más de lecturas que de investigaciones, pero de una riqueza incalculable y de imprescindible lectura. Tan imprescindible como es el conocimiento de la obra inmensa del profesor Fernand Braudel, que deja al desaparecer un vacío que tardará mucho tiempo en poder cubrirse.
Babelia
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