Dos mundos lejanos
Un programa como el último dirigido a la Nacional por Jesús López Cobos nos compensa de mucha rutina: la Tercera sinfonía de Witold Lutoslawski frente al Requiem, de Gabriel Fauré. Dos épocas, dos genios diversos, dos pensamientos sonoros, dos obras maestras. Si pensamos en la fecha de nacimiento de Lutoslawski (25 de enero de 1913), no deja de llamarnos la atención que unos meses antes viniera al mundo John Cage, y unos después, Benjamin Britten.Si el norteamericano mantiene el riesgo de la novedad a punta de lanza y el británico murió sin modificar demasiado su estética conservadora, Lutoslawski supo encontrar la calle de en medio, quizá porque no partió para su renovación del pasado tradicional, sino de las nuevas tendencias. Ninguna escapa al talento creador del compositor polaco, desde las últimas resonancias nacionalistas, a través de nuevos modos, hasta lo aleatorio, si bien es verdad que Lutoslawski gusta de controlar la situación para poder declararse íntegramente responsable de su obra.
Orquesta Nacional de España
Director: J. López Cobos. Solistas: P. Pérez Iñigo y Antonio Blancas. Obras de Lutoslawski y Fauré. Teatro Real. Madrid, 29 y 30 de noviembre y 1 de diciembre.
En el panorama de la sinfonía contemporánea, tan fácil de estudiar a estas alturas como dificil de sistematizar, las de Lutoslawski marcan hitos: la Primera (1947), una de las pocas partituras que el autor salva entre las de su primer período (1945-1955) y considera situada "en las fronteras de la atonalidad"; la Segunda sinfonía (1967) supone un esfuerzo de síntesis a través de un gran fresco en forma de díptico en el que la sustancialidad dramática decide incluso la fisonomía de la forma; a la Tercera llegan las experiencias aleatorias, concebidas muy personalmente a partir del Cuarteto (1964), la realización de las ideas lutoslawskianas sobre la "actividad mental" del intérprete y su decisiva presión individual sobre el conjunto.
Obra de culminación, data de 1983, año en que la estrenó Georg Solti con la Sinfónica de Chicago. Hay que señalar que Jesús López Cobos -con su tendencia al buen orden y la claridad- llevó la partitura con inteligencia viva y renovó en Madrid el triunfo logrado hace unos días con los mismos pentagramas en la capital de la Suisse Romande.
Una vez más los trémulos acentos, tan interiorizados y limpios en su sentir y su pensar, del Requiem de Fauré sonaron con calidad, tanto por la labor del director cuanto por la de los solistas -Paloma Pérez Iñigo y Antonio Blancas- y los profesores de la Nacional de España.
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