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Un creador

La muerte de Braudel, aparte de la significación trágica que tiene la pérdida detodo hombre de su talla, da ocasión para reflexionar acerca de lo que representa su obra ingente en el campo no sólo de la historiografía, entendida de modo limitado, sino también en el de la creación. Hay gentes, que abundan entre poetas, novelistas y literatos de otros tipos, que se atribuyen a sí mismas la condición de creadoras por antonomasia, porque reputan que tienen acotada la capacidad de crear. Las mismas gentes se dejan llevar por este lugar común y afirman que la historia no puede producir obras de creación sino pura y simplemente investigaciones eruditas. Esto se dice y repite una y otra vez en cenáculos y tertulias, y se pone en letra de molde con demasiada frecuencia.Como pensamiento es falso, y además de falso, resulta ya grotesco. Los grandes historiadores siempre fueron grandes creadores. Desde Herodoto y Tucídides, pasando por Tácito, a los historiadores del Renacimiento como Maquiavelo, los de la época de las luces, como Voltaire, hasta llegar a los más modernos de la talla de Burckhardt, o más cerca de nuestro mundo, un Renan.

Braudel, que se nos ha ido en este día pálido del otoño del año 1985, queda a mi juicio en semejante línea creadora, porque puede afirmarse, sin miedo a cometer equivocación, que por su capacidad imaginativa y su poder de asociación, tanto como por los intensos conocimientos que poseía, supo dar al quehacer historiográfico un nuevo sesgo que queda expresado, no sólo en sus obras, sino también en las de sus discípulos, y si se quiere, en la escuela que fundó, la cual puede incluir a más autores que los que aprovecharon su magisterio directo.

La idea de coger cierta unidad geográfica, como puede ser el Mediterráneo, y observar lo que en ella realizan los hombres en un período dado con ciertos personajes rectocres, es ya de por sí una idea original que indica en el que la elabora una poderosa imaginación, un poder de reconstrucción parecido, hasta cierto punto, al de los grandes novelistas cuando componen novelas como La guerra y la paz.

Se trata de insertar a los hombres de unas pocas generaciones, desde aquel ámbito homogéneo y conocido como tal en la antigüedad. Pero esta homogeneidad es como el escenario de una tragedia, un escenario, sin embargo, que a diferencia de otros, condiciona el desenvolvimiento de la tragedia misma; que tampoco tiene un desenlace final, sino que huye de modo imprevisible. Observó Braudel miles y miles de hechos antes de componer el inmenso cuadro contenido en su obra maestra. Supo trabar los detalles con los conceptos e ideas cardinales. En su caso se puede sostener que los árboles dejaron ver el bosque, cosa difícil en la práctica, cosa que acaso algunos de sus seguidores no consiguen, pero ésta es también condición de los grandes maestros, porque Platón es más grande que los platónicos; Descartes, mayor qué los cartesianos, y Kant, que los kantianos.

No conocí personalmente a Braudel, aunque estuve a punto de ser presentado en 1973, si no recuerdo mal, en París. Pero de entonces a hoy he podido ver cómo sus ideas no sólo han influido en los historiadores, sino también en los antropólogos, y especialmente en aquellos que se ocupan de los pueblos del Mediterráneo. Esto viene a comprobar una tesis que desde hace mucho tiempo he defendido, y que ahora empieza a popularizarse, aunque no creo que a través de mis escritos: la de la necesidad de dar a la antropología de Europa una sólida base histórica, frente a la influencia tiránica de ciertos ismos sobre los antropólogos de las décadas pasadas, que aún domina en algunos ámbitos académicos.

Braudel ha sido un gran maestro, un gran erudito y un gran creador, por lo mismo que, según tengo entendido por personas que estaban en su círculo, tuvo siempre gran vocación literaria, y hasta cierto deseo de ser novelista. ¿Hubiera dejado una obra de creación mejor si hubiera seguido este impulso? Yo no lo creo personalmente.

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