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Reportaje:

Noches de risa

Los humoristas emplean formas dispares para atraer a los noctámbulos

Andrés Fernández Rubio

A partir de la una de la madrugada diversos locales de Madrid sirven como escenario a humoristas que intentan que, tras la, emoción y el contagio, el público advierta una personalidad artística. Moncho Borrajo improvisará poemas para las señoras; Miguel Gila, contará que una tribu caníbal tiene el siguiente refrán: "De la mar el mero y de la tierra el misionero"; uno de los dos miembros de Martes y Trece imitará nerviosamente a María Ostiz, y el cantante Luis Mariano será resucitado por Ángel-Hito. Son algunos humoristas en busca de la risa espontánea de un público en muchas ocasiones noctámbulo por una sola noche.

Noventa minutos antes de comenzar su espectáculo, Moncho Borrajo aparece con un sombrero calado y una amplia gabardina que le dan un aspecto de detective en un país lluvioso. Entra en la sala, saluda a uno de los camareros diciendo: "Hola, pitufo", y le habla luego en gallego a la señora de los lavabos para ofrecerle unas pastillas muy buenas contra el catarro. Ya en el camerino se expresa de una forma frenética, como es su espectáculo, para destacar de inmediato la ambigüedad general de su trabajo. Borrajo señala que en otra época le hubiese gustado ser un animador en un cabaré de la Alemania de los años veinte o un provocador norteamericano, y se muestra interesado por el nivel cultural de los que acuden a verlo.

Educar al público

"Alguien que actúa sobre un escenario", dice, "puede juzgar a los asistentes porque según reaccionen ante distintos chistes y chascarrillos se ve el nivel. Yo nunca pretendo quedar por encima de ellos, se les puede ir educando, y no me preocupa en ocasiones tener que bajar varios peldaños si sé que los puedo volver a subir cuando yo quiera".Borrajo lleva casi dos años en Cleofás y se le nota el orgullo por llenar incluso los días de diario y porque para asistir a su espectáculo haya que hacer la reserva con muchos días de antelación. "Intento un espectáculo unificado sin caer en el lodo y perder la categoría", dige. "Si empleo muchas veces la frase'puta niadre', por ejemplo, que es un recurso fácil, es para que el público se desinhiba. Busco un equilibrio de alturas y he conseguido que la gente note que en un momento determinado puedo ser muy sutil".

Dos de los ejes de la ambigüedad del espectáculo giran en torno al sexo y a la política. Borrajo se lamenta de que determinados sec tores lo consideren proclive a la derecha sin haberlo visto actuar. "Yo hago críticas cariñosas para todos", afirma, "no odiosas, y cada uno coge lo que le interesa y lo de más no lo quiere oír. Muestro un abanico de humor y la gente no sospecha que riéndose de los de más se está riendo de sí misma". Aunque las propuestas de Borrajo, por ese carácter ambiguo, nun ca son radicales, él piensa que hace más labor en la derecha con sus bromas y chanzas que atacándola directamente. Cree aportar otra forma de humor, ni mejor ni peor, que quizá ha coincidido con un proceso social en el que la gente necesita escuchar cosas que pien sa pero no se atreve a decir. "Creo que soy la boca de su cerebro, y eso es lo que les hace desinhibirse".

El espectáculo de Borrajo dura casi tres horas, en las que el humorista es un vendaval sobre el escenario. Imita, vitupera, canta o improvisa poemas -"no es poesía, es algo menor, juglaresco"-, con una voluntad de provocación. "En un teatro la gente se cohíbe más que en una boite, donde hay personas que se creen en el derecho de gritar cosas hacia el escenario. He oído comentarios curiosos, como decir a un marido: 'Pero qué maricón es, y la respuesta de su mujer: 'Ya quisieras tú ser lo hombre que es él".

Moncho Borrajo juega con el temurismo, quiere que el público pase de la sonrisa a la meditación y pretende no mostrarse en ningún momento categórico. Es un gallego que ha vivido muchos años en Valencia y que no quiere meter cizafla entre algunas instituciones como el clero y los militares, "que tienen conceptos muy individuales". Considera que su humor es un revulsivo para ."un tipo de sociedad que poca gente se atreve a criticar".

Al final, cuando ha terminado y son las 3.30, muchas personas guardan cola a las puertas del camerino para que les firme alguna foto y dibuje una caricatura de sí mismo. Todo está en orden con "el típico niño travieso que dice verdades como puños", tal como sedefine.

En un ángulo distinto al de Borrajo se sitúa Miguel Gila. A punto de cumplir 66 años, lleva ya, 34 so bre los escenarios y ofrece al hablar una imagen sobria y reflexiva.

Ahora presenta en la sala Windsor una actuación que sigue jugando con personajes, un soldado, un pa dre de familia corriente o un paleto razonador, que se asombran o se muestran ingenuos ante la reali dad cotidiana. Evita la grosería y la única referencia política -Ro nald Reagan- no es insultante.

"Yo de lo que trato", dice, "es de no crearme fronteras, porque el hacer un humor político o grosero me limitaría mis fuentes de traba jo, considerando que yo actúo mu cho en América Latina. Mi humor es no agresivo, es crítico de lo cotidiano".

Miguel Gila confiesa que sus personajes.siempre son el mismo y que mientras gusten no va a tra tar de cambiarlos, y señala lo mu cho que le ha gratificado descu brir, a medida que van pasando los años, a una generación joven que se divierte con él. Actualmente procura no aparecer mucho en televisión, y hace años que no graba ningún disco con el fin de que su imagen no se queme.

"De todas formas", asegura, "la respuesta sigue siendo la misma, y si algún día notara que he des cendido un escalón me retiraría. Es más interesante que digan, por qué se ha ido' a que digan por qué no se va".

Gila trata de idealizar a la mujer como algo que está por encima del hombre en cuánto a delicadeza y ternura, y por eso piensa que al parodiar algunas de sus torpezas su actitud no es machista. "La caricatura que pretendo", dice, "es de la época actual, de la agresividad y del mal humor". Del público no le interesa el aplauso, sino la risa, a través de la cual conecta. Intenta huir de lo fácil, "no porque no se me ocurran cosas afirma, "sino por un desafio conmigo mismo y con mi trabajo. El recurso está ahí pero, no me interesa porque entonces haría de mi profesión, que creo artística, la de un obrero del humor, cuando lo que pretendo es ser un artesano".

Este humorista se sirve ahora de mecanismos gestuales consecuencia de estudios de arte dramático que le permiten manejar las pausas, los silencios, "todo eso que es importante y que al principio de mi carrera no sabía hacer". Gila piensa dejar la profesión el día que se canse, para dedicarse a escribir o al cine y el teatro. Mientras espera salir a escena se dedica a anotar en una libreta ideas que se le ocurren y cuyo contenido tiene un moralismo positivo y transparente: "Muchos de los que se sienten desdichados", escribe, "tendrían que sentarse en una silla, mirar a su alrededor y contemplar lo que poseen; sólo así podrían darse cuenta de la cantidad de cosas que no son necesarias para ser feliz". Luego sale a escena y mide las amplias carcajadas del público.

El humor por el humor

La gente acude a ver a Gila y a Moncho Borrajo, los dos humoristas más representativos y alabados por la crítica de cuantos mantienen espectáculos de madrugada actualmente en Madrid. La manera de actuar de ambos difiere mucho de la de Martes y Trece, cuyo trabajo en la boite Caribiana es definido así por Millán, uno de los dos miembros: "Lo nuestro es el humor por el humor, imitamos a personajes de la vida pública y tendemos a la caricatura". María Ostiz, Jesús Hermida, Encarna Sánchez, Enrique Tierno, Miguel Bosé o Julio Iglesias son algunos de los personajes recreados por la pareja. Mientras se cambian de ropa en una pantalla aparecen parodias protagonizadas por ellos de anuncios de televisión. Una especie de Gina Lollobrigida anuncia los ambientes íntimos y personales que crean determinados azulejos, y una niña le dice a su madre, con la cara ensangrentada, lo mucho que rascan las toallas.La entrada a estos locales, cuyo precio oscila entre las 1.500 y las 2.000 pesetas, incluye la posibilidad de bailar antes y después del espectáculo. En Pasapoga una orquesta se anuncia junto al humorista Cassen; en Sambrasil Julio Sabala cuenta con un artista invitado, Tabarín Jr., y en Xenon Ángel-Hito se mueve tímidamente entre amazonas semidesnudas. A sus 37 años, sigue conservando un aire de típico chico de barrio que sabe contar chistes, imitar a los cantantes, tocar la guitarra y el piano. "Hago un humos popular", dice, "muy de calle, muy fácil y variado, con imitaciones y música".

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