Tres años del Gobierno del PSOE
El tercer aniversario del Gobierno González ha tentado a numerosas personas, entre las que me incluyo, a evaluar sus realizaciones y sus fallos. Yo me siento adicionalmente motivado a escribir el presente artículo porque la errata aparecida en el título de mi ensayo de 17 de octubre pasado dio a muchas personas la impresión de que estaba desilusionado con el Gobierno del PSOE en general, siendo así que el contenido del artículo sólo criticaba un aspecto: a saber, su fracaso en la creación de una fuerza policial civilmente controlada.Entre sus realizaciones, yo situaría, en primer lugar, el saneamiento de la economía. El Gobierno ha actuado a la vez moderada y valientemente en relación con los tremendos déficit existentes, con el fraude fiscal, con las innumerables formas de picaresca que se dan en el mundo industrial, en el comercial, en el de la banca. Ha exigido auditorías financieras del INI, de los bancos y de los departamentos administrativos del Gobierno. Expropió Rumasa a riesgo de enajenarse a toda la clase empresarial, pero su acción salvó miles de puestos de trabajo y, con el tiempo, restaurará la salud económica de la mayoría de las empresas componentes del fantástico imperio del señor Ruiz-Mateos. Este saneamiento no tiene nada que ver ni con el socialismo marxista ni con el humanista, pero constituye una precondición necesaria para un enfoque más humano de los grandes problemas sociales, y es, de hecho, la clase de mejora económica lograda por los acertados Gobiernos socialdemócratas de Austria y Escandinavia. Por muy irónico que pueda parecer, la función real de los Gobiernos socialistas democráticos de Occidente hasta ahora ha consistido en rescatar al capitalismo de sus propias y gravísimas corrupciones e insensateces.
El saneamiento puede considerarse como una tarea puramente coyuntural, y otra relacionada con el mismo y de una verdadera importancia a largo plazo ha sido la próxima entrada en el Mercado Común. Esta entrada evidenciará probablemente muchísimas dificultades en los sectores menos competitivos de la economía nacional, pero en las próximas décadas llevará gradualmente a España a la altura de Europa occidental en materias tales como la eficiencia productiva, la calidad de los estándares, la tributación y las políticas laborales. Quizá más importante que los beneficios económicos serán los aspectos. culturales y psicológicos. Cuando, en 1950, yo era un estudiante graduado en Toulouse, las dueñas de mi pensión solían prevenirme sobre "esos salvajes españoles" cada vez que estaba a punto de hacer un viaje a Madrid. Y, como sabemos, el vuelco de camiones españoles en camino hacia Suiza y la introducción en el último minuto de obstáculos en la mesa de negociaciones han sido frecuentes en las relaciones franco-españolas hasta el momento actual. Pero éstos son detalles secundarios en comparación con el triunfo principal: el acabar con siglos de aislamiento cultural; la aceptación de España como un miembro pleno de una Europa democrática, pluralista, capaz, si verdaderamente lo desea, de situarse al nivel de Estados Unidos, la Unión Soviética y Japón como dinámicas unidades políticas y culturales de la raza humana.
El Gobierno del PSOE ha iniciado también mejoras importantes en la educación primaria y secundaria. Todos los esfuerzos pasados para extender el sistema de escuela pública habían fracasado a causa de los irreconciliables conflictos entre los partidos clericales, determinados a mantener un cuasi-monopolio en favor de la Iglesia, y los anticlericales, porfiados en expulsar por completo a la Iglesia del campo de la enseñanza. El Gobierno actual ha evitado cuidadosamente las pretéritas actitudes anticlericales de la izquierda. Continuando con la subvención a las escuelas de la Iglesia, pero estableciendo el principio de que la adecuación debe ser libre, y construyendo nuevas escuelas públicas en zonas donde antes o no existían escuelas o sólo había algunas superpobladas y mal equipadas, el Gobierno ha logrado dos cosas muy importantes: ha llegado lejos en la superación del destructivo conflicto escuela clerical versus escuela anticlerical y ha extendido las oportunidades educativas a nuevos sectores de la población.
El Gobierno del PSOE ha dado también a España una ley de divorcio un tanto engorrosa, y una ley del aborto con severas limitaciones. Las específicas insuficiencias de ambas leyes son evidentes pero, con todos sus defectos, comienzan a dar a las parejas y mujeres españolas un moderado control sobre sus propios destinos, el cual hace tiempo que es normal en el Mercado Común, Escandinavia y el mundo anglosajón. Vale la pena mencionar también en el lado positivo la reorganización en marcha de las fuerzas armadas, con reducción de plantillas y la mejora de las instalaciones y armamento durante tanto tiempo deseada.
Por otra parte, existe ciertamente una larga lista de dudas y negativas. Entre las vacilaciones, yo situaría la reforma del sistema sanitario, la del sistema de pensiones de jubilación, la promesa de una justicia más rápida y menos cara, la división de poderes entre los Gobiernos central y autonómicos y los planes para la reforma universitaria. Por lo que he leído y observado, no me es posible decir si la sanidad pública está mejorando ni si la reforma de las pensiones beneficiará o perjudicará a amplios sectores de la clase trabajadora, ni si la instrucción universitaria llegará a estar un poco menos dominada por los autoritarios jefes de departamentos. Los tribunales están, sin duda, tan atascados como siempre, y solamente se ha hecho mella, la más conocida del público, sobre las corrupciones menores en que el ciudadano de a pie tenía que tomar parte si quería que su caso avanzara hacia la solución.
A mi juicio, existen tres importantes aspectos negativos: la falta de una genuina reforma de la policía, tal como la expuse en mi artículo del 17 de octubre; la falta de una reforma agraria significativa, y la falta de atención a los problemas reales de la infraestructura económica española. El Gobierno parece haber situado todas sus apuestas en la importación de alta tecnología (militar la mayoría de ésta en las presentes circunstancias), en un mejor "clima de inversión" para el capital extranjero y en la preparación de un mayor número de científicos y técnicos tanto en universidades españolas como europeas. Todas estas cosas son positivas por sí mismas, pero dejan de lado los problemas que durante tanto tiempo viene arrastrando la economía española. No importa cuántas plantas de ITT se abran ni cuántos microchips se monten en España bajo patentes extranjeras: todavía subsistirán cientos de miles de campesinos andaluces esperando la oportunidad de labrarse un modesto, pero digno, modo de vida sobre unas pocas hectáreas de tierra habitualmente baldía. No importa cuántas plantas de General Motors o Volkswagen se instalen, y ni siquiera si Disneylandia esparcirá sus bendiciones sobre Levante: todavía será necesario mejorar las carreteras de España, los puertos, los muelles de carga, las vías férreas y los aeropuertos. Y, a la larga, nada haría más por la prosperidad de los españoles que una genuina política hidráulica que llevara a las provincias secas toda el agua que ahora desciende de los Picos de Europa para ir a parar al golfo de Vizcaya.
Como último punto, quiero decir que nada se gana censurando al Gobierno principalmente por la lista de dudas y aspectos negativos. Si los tribunales, los sistemas sanitarios, las universidades, las autonomías regionales, los sistemas de transportes y los teléfonos no funcionan como sería de desear, los problemas estriban, en muy gran medida, en los hábitos de inercia y en las resistencias corporativas al cambio.
Uno de los méritos del Gobierno del PSOE, no ciertamente el menor, ha sido el de arrojar luz del día sobre toda clase de corrupciones e ineficiencias de las que antes simplemente se chismorreaba y sobre las que ahora se está comenzando a actuar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.