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China

Lo que está pasando en China tiene interés para los chinos, que son muchos, y para los no chinos, que son más, pero no muchos más. Es un nuevo momento en el proceso abierto entre comunismo y libertad, y más concretamente entre marxismo-leninismo y libertad.La frase célebre de Lenin que desconcertó a don Fernando de los Ríos -una de las mejores cabezas pensantes en el socialismo español-: "Libertad ¿para qué?", despojada de su corteza cínica tiene sentido y un fondo de verdad.

El hombre es un ser libre, y si no lo es no es hombre, porque no es persona. La libertad es para la verdad y el bien, pero frente al bien y la verdad caben muchas opciones, porque no son la misma cosa para todos los hombres Hay limitaciones que se puede decir que son universales pero no enteramente: la libertad para matar, o para robar, o para falsear, o para violar, etcétera. Pero las opciones lícitas para el hombre libre, en él ejercicio de su libertad, son incontables.

El bien y la verdad para Lenin lo encarnaba el marxismo, y dentro de éste la interpretación suya la leninista. Años más tarde, asi entendió también Stalin la libertad y privó de ella a los que querían alcanzarla por otros caminos. La tentación de encarnar la verdad y el bien es la más peligrosa y terrible, porque es la del endiosamiento.

China no ha conocido nunca materialmente el capitalismo, salvo a través de las potencias extranjeras, mientras estuvo dominada por ellas; y inoralmente el hombre chino se ha nutrido de dos filosofías o religiones: la de Confucio y la de Buda. El confucionismo no es propiamente una religión. Confucio vive en el siglo V ante de Jesucristo. No es un profeta, es un educador en las ideas de eticismo y de comportamiento noble de un régimen profundamente elitista y aristocrático. Es verdad que sus seguidores lo divinizan y en cierto modo deifican sus enseñanzas, pero sin paralelo ninguno de lo que fueran luego las religiones de Próximo Oriente, Grecia y Roma.

En cuanto al budismo, que genera el príncipe indio Buda y que ha tenido mucha más penetración en China que en la India, su país de origen, no hay nada más distante y distinto que el budismo y el marxismo como visiones del mundo y de la vida.

Marx fue un judío de pura raza, sobrino del gran rabino de Treveris, educado de niño en la ley de Moisés; fue cristiano evangélico en su adolescencia, durante algún tiempo, y después, el resto de su vida, un profundo ateo, practicante y proselitista del ateísrno. Marxprofetizó contra el capitalismo -porque en un judío hay siempre una dimensión profética- e hizo del ateísmo su religión, porque en el fondo un profeta es siempre un hombre religioso. Es verdad que su ateísmo le viene de Feuerbach; éste es un Prometeo que odia no ya a los dioses, sino sobre todo al Dios de los cristianos. Para Marx, Dios es una proyección del hombre: "El hombre, en la fantástica realidad del cielo, donde él buscaba un superhombre, no ha encontrado más que el reflejo de sí mismo, y ya no se contentará con encontrar sólo la apariencia de sí mismo, un ser inhumano, donde busca y debe buscar su verdadera realidad". "El ateísmo es el humanismo conciliado consigo mismo por eliminación de la religión. El comunismo es el humanismo conciliado consigo mismo por eliminación de la propiedad privada".

Pero tiene al mismo tiempo una apertura y comprensión del fenómeno religioso, aunque sea negativamente. "La miseria religiosa es por un lado expresión de la miseria real, y por otro, protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura apremiada, el sentimiento de un mundo sin corazón, el espíritu de las situaciones sin espíritu". En este sentido positivo se dice de ella que es un opio; es decir, un calmante y un sueño o ensueño de mundos mejores.

Pero Marx no quiere soñar en otra vida o vidas porque no hay más que ésta, la vida material. Su nueva religión será, el materialismo dialéctico, en donde el espíritu absoluto de la dialéctica hegeliana se sustituye por la materia también absoluta, una materia preeinsteniana, compacta y atómica, pero de los átomos indivisibles de Demócrito.

Marx pone boca abajo el poderoso sistema idealista hegeliano. Para Marx y sus seguidores más fieles, Engels, Lenin y Stalin, el materialismo empieza por el ateísmo. Parafraseando a san Agustín: "Mi corazón está inquieto hasta que descanse en Dios", para los marxistas el corazón está inquieto hasta que descanse en la materia.

Darwin, con su evolucionismo materialista, influyó mucho en el ateísmo de Marx, aunque Darwin rechazaría la oferta que le hizo Marx de la traducción ingles a del primer volumen de El capital, por el fondo cristiano que, agónicamente, conservaba.

En cuanto al budismo, que ha sido -y no sé en qué medida lo sigue siendo- una religión muy penetrada en el alma china, nada más ajeno al marxismo; es lo más antípoda del materialismo. El nirvana, cuya raíz sánscrita es VA ('soplar'), y cuya traducción a los idiomas occidentales es difícil, parece que significa desvanecerse o extinguirse. Es un quietismo, una inconsciencia donde se resuelven todos los deseos, todos los anhelos; en una palabra, las tradicionales potencias psíquicas del hombre: memoria, entendimiento, voluntad. Hay que matar, por así decirlo, la sed de vivir para no renacer después de la muerte, a virtud del fenómeno de la metempsicosis, con el peligro de degradación que este renacimiento en un ser inferior puede suponer.

Pero el nirvana, que tiene varías interpretaciones, como todos los textos misteriosos de todas las religiones, no debe ser entendido solamente en un sentido negativo; al contrario, puede entenderse como la negación de una negación, que es siempre una afirmación. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hay textos que tienen un significado, si no el mismo, bastante afin. Por ejemplo, en el primeto, el Eclesiastés dice cosas como ésta: "Donde abunda la sabiduría, penas; y quien acumula ciencia, acumula dolor". Y en general, de todas las cosas y las acciones del hombre se dice que sólo son vanidad y aflicción de espíritu, o atrapar vientos, o cosa parecida, es decir, nada.

Y en el Nuevo Testamento, expresiones como: "El que quiera salvar su vida, la perderá" o "niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme", tienen también este, significado negativo-afirmativo, pero no sólo para la vida eterna sino también para la terrenal, cosa ajena al nirvana.

La aventura del cristianismo en China es muy curiosa y aleccionadora. No empieza, pero sí constituye el momento crucial la misión fundada por Matteo Ricci, que cubre desde el año 1583 hasta el 1601, con residencia en la ciudad imperial de Pekín. Este jesuita italiano, que conoció a los hombres con quienes convivía y que había leído los clásicos del confucionismo, llegó a la idea de que el espíritu dominante en China no era el budismo, que sólo reinaba en las clases bajas y derivaba con facilidad a la forma idolátrica, sino el confucionismo, que tenía, como se ha dicho, una ética muy elevada en donde no había el dogmatismo y de la que emanaba un ser supremo, único; es decir, un cierto monoteísmo.

Pero Matteo Ricci, muy versado en las matemáticas y en la astronomía y muy compenetrado con la cultura china, murió muy joven. Entonces se inició lo que se ha llamado la controversia de los ritos, aunque, más que los ritos, el problema fue de los nombres de Dios. Parece ser que los chinos confucianos tienen dos nombres: Sabiduría Suprema y Cielo. Entrar en el fondo de este dualismo no es del caso. La teoría y la praxis de Riccci había sido tratar de traducir los textos confucianos, tanto de los ritos como de los nombres de Dios, a la mentalidad china. El problema estalla cuando en 1634 llegaron a China los dominicos y franciscanos-españoles; éstos se escandalizaron de que se permitiera a los cristianos venerar a los antepasados y a Confucio, así como el empleo de los nombres tradicionales chinos para nombrar a Dios. La polémica llegó a Roma y a Francia, y en general a toda Europa, y en ella tomaron parte los jansenistas, por odio a los jesuitas. No bastó un edicto del emperador chino de ese tiempo, con las aclaraciones sobre el culto a Confucio, a la veneración de los antepasados y de los nombres de Dios. El Santo Oficio prohibió los ritos chinos, los dos nombres tradicionales de Dios y en general todo lo que no se adaptase a lo que pudiéramos llamar el cristianismo occidental.

Pastor, el historiador del pontificado romano, comenta este momento del cristianismo chino con las siguientes palabras: "Pero al prohibir los ritos se toma una decisión cuyo alcance resulta imprevisible; se prohibía a los cristianos Chinos cosas que, según sus ideas, constituían una exigencia de decoro y la cortesía, y se les prohibieron en contra de la declaración del emperador y de los sabios chinos".

Después de esto la evangelización moderna de China no ha conseguido más que un número prácticame.nte irrelevante de cristianos -católicos o, protestantes- chinos.

La extensión dada a este tema se debe al protagonismo en él de los misioneros españoles y a la actualidad que tiene siempre en la Iglesia el problema de la adaptación del depósito de la fe -que guarda Roma- a las distintas culturas, civilizaciones y tiempos históricos.

China es un gran pueblo, muy antiguo, muy grande, muy lleno de vida, muy suyo, muy cerrado, pero muy receptivo. No se debe profetizar, y menos sobre un pueblo así. China quiere liberarse, empezando por los doginatismos marxista-leninistas, como los de la Revolución Cultural, que la llevaron al desastre; quiere convivir con el capitalismo de Hong Kong, y mañana quizá con el de Formosa; quiere desarrollar sus formas genuinas de economía no estatificada, que son ya una primera apertura a la libertad, pero no parece que vaya a convertirse a ese sistema económico. Lo probable es que así como Japón, tan próximo y tan antagónico a China, ha sabido encontrar después de su derrota militar y de la desmitificación de su emperador una fórmula de capitalismo nueva, distinta y más imaginativa que la occidental, China, dentro del mundo comunista, busca también su propia identidad en un socialismo no marxista pero ajeno igualmente a las fórmulas del liberalismo capitalista occidental. Ésa es su empresa, con la que hay que convivir y colaborar.

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