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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Los problemas de Galicia

He seguido con atención el debate sobre el estado de la nación, celebrado en el Congreso de los Diputados, a través de la televisión y de este periódico. Y debo decir, como español y gallego, que me encuentro disgustado e irritado, ya que en ninguna de las intervenciones ningún diputado gallego expuso sus puntos de vista defendiendo la problemática tan difícil del pueblo gallego, y del español en general.Existe un fenómeno amnésico en relación con Galicia bastante sospechoso. Se olvida frecuentemente por los medios de difusión -e incluso EL PAÍS- que además de las nacionalidades castellana, vasca y catalana existe otra: Galicia. Su personalidad histórica, su idioma y cultura, sus genuinos antecedentes antropológicos, etnográficos y fólclóricos garantizan la pureza de la nazón de Breogan, como dice el poeta en el himno gallego.

Hay que dejar muy asentado que Galicia tiene, por lo menos, raíces tan profundas como Cataluña o Euskadi. Si es así, ¿cómo es posible que no se oiga ni una sola voz netamente gallega similar a la de los representantes vascos y catalanes? Hablaron el señor Marcos Vizcaya, por el Partido Nacionalista Vasco; el señor Bandrés, por Euskadiko Ezkerra (y no lo hicieron los de Herri Batasuna porque están ausentes); el señor Roca, por Convergència i Unió; el señor Vicens, por Esquerra Republicana de Catalunya..., ¡y personas y organizaciones gallegas, ninguna! Sinceramente, una verdadera vergüenza para los que somos galleguistas que por eso no dejamos de ser españoles, e incluso universalistas, como nuestro insigne petrucio Daniel Rodríguez Castelao nos enseña en su libro-guía Sempre en Galiza.

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Que los diputados gallegos pertenecientes al PSOE o a AP no hayan dicho ni pío -Pío Cavanillas tampoco- en defensa de los intereses de su asoballada tierra y poniendo por encima los de sus partidos centralistas, los descalifica como futuros representantes de los ciudadanos gallegos. En las elecciones del próximo año, los votantes deben elegir a las personas que puedan y deban hablar en el Parlamento de Madrid como lo hicieron los catalanes y vascos antes citados. Y no es nada difícil de conseguir con estas dos armas: candidaturas unitarias galleguistas y competencia y potencia organizativa.

Si en el año 1936, y con menos garra nacionalista que ahora, hubo una preclara representación en el Parlamento, con mucho mayor motivo -50 años después- en 1986 debe Galicia oírse para todos los españoles. Que deje de ser la cenicienta de España, que se acabe de una vez la triste situación de que haya más trabajadores emigrantes que en su propia tierra. En una Galicia, paradójicamente, fértil y abundante en sus mares y suelos.-

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