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Tribuna:La polémica sobre la ley de Farmacia
Tribuna
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A vueltas con los medicamentos

Hace unos meses, el señor Fraga intentó hacer pasar ante la opinión pública la ley de Sanidad como la ley de los médicos; incluso organizó una conferencia de prensa con el presidente del Consejo General de Colegios de Médicos en el Congreso de los Diputados.En algunos momentos ha parecido que la ley del Medicamento sea la ley de los farmacéuticos. Tanto una como otra ley deberían tener más que ver con la salud de los españoles que con la salud de cada corporación profesional. En concreto, el borrador de la ley del Medicamento cae en excesivos detallismos al tratar de la oficina de farmacia y de la farmacia hospitalaria, y eso puede haber contribuido a desviar el tema de fondo del debate.

200.000 millones anuales

En el mundo del medicamento intervienen diversos actores: laboratorios farmacéuticos, administración sanitaria, médicos, farmacéuticos y usuarios. En él se mueve mucho dinero: unos 200.000 millones de pesetas se van a gastar este año en medicamentos en España. No es raro, por tanto, que la utilización de medicamentos sea objeto de fuertes presiones para asegurar la expansión constante de un mercado de gran impacto económico: España se encuentra entre los seis o siete primeros mercados mundiales.

La industria farmacéutica goza de una buenísima salud económica, que contrasta con la de otros sectores. No es de extrañar, pues, que cuando se habla de mejorar el uso de medicamentos, muchas voces encuentren pretextos para oponerse a ello, bien directamente o bien por personas o por corporaciones profesionales interpuestas. Pero no se olvide que el medicamento es una herramienta de salud, y no un objeto de consumo cualquiera.

Hace dos semanas, el director general de Farmacia citaba un estudio, según el cual, casi la mitad de las especialidades farmacéuticas de mayor venta en España tienen un "valor intrínseco nulo" o "inaceptable". Valor intrínseco nulo significa que la posible eficacia de estos productos no ha sido nunca demostrada con métodos científicos rigurosos.

Un medicamento de valor intrínseco inaceptable es el que en cualquier circunstancia tiene más probabilidades de producir daño que de producir algo bueno (para la salud, se entiende). Estas cifras se refieren al año 1980, y algunos indicadores sugieren que la situacióna está mejorando, pero sólo muy ligeramente. ¿Por qué el mismo director general no ha retirado antes estos fármacos del mercado? Entre otras razones, y aunque parezca mentira, porque la legislación actual se lo pone tan difícil que es preferible modificarla.

La mayoría de las legislaciones farmacéuticas de otros países exige que los medicamentos cumplan ciertas condiciones: deben tener una eficacia demostrada, una seguridad razonable y una buena calidad de manufactura. Cuando se registra un nuevo fármaco, algunos países consideran también el coste y lo necesario que es el nuevo producto.

Comprobación de eficacia

La legislación española actual requiere pruebas en animales de laboratorio, así como datos no especificados de experiencia clínica, pero no exige de manera terminante comprobaciones de eficacia y de seguridad. De ahí la necesidad de una ley que permita poner al día el registro de especialidades farmacéuticas en España.

Pero el uso racional de medicamentos no depende sólo de los medicamentos registrados: la propia estructura del sistema sanitario, la formación farmacológica y la información sobre medicamentos que reciben los prescriptores son también importantes.

En 1985, el gasto de farmacia supondrá algo más de un 60%. de todo lo gastado por la Seguridad Social en atención primaria (no hospitalaria). El médico tiene pocos medios, aparte del talonario de recetas, para atender a un elevado número de usuarios en un par de horas. Muchos médicos no desean cambiar, pues esta práctica les permite conservar el pluriempleo y el cultivo simultáneo de su consulta privada, mientras miles de médicos jóvenes están en paro.

Diversas experiencias indican que cuando el médico realiza una jornada de trabajo completa en el centro de atención primaria, y cuando se refuerza el equipo asistencial con más personal médico, de enfermería y asistentes sociales, aumenta la calidad de la atención a la salud y se ahorran gastos, sobre todo en el capítulo de farmacia. Es lógico que si en la actualidad los medicamentos son un sustituto de la atención a la salud, cuando ésta se desarrolle disminuirá el consumo de los primeros. La formación farmacológica del médico no es satisfactoria. En las facultades de Medicina se enseñan sobre todo las propiedades de los medicamentos eficaces, para los que se dispone de un amplio bagaje de conocimientos experimentales. Estos productos (unos pocos centenares) se encuentran descritos en cualquier texto de Medicina o de Farmacología. Pero cuando el médico ejerce, lo hace en un mercado con unos 2.500 fármacos diferentes, que se presentan en forma de unas 7.500 marcas y 17.000 presentaciones.

Es necio pretender que el médico debe conocer todos esos productos. Y es farisaico escandalizarse (como lo han hecho algunas organizaciones corporativas médicas) cuando alguien dice que el médico no tiene los conocimientos suficientes en farmacología. Al estudiante de Medicina no se le forma lo bastante en cómo deslindar la (poca) información que dan los laboratorios farmacéuticos de la (mucha) publicidad. Eso ocurre en la mayor parte de los países; por eso el año pasado la Asamblea Mundial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) urgía a los países miembros a "apoyar la producción y la diseminación de información sobre fármacos no sesgada y completa".

Recientemente, el Ministerio de Sanidad ha hecho un esfuerzo por producir y diseminar este tipo de información, con gran escándalo de los sectores que tienen intereses más directamente comerciales en el mundo del medicamento. Pero, aun así, en 1984 y 1985, el valor económico de lo que se ha destinado a estas actividades no llega al 0,5% del presupuesto que los laboratorios farmacéuticos destinan a publicidad e información. Existe, pues, un monopolio de hecho de la información sobre medicamentos por parte de quienes los producen.

"Expertos en medicamentos"

Ante esta situación se propone -también desde el ministerio- la integración de "expertos en medicamentos" (farmacéuticos o farmacólogos) en el grupo de atención primaria. Pero la prescripción de medicamentos es un acto médico, indisolublemente ligado al diagnóstico y al pronóstico: ni el médico general ni ningún otro profesional pueden ser expertos en 7.500 medicamentos. Éste no es el camino. La terapéutica farmacológica puede ser ahora complicada, pero simplificarla sería técnicamente sencillo: con una lista limitada de medicamentos, el prescriptor los conocería con mayor profundidad y, por tanto, los sabría utilizar mejor. Las mejores soluciones son las sencillas, y en este caso lo más sencillo no es colocar expertos en todos los equipos de atención primaria, sino retirar y limpiar todos los medicamentos que sobran, por ineficaces o por inaceptables.

Joan-Ramón Laporte profesor de Farmacología Clínica, es experto de la OMS en evaluación de medicamentos.

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