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NOBEL DE LITERATURA

El extravío de Claude Simon

Como pudiera haber ocurrido este año, la concesión del Premio No bel tiene en ocasiones ese algo destemplado y bronco de un bingo cantado a destiempo en una sala ya casi vacía. En aquel breve instante en que la gran tradición de la novela francesa parpadeó -fatigada por el acoso de tantos críticos que, así ocurre a menudo, querían achacarle una crisis para sentenciarla a muerte-, el nouveau roman aprovechó para ocupar un asiento de primera fila -como quien se cuela sin pagar en el cine- Al releer sus obras vemos con claridad que con el nouveau roman ocurrió lo mismo que en la escena final de El hombre que fue jueves, de Chesterton: todos los anarquistas resultan ser policías. Los autores del nouveau roman resultaron ser críticos o, lo que es lo mismo, sus mejores páginas difieren en mucho de las teorías que habían suscrito.El caso de Claude Simon fue peculiar porque en sus libros hay pasión, nostalgia, el instinto del lenguaje y el afán de belleza. Aunque sus personajes dependan del paisaje y de la fragmentación temporal, Simon no acaba por prescindir de la psicología. Cabe preguntarse si el Nobel ha sido concedido a Simon como representante de toda la escuela del nouveau roman o por sus otras páginas. En ambos casos el peligro no radicaría en un exceso de méritos. Nos queda imaginar qué escritor habría sido Simon sin las prótesis del nouveau roman.

Si las diversas propuestas programáticas -ya sean, por ejemplo, las de Robbe-Grillet, Butor o Nathalie Sarraute- tienen cierta homogeneidad, las obras -afortunadamente- andaron por caminos distintos. Hay una presencia hipnotizante en las reiteraciones descriptivas de Robbe-Grillet, innegables hallazgos sobre la futilidad en Sarraute y un alto grado de composición en Butor, pero en sus peores momentos Robbe-Grillet, se dedica a la mampostería, Butor cae en excesos de simetría y Sarraute en balbuceos y susurros entrecortados.

Simon inmoviliza el oleaje de la memoria. Superpone voces e imágenes. Es -para usar las últimas palabras de La ruta de Flandes la vida "librada al incoherente, indolente, impersonal y destructor trabajo del tiempo". Con la mirada de un pintor dilata cada frase -con ráfagas de espléndida riqueza sensual- para que quepa en ella toda la realidad del mundo: anulando el tiempo, traza escenas inmensas donde todo -aunque sea imposible- querría acontecer. Poco importa la trama. La duración es sustituida por la simultaneidad. Su más grave riesgo es que a veces puede llevar al lector a la catalepsia porque sus libros carecen de una propiedad elemental de la vida- el movimiento. En esos momentos Claude Simon ve cómo la prosa -suntuosa y absorbente en sus buenas oportunidades- se le escapa y se hipertrofia con los peores defectos de Proust y Faulkner -como buen francés, Simon es un mal alumno de Faulkner-; le adquiere entonces el aspecto de una gelatina algo descompuesta.

Lo malo no es que prescinda de la puntuación o que llegue a presentar frases de 1.000 palabras, ni que los adjetivos vayan de tres en tres, o que dejemos de saber a quién corresponde cada fragmento de diálogo. Tampoco lo es el hecho de que en unas páginas de La hierba -justamente uno de sus mejores libros- un lector paciente haya contado ocho paréntesis, cortados a su vez por otros paréntesis, todos ellos enmarcados dentro de un único paréntesis. En cambio, sí es fatal la sospecha de que todo esto no le sirve de nada.

Aparte de aquellas primeras cuatro obras de las que Simon parece haber renegado -aunque tal vez valdría la pena leerlas-, sus mejores libros serían La hierba, La ruta de Flandes -sin duda la mejor-, El palacio y, a duras penas, Historia. Luego, Claude Simon fue acentuando sus flaquezas entre los aplausos de aquel grupo de agentes para el fomento de la descomposición literaria que se agruparon en torno a la revista Tel quel.

En el frontispicio de una de sus novelas Simon cita unas palabras 'de Pastemak: "Nadie hace la historia; no se la ve, tal como no se ve crecer la hierba". De todos los componentes del nouveau roman Claude Simon es el único que en sus libros puede hacernos percibir la fragancia de la hierba que crece. Verdaderamente, uno tiene la impresión de que Claude Simon es un gran poeta que se extravió en alguna encrucijada de la literatura.Para constatarlo, a pesar de todo, la mejor ruta es indudablemente la de Flandes.

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