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Un ecologista apolítico

El máximo representante de una de las entidades ecologistas más importantes de EE UU no entiende -"aunque no me opongo al movimiento antinuclear", advierte- el radicalismo que caracteriza a los movimientos ecologistas europeos. Su opinión es tajante: "Personalmente, creo que, como ecologista, es un error no explotar la posibilidad de conservar algo. Hay que centrarse en la consecución de resultados posibles y no se puede distraer aun Gobierno ante lo pragmático, la existencia de un bosque, por tocar temas abstractos, la de un Persing II".

La lucha por el poder de ecologistas organizados en un partido político, como, ocurre en Alemania, le parece "una noción equivocada, ya que identificarse, con un solo partido supone no contar con una amplia base de apoyo". En su opinión, el movimiento ecologista no debe comprometerse cuando un Gobierno no cede, pero cuando negocia hay que aprovechar hasta la última oportunidad.

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En EE UU ecologista no es sinónimo de pacifista ni de radical. La más nutrida asociación pacifista de aquel país cuenta con cuatro millones de socios, la mayor parte de los cuales son votantes potenciales de Reagan porque tanto demócratas como republicanos entienden que el sistema político juega a favor y que el, desarrollo económico, con los controles; oportunos, es bueno. Pero, de igual modo, esta asociación, u otra similar, logra la dimisión de un secretario de departamento -equivalente a un ministro español-, dentro de una Administración republicana, por mantener "relaciones demasiado amistosas con partidarios de la especulación sobre terrenos públicos".

Tampoco le sorprenden las divergencias entre las asociaciones ecologistas españolas y los organismos de la Administración encargados de la conservación de la naturaleza, ya que "otro tanto sucede en EE UU: a un lado se encuentran las agencias del Gobierno y al otro los ecologistas y las fundaciones privadas que los agrupan".

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