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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La revisión del pasado

EL CONCIERTO y el acto académico celebrados el pasado martes en el monasterio de El Escorial, donde los Reyes de España fueron los anfitriones de la reina de Holanda y el príncipe Claus, han tenido la intencionalidad de cerrar simbólicamente las heridas -cicatrizadas de hecho hace mucho tiempo por el simple transcurso de la historia- que dejó en la memoria colectiva de los Países Bajos la guerra librada por los ejércitos de la Monarquía hispánica contra las provincias de Flandes, en lucha por su independencia. Los Países Bajos son hoy una potencia industrial y comercial en cuyos sentimientos de identidad colectiva no parecen ocupar un lugar demasiado significativo las huellas de ese lejano pasado. Las relaciones entre Holanda y España son excelentes. Los holandeses se han manifestado siempre partidarios de la incorporación de la España democrática a la Comunídad Económica Europea (CEE) y también -aunque de manera discreta- de nuestra permanencia en la Alianza Atlántica con vistas a hacer de ésta un elenco más independiente de las visiones y directrices de Washington, a reforzar su carácter europeo.Los actos de El Escorial invitan a una reflexión general, que desborda la referencia específica al lejano conflicto de los Países Bajos sobre la visión que los españoles de finales del siglo XX tienen acerca de su propio pasado. El presente y el futuro de un país depende, en cierta medida, de las ideas que sus habitantes se forjan sobre su propia historia. Las desenfrenadas apologías patrioteras de una influyente historiografla ideológica, que convirtió a la España de la Contrarreforma en el pueblo elegido por Dios para ser martillo de herejes y luz de la cristiandad, deformaron gravemente nuestro pasado político y civil, sembraron las semillas de la división fratricida entre los españoles y expulsaron a las tinieblas de la anti-España a los representantes de nuestra mejor tradición humanista, laica, liberal, ilustrada y discrepante. Pero existe el peligro de que loámovimientos pendulares de arrepentimiento acentúen hasta la caricatura nuestras deudas y engendren una historiografía teñida ahora por los sentimientos masoquistas de culpabilidad y de vergüenza.

El revisionismo histórico del pasado español es imprescindible para desmontar las leyendas embellecedoras que ocultan estampas atroces y para reconstruir los hechos que los prejuicios han pasado por alto. Al igual que la visita de la reina de Holanda ha servido de motivo para recordar los desmanes del Ejército de Flandes en los Países Bajos, la cita del V Centenario será una excelente oportunidad para establecer la historia de los descubrimientos, de la conquista y de la colonización de las tierras americanas, relato en el que ocupan un lugar de honor la reflexión crítica de Bartolomé de las Casas y los escritos y sermones de otros humanistas que denunciaron lo que el obispo de Chiapas denominaría la destrucción de las Indias. Sólo el efecto del péndulo, resultado en buena parte de la retórica de cartón piedra forjada durante décadas por una historiografia tan huera como reaccionaria, podría conducir a que ese imprescindible revisionismo perdiese su carácter científico y desembocase en una trifulca entre los partidarios de realizar una flagelación colectiva para expiar las culpas de nuestros antepasados y los defensores a ultranza del legado monolítico e indivisible de nuestra historia. El imperialismo, las guerras de conquista, las opresiones coloniales, los regímenes tiránicos, los conflictos civiles y las intolerancias religiosas forman parte del devenir de España. Pero también, y sin que sirva de consuelo, figuran -no pocas veces en grado mayor de intensidad y crueldad- en el registro histórico de la inmensa mayoría de las naciones llamadas civilizadas.

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