Los reyes de Holanda asistieron en El Escorial a un acto de desagravio simbólico a los Países Bajos
Los reyes de Holanda y los de España asistieron ayer en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial a un acto de desagravio simbólico por las "antiguas y justificadas querellas", en palabras del ex ministro José María de Areilza, que provocó la llamada guerra de los ochenta años, mantenida en el siglo XVII entre España y las siete provincias que hoy constituyen los Países Bajos. Si aquella guerra finalizó con la independencia de Holanda, el acto de ayer concluyó con un cálido estrechamiento de lazos entre dos países europeos sin conflictos bilaterales.
La reina Beatriz de Holanda y su esposo, el príncipe Claus von Amsberg habían llegado a Madrid, procedentes de Amsterdam, a las once de la mañana de ayer. Fueron recibidos en el aeropuerto de Barajas por los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, con los honores de rigor. Poco más tarde se trasladaron al palacio de El Pardo donde recibieron la visita de cortesía del presidente del Gobierno español, Felipe González, -quien asimismo estuvo presente en el recibimiento dispensado a los Reyes de Holanda en el aeropueto- tras la cual se dirigieron al palacio de la Zarzuela donde almorzaron en privado con los Reyes de España.El acto cumbre de la jornada de ayer, primer día de la visita oficial que realiza a España la pareja real holandesa, se celebró en el monasterio de El Escorial, por expreso deseo tanto de Beatriz y Claus de Holanda como de los Reyes españoles y consistió en un breve concierto de órgano seguido de un acto académico en el que intervinieron el catedrático de Historia de la universidad holandesa de Leiden, Hendrix Wesseling, y el ex ministro español de Asuntos Exteriores, José María de Areilza.
Poco después de las cinco de la tarde, aterrizaron, en medio de una discreta expectación popular, en la explanada del real sitio cuatro helicópteros de la Fuerza Aérea Española en los que viajaban los Reyes de Holanda y los soberanos españoles a los que sumó el ministro de Cultura, Javier Solana. Con notable anterioridad habían ocupado sus sitios en la basílica del monasterio los miembros del cuerpo diplomático y demás personalidades invitadas al acto, entre los que figuraban los duques de Alba, el director de la Real Academia Española, Pedro Laín Entralgo, el poeta Luis Rosales, el director general de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores, Antonio de Senillosa y el general Manuel Díez Alegría.
La reina Beatriz, vestida con un traje negro sobre el que relucían los reflejos plateados de una chaquetilla corta hizo su entrada en el monasterio junto al rey de España, seguidos por la reina doña Soria, ataviada con un traje de chaqueta de terciopelo azul oscuro a la que acompañaba el príncipe Claus, y el ministro de Cultura.
Paulino González, organista del monasterio dedicó unos hermosos acordes del himno nacional español a la real comitiva que ocupó cuatro asientos en lugar preferente. Después interpretó obras de Juan Cabanillas, Lefèvre-Wely y León Boellmann.
Las piezas musicales sirvieron de marco al acto de desagravio propiamente dicho constituido por las intervenciones de Areilza y Wesseling en las que ambos reconocieron el peso amargo que supusieron para las relaciones entre ambos países los errores políticos de Felipe II.
Justificadas querellas
Areilza resumió en su discurso con la palabra concordia el contenido de este gesto reconciliador "que trata de superar las antiguas y justificadas querellas que las Siete provincias Unidas mantenía como una herida abierta, que les recordaba los duros tiempos de la llamada Guerra de los ochenta años, tremendo acontecimiento que fue el precio que pagaron pr su libertad e independencia".Tras pasar revista a los errores del rey Felipe II que se convirtió en el siglo XVI en el monarca más importante de Europa, el ex ministro español trazó un cálido perfil del Conde de Nassau, Guillermo de Orange, fundador de la dinastía que hoy reina en los Países Bajos, que tras luchar "bajo las banderas de Felipe II en 1557", cayó pocos años después "sacrificado por el mismo monarca". "Hoy vemos con claridad sosegada" -precisó Areilza al analizar aquella etapa -"el grave riesgo que para cualquier pueblo supone la existencia de un gobernante que se cree depositario de una verdad absoluta". "Ningún español de hoy aprueba aquel cúmulo de innecesarias, cuanto injustas crueldades".
El profesor Wesseling que precedió a Areilza en su intervención, señaló en su discurso, tras pasar revista a los acontecimientos que en el siglo XVI marcaron el destino de la nación holandesa, el hecho incuestionable de que hoy, "por lo que respecta a los habitantes de Europa, en la realidad de la vida económica y social, en la vida de todos los días, las fronteras únicamente constituirán un breve recuerdo de antaño".
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