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Tribuna:La cultura española invade Bélgica
Tribuna
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Seis exposiciones que arrastran multitudes

En la semana de apertura de Europalia ha hecho ya su presentación pública la mayoría de las muestras más significadas, empezando, claro, por la más espectacular, Esplendores de España y las ciudades belgas, 1500-1700, y continuando por las de Tapices de Bruselas en el siglo XVI; Picasso, Miró, Dalí; Los beatos; Los reyes bibliófilos; Goya; Tàpies, Chillida y A. López; Los iberos; Cinco artistas españoles, y El camino de Santiago. Se trata, pues, de 14 de las más importantes exposiciones previstas, cuya calidad media nos puede dar el tono proporcional de lo que ha de lograr el programa diseñado en este apartado de Europalia 85.Todas estas muestras han sido ubicadas en diferentes lugares, como Bruselas, Gante, Charleroi y otros, aunque la mayoría lo haya hecho en la capital. Si hago hincapié en esta dispersión de emplazamientos es porque el montaje de las mismas ha debido adaptarse a locales y situaciones muy diferentes, lo que ha supuesto una dificultad sobreañadida para los organizadores, que por el momento han demostrado ser capaces de iniciar sin contratiempos sustanciales un plan preparado y ejecutado en el tiempo récord de aproximadamente un año.

Él comienzo ha sido en general bueno, y sobre todo acogido halagüeñamente por parte del público, que hace grandes colas ante las exposiciones de mayor prestigio. Entre éstas, la de los Esplendores... se ha llevado la palma del éxito inmediato, lo que no debe sorprendemos si tenemos en cuenta que en ella se exhiben casi 200 piezas del arte español y flamenco comprendido entre esos dos siglos de historia común de ambos países, desde el XV al XVII La presencia allí de obras maestras de Velázquez, Rubens, Zurbarán, Ribera, Pere da, Brueghel, Van Orley, Juan de Juni, Antonio Moro, El Greco, Pedro Berruguete, Metsys, Alonso de Berruguete, Luis Morales, Van Cleve, Pourbous, Alonso Cano, Valdés Leal, Murillo, y otros, puede orientarnos mejor que nada sobre la envergadura de esta iniciativa, que está emplazada en el palacio de Bellas Artes de Bruselas.

El montaje y un catálogo suntuosos, realizados y financiados con patrocinio financiero y dirección belgas, contribuyen a realzar el acontecimiento, que tan sólo tiene un fallo evidente en el sistema de iluminación ideado, que está dispuesto con la insólita proyección de abajo arriba, lo que contraría, en el caso de los cuadros, su composición y ritmo de pinceladas naturales, y así, los transforma en algo espectral, artificialmente extraño. Con todo, esta equivocación, si bien molesta, no llega a estropear la excepcional calidad del conjunto, que ha sido ordenado en cuatro grandes apartados, representativos de los temas mayores en esta histórica relación cultural que unió el destino de ambos pueblos. A simple primera vista se distingue el flujo dialéctico, muy vivo y fecundo, de mutuas influencias, cuya diferencia más radical hay que situarla en la visión más trágica e intensa -más trascendental- del arte español.

La estrella

Desde el maravilloso retrato de Margarita de Austria, de Van Orley (Museo de Ain), o el de Alejandro Farnesio, de Antonio Moro (Galería Nacional de Parma), hasta el de Felipe IV, de Velázquez, procedente del Museo Ringling de Florida (EE UU), que si no me equivoco es la primera vez que ha sido expuesto en Europa, lo que le hace merecedor de ser la estrella de este deslumbrante conjunto. En realidad, casi todo, ya sean retratos, alegorías, paisajes o escenas piadosas, es una sucesión de piezas maestras en este teatro de la visión, el escenario de mayor entendimiento entre dos pueblos alejados y, sin embargo, próximos gracias al arte.

La exposición Goya (Museos Reales de Bellas Artes, Bruselas) en seguida arrastró también multitudes, como era de esperar. Consta de 39 cuadros, representativos de diversos géneros y etapas del pintor, más una selección de dibujos y grabados, cuyo número sobrepasa el medio centenar, con el tema común de la violencia. Se trata de una antológica, de calidad discreta, en la que se nota el pelo de la prudencia a la hora del préstamo, lo que no quita la existencia de alguna que otra obra de primera magnitud, como La corrida de toros, del Museo del Prado, o el Retrato de Leandro Fernández de Moratin, del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Mejor o peor, el resto es puro Goya, salvo la horrible Condesa de Baena, de la colección Zuloaga, no por autentificado menos inquietante. ¿Qué sentido, pues, tenía traerlo? El montaje, sin embargo, es uno de los mejores que se han hecho en Europalia, sobre todo en lo que se refiere al sistema ingeniado para la exposición de los dibujos.

En el capítulo del arte de nuestro siglo, los dobles tríos antológicos de por un lado, Picasso, Miró, Dalí (Palacio de Bellas Artes de Charleroi) y, por otro, Tàpies, Chillida y Antonio López (Museo de Arte Moderno de Bruselas) poseen, en general, obra abundante y bien seleccionada, montajes adecuados y catálogos amplios y refinados. Destacaré las de Dalí, quizá una de las mejores que se han hecho del pintor, y la de Tàpies.

Creo que debe hacerse una particular mención a las muestras de Los beatos y de Los reyes bibliófilos (Biblioteca Real Alberto I, de Bruselas), cuya importancia histórico-artística es tan extraordinaria como rotunda es la belleza de los ejemplares exhibidos. Santiago de Compostela. Mil años de peregrinaje europeo (abadía de San Pedro, Gante) es, en fin, otro de los acontecimientos mayores de esta Europalia.

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