El desafío de la revolución informativa
Hoy el mundo de las telecomunicaciones está en constante transformación: los avances exponenciales en la tecnología y el cambio en el modelo de la demanda de los consumidores cuestionan el marco institucional del futuro. Por ello es de especial relevancia la noticia, de reciente actualidad, de la concesión por parte del Departamento de Estado norteamericano de la licencia de exportación de tecnología para que la American Telephone and Telegraph (AT&T) se instale en España.La rápida evolución técnica, incluyendo el manejo y transferencia digital -y no analógica- de la información, hace posible una gran cantidad de nuevos servicios, fruto de la convergencia entre la telecomunicación y el ordenador. Además del acceso remoto a bases de datos, hoy contamos con correo electrónico, teletexto, videotexto, facsímil rápido, telepago y dinero electrónico. En muchos casos, estas nuevas posibilidades requieren la interconexión de redes privadas y públicas en un mismo o en diferentes países, lo que significa que esas redes deben poder trabajar juntas y que la clave de la minimización del coste requiere el uso de equipos estandarizados que hablen el mismo lenguaje, lo que obliga a una estrecha colaboración entre las autoridades telefónicas de distintos países.
Por otra parte, la relación costes del desarrollo de equipo / período de recuperación ha cambiado radicalmente. Pensemos, por ejemplo, que, cuando el grueso del sistema telefónico español fue instalado, el período medio de obsolescencia de los equipos era aproximadamente de 20 años. Con la generalización del microprocesador (chip), la vida media activa de mercado de un equipo puede llegar a ser tan corta como tres años. De ahí que, al convertirse la telecomunicación en el corazón de la tecnología de la información, la oferta de servicios de telecomunicación tenga que ser tan competitiva y rápida como la disponibilidad de tecnología.
Existe otro aspecto de este fenómeno de vital importancia, como es la mayor rapidez de la revolución del chip, en comparación con otros avances. tecnológicos. El número de años transcurridos desde la concepción a la utilización generalizada (y, por tanto, a un coste aceptable) ha sido de 110 para la fotografía, 50 para el teléfono, 35 para la radio, 12 para la televisión, cinco para el transistor y tan sólo tres para el circuito integrado. Pero no es sólo la tecnología lo que está cambiando aceleradamente, también cambiaremos los usuarios, que tenemos que adoptar criterios globales y prepararnos para cruzar las fronteras tradicionales que distinguen entre el teléfono, la radio, la televisión, el papel, los libros y los periódicos.
Hoy ya existe un incremento feroz de la competencia en el nuevo mercado de la telecomunicación, cuyo vertiginoso crecimiento viene dado por tres factores: en primer lugar, crea adicción. Cuanto más fácil y barato resulta a la gente comunicarse, más lo hacen (las estimaciones dan unas tasas de incremento que doblan las cifras cada cinco años). Un segundo factor, el demográfico. Una nueva generación, a la que ya no sorprende la nueva tecnología, está llegando a la madurez. Es lo que en el argot de la industria se denomina willing users, es decir, usuarios resueltos a demandar más y mejores telecomunicaciones, a un coste razonable. Estos usuarios están comenzando a llegar a niveles de responsabilidad y poder adquisitivo en las empresas, los gobiernos y las instituciones. Y finalmente, como tercer factor, el propio avance tecnológico, que hará aumentar el volumen de información que podemos manejar, la velocidad a que podemos obtenerla y la manera en que podemos hacerlo.
El vértigo exponencial
La clave de esta profunda revolución está en la miniaturización (y consiguiente proceso de producción en masa a un bajo coste) que suponen los actuales circuitos integrados a gran escala. Hoy, los que en su día se empezaron a llamar cerebros electrónicos ya tienen un tamaño menor que el cerebro humano. Pero esto, que se admite como algo muy natural, conviene analizarlo en su perspectiva temporal (como nos recuerda C. Evans en su The mighty micro), porque si no no entenderemos ni el ritmo ni los efectos de esta revolución.
Si hace 42 años, cuando se inventó el primer ordenador, se hubiera intentado construir otro con un número de conmutadores electrónicos binarios (elementos funcionales comparables a las neuronas) equivalente al del cerebro humano (10.000 millones de neuronas), este ordenador hipotético tendría el tamaño de la ciudad de Londres y consumiría la energía equivalente a todo el sistema del metro londinense. Este mismo ordenador, con la adopción del transistor en 1955, reduciría su tamaño sensiblemente y tan sólo requeriría para su funcionamiento un generador de 10 kilovatios. Diez años después, en 1965, con los primeros circuitos integrados, su tamaño pasaría al de un autobús de dos pisos normal y podría ser conectado a un enchufe doméstico normal.
En definitiva, vamos a tener ordenadores no sólo más pequeños y más rápidos, sino también más baratos. Para no perder la perspectiva, puede ayudarnos una comparación con el automóvil: es sabido que el automóvil, desde que se inventó, es más barato -en términos reales-, gasta menos y es mucho más seguro y eficiente. Pues bien, si el automóvil hubiera evolucionado desde su invención al ritmo al que lo ha hecho el ordenador, hoy un Rolls Royce nos costaría 300 pesetas (más 150 de impuesto de aduanas; en total, 450 pesetas), gastaría un litro de gasolina cada millón de kilómetros y tendría una potencia similar a la del Queen Elizabeth II. En cuanto a miniaturización, cabría media docena de Rolls en una cabeza de alfiler.
Nos tenemos que enfrentar, por tanto, a una revolución de carácter exponencial. Y todos sabemos lo que esto es, teóricamente, pero no intuitivamente. Cuando los crecimientos son más o menos lineales, los podemos predecir intuitivamente; cuando son exponenciales -aun los menos explosivos, como los de exponente dos-, nos perdemos irremediablemente.
El sector ahora -si podemos hablar de sector- es el de manejo de la información. La continua integración internacional de las redes telefónicas y de datos significa que todos y cada uno de los 600 millones de teléfonos actualmente en servicio en el mundo pueden convertirse en sofisticados procesadores de información.
Esta nueva realidad, junto. a los más recientes avances en CAD/ CAM (computer assisted design and manufacturing), convierte en totalmente vacía de sentido la práctica tradicional de identificar la noción de actividad económica con la de frontera nacional. El componente de información de todos los bienes y servicios fluirá tan libremente a través de las redes de telecomunicación que la regulación efectiva a escala nacional llegará a ser imposible.
Por otra parte, conviene recordar la incongruencia de la extendida opinión de que al usar la última tecnología del manejo de la información se generará desempleo y niveles más bajos de salarios. Esta afirmación se fundamenta en un erróneo análisis estático al asumir que la nueva tecnología no tiene un impacto significativo en la economía y que los mismos bienes y servicios se seguirán produciendo en las mismas cantidades y a los mismos precios relativos, pero con menos trabajo. Este tipo de análisis, como es bien sabido, no está justificado ni por la historia ni por la lógica.
Las llamadas de Bell
En 1910, el sistema telefónico Bell en Estados Unidos generó siete millones de llamadas con 121.310 empleados (57 llamadas por empleado). En 1981 manejó 219.000 millones de llamadas con 874.000 empleados (250.000 llamadas por empleado). Si el mundo no hubiera cambiado en esos 70 años, Bell hubiera necesitado 4.000 millones de empleados poara manejar sus llamadas de 1981.
El mundo ha cambiado y va a seguir cambiando aceleradamente. Ya está aquí la increíble oportunidad que las nuevas tecnologías de la información pueden suponer a la sociedad mundial y a sus naciones. El objetivo económico es ahora asegurarse una utilización de la producción tecnológica especializada y eficiente por parte de los países medios industrializados, ya que las grandes potencias -aisladamente- no van a poder explotar todas las oportunidades, dado que el tema va más allá del problema de las economías de escala.
La economía mundial, hoy, ha iniciado un proceso de abandono de la especialización en categorías de productos tales como textiles por maquinaria o productos químicos por automóviles. Cada vez en mayor medida, la especialización económica de los distintos países tiene lugar dentro de esos amplios sectores, al intercambiarse tipos específicos de textiles, maquinaria o el sector que sea por otros tipos específicos dentro de la misma categoría de productos.
Este fenómeno de especialización intrasectorial también tiene lugar en los productos de alta tecnología, lo que ofrece oportunidades a todos los países industriales. Al mismo tiempo debemos tener en cuenta que el comercio internacional de productos manufacturados tiende a perder especialización horizontal para ganar, progresivamente, especialización vertical.
En otras palabras, cada vez más, el comercio internacional consiste en el intercambio de un componente de un producto terminado por otro componente de ese mismo producto, y cada vez menos, en el intercambio de un producto terminado por otro. En la industria del automóvil es ya típico el suministro internacional de componentes, tendencia que se extiende a otros sectores, como la confección de ropa y, por supuesto, al de microelectrónica. Además, esta especialización vertical no tiene por qué implicar costosas instalaciones, ya que, como en la industria de la confección sucede, la especialización vertical consiste en la subcontratación -a otro país con menores salarios- de aquellas partes del proceso de producción más intensivas en trabajo.
Los grandes países industriales, por tanto, tienen que entender estos nuevos juguetes eléctricos más allá del desarrollo tecnológico y de la protección de los dividendos de los accionistas de sus empresas, con criterios estrictamente nacionales. La gran trascendencia de esta industria es que está creando herramientas para el manejo de la información que incrementan la habilidad para alcanzar el más vital de los esfuerzos humanos: convertir la experiencia aleatoria en conocimiento organizado.
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