Cine de viejos
ENVIADO ESPECIAL
Hubo cosas divertidas alrededor de Ran en el festival. La primera proyección fue a las nueve de la mañana, en el llamado paseo de las resacas. A esta sesión acude siempre, como un clavo, un pintoresco concertista de amígdalas, experto en ronquidos estentóreos. Este elefante suele dormitar en las primeras filas, y durante la proyección de Ran nadie pudo frenar su concierto. Pronto le salieron colegas en butacas traseras, palcos y gallineros. "La película esta es un bodrio", dijo uno de los primeros desertores. Un conocido crítico de cine, de cuyo nombre me niego a acordarme, susurró confidencialmente a sus alrededores: "Esto es cine pasado, me quedo por obligación". Faltaba cosa de media hora de proyección, y lo que ocurrió en la pantalla en ese tiempo debió ser hechizador para el sagaz crítico, porque al día siguiente sentenciaba en negro sobre blanco a Ran como -y lo digo con otras palabras para respetar el bochornoso incógnito- "una portentosa obra maestra".
De esta manera y de otras sobrevoló por los laberintos y abrevaderos del festival, durante toda la tarde del sábado, la incógnita de si Ran era una película más o menos mala, pero mala en todo caso. Cómo estaría el despelleje al pobre Kurosawa que un camaleón al que la película le pareció "buenísima" por la mañana, entró en un corrillo del Guría a mediodía y salió de él diciendo que "era regularcilla", y entró en otro a media tarde y salió diciendo: "Es indignante que pongan estas antiguallas cuando queda tanto nuevo cine por ver". Un aficionado a juez cerró el caso: "Lo que pasa es que Kurosawa ya está viejo".
Hasta aquí hemos llegado. No es que Kurosawa esté viejo, es que es un viejo, un anciano. Ancianos eran el Ford de Siete mujeres, el Sternberg de Anataham, el Hawks de El Dorado, el Hitchcock de Frenesí, el Dreyer de Gertrud, el Lang de La tumba india, el Buñuel de Oscuro objeto del deseo.
Hay muy poco cine de ancianos. No les dejan hacerlo. Kurosawa pudo hacer Ran gracias al riesgo personal de Serge Silberman; Kaghemusa, al de Ford Coppola, y Derzu Uzala, al de un amigo suyo de la Mosfilm. Hay un cine, y un cine de excepcional interés, que sólo está al alcance de los grandes cineastas ancianos, a los que los intereses de la industria no les dejan rodar las películas que tienen en la cabeza. Pueden morirse durante el rodaje, y las casas de seguros no cubren estas rutinas fúnebres. La suprema elocuencia de los hombres con genio, cuando están al borde de la tumba y tienen pocas pero esenciales cosas que decir, es amordazada por los mercaderes del silencio.
Los ancianos cineastas callan y muchos cerdos pastan a la sombra de su silencio forzoso. Ran, como Gertrud o como Frenesí, es sólo una genial excepción.
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