El hedor de la revancha
Rambo (Acorralado, parte segunda)
Director: George Pan Cosmatos. Guión: James Cameron y Sylvester Stallone. Fotografía: Jack Cardiff. Música: Jerry Goldsmith. Producción norteamericana de Buzz Feitlisans, 1985. Intérpretes: Sylvester Stallone, Richard Crenna, Charles Napler, Steven Berkoff.
Estreno en Madrid: cines Callao, Carlos III, Bilbao, Victoria, Liceo.
El cine de los Estados Unidos tiene desde antiguo la virtud de asumir en sus ficciones los sucesos históricos en que se ha visto involucrado ese país. Sí se rastrea la historia del cine norteamericano, se rastreará también el eco, en forma de mito y de meandro novelesco, que los capítulos filmados de esa historia provocan en la conciencia callada de las gentes de allí, la respuesta ideológica de estas al estímulo de la evocación de los sucesos narrados. Por ejemplo, hay en los anales del cine de Hollywood no menos de una veintena de visiones del general Custer y lo sorprendente de ellas es, más que su cantidad, su variedad: hay tantos Custer filmados como formas de ver a este renombrado genocida de indios existieron y existen en los Estados Unidos, desde la glorificación de sus matanzas -The Plainsman, de DeMille, Murieron con las botas puestas, de Walsh- hasta su reconstrucción crítica más cruda: Fort Apache, de Ford o Pequeño gran hombre, de Penn.
La guerra de Vietnam es, tras de las guerras mundial y de Corea, el suceso histórico más filmado del cine norteamericano reciente. Y ante él la respuesta del cine es más o menos la de siempre: desde el optimismo genocida de Boinas verdes, de Wayne, hasta las pesadillas antibelicistas de Ford Coppola -Apocalypse Now- y Cimino -El cazador-, hay enfoques ideológicos para todos los gustos. Hoy los vientos políticos en aquella orilla del Atlántico soplan en la dirección dictada por el sórdido orgullo nacionalista de la era Reagan y, por lo tanto, sobran las reflexiones críticas de antaño. Rambo es un malhumorado desquite nacionalista a una derrota.
La primera parte de Rambo se tituló Acorralado. Era uno más entre los muchos filmes sobre el desarraigo de los veteranos de Vietnam, pero olía a otros perfumes que ahora, en esta segunda parte, apestan con el hedor de la revancha. Los Estados Unidos perdieron la guerra de Vietnam, pero una derrota de este envergadura no está hecha para ser digerida por estómagos que tienen como alimento cotidiano de su identidad la idea de pertenecer a la nación más poderosa y entienden este poder como capacidad para matar. De ahí que haya entre los grandes sectores conservadores e incluso reaccionarios de la población norteamericana, desde la derrota de Vietnam, un sentimiento bíblico de humillación, similar al que debió sentir Goliat después de la zurra que le dió David.
Rambo es una película consoladora para estos sectores de nacionalistas norteamericanos, que dormirán mejor desde que Cosmatos y Stallone les han servido en bandeja una ilusoria y balsámica revancha contra aquel revés histórico. Concebida inicialmente como una película de aventuras de estilo clásico, Rambo rompe este clasicismo a los 20 minutos de comenzar. Hasta entonces el filme crea cierta expectación, pero de repente rompe una regla de oro de todo buen cine de acción: dilatar la espera de acción, aplazar las tracas de violencia con objeto de acumular tensión de expectativa en el receptor.
En lugar de esto, la violencia estalla prematuramente y la traca de muertes comienza al final de esos ligeros 20 minutos, con lo que el resto del metraje se deteriora hasta el total envilecimiento final. ¿Error inexplicable? Todo lo contrario: error perfectamente calculado, porque el destinatario del filme no es el que desea ver cine de acción, sino el que desea ver morir comunistas en todas las posturas imaginables.
No se ha pretendido, pues, hacer con Rambo una buena película de aventuras -y esto se ha. conseguido, pues es abrumadoramente mediocre como tal- sino -una película que, con apariencia de aventuras, encubra un desahogo de tipo ideológico. Ésta es la clave: Rambo es una película encubiertamente política. En este sentido, como tal película política, no puede decirse que sea mala. Es grosera y elemental, pero en esto sigue el estricto mandato de Joseph Goebbels: la eficacia política de un mensaje cultural es tanto mayor cuanto más grosero y elemental. es este mensaje. Millones y millones de personas van a ver esta basura estética y moral llamada Rambo. Goebbels, sin necesidad de consultar a su jefe Hitler, hubiera contratado a Cosmatos y Stallone, porque su Rambo, desde la óptica del fascismo, es cine político perfecto, porque es soezmente eficaz.
Babelia
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