Contigo y un atril
Cuenta la leyenda que Semíramis voló por los aires convertida en paloma tras haber reinado en Babilonia por espacio de más de 40 años. De la versión de Rossini, que se ofrecía por primera vez en el Festival de la ABAO, lo que estuvo a punto de volar fue la ópera completa -mal aire para la hija del aire-, amenazada por un imprevisto, su fragilidad de castillo de naipes.Tras una Carmen deslavazada en la función de apertura, la incomparecencia a última hora del yugoslavo Boris Martinovich, que debía encarnar al príncipe Assur, puso en un brete a los organizadores, hasta el punto de llegar a temerse por la suspensión de la obra. De nuevo ha tenido que ser Diego Monjo, el experto regidor de escena, quien ha hecho practicable lo que se daba por perdido. La solución consistió en un cantante voluntarioso y un atril. El primero lo encontró en el bajo Enrico Fissore, que se halla en Bilbao para cantar el próximo Barbero y aceptó acometer la particella vacante, un papel fuera de su repertorio, defendiéndolo con dignidad de oráculo tras el atril instalado en la escena y salvando así la noche.
Semíramis, de Rossini
Libreto de G. Rossi, basado en Voltaire.Intérpretes: June Anderson, Catheleen Kuhlmann, Eduardo Giménez, Enrico Fissore, Alfonso Echeverría. Regidor de escena: Diego Monjo. Coro de la ABAO. Orquesta Sinfánica de Bilbao. Director: Bruno Rigacci. Teatro Coliseo Albia. Bilbao. 3 de septiembre.
Resuelta la condición de posibilidad, el éxito estaba garantizado por la presencia de una protagonista de lujo, la norteamericana June Anderson, y una mezzo muy ajustada, Catheleen Kuhlmann. June Anderson es dueña de un instrumento de una precisión extraordinaria, de una línea de canto depuradísima que, junto a su agilidad y frescura en la emisión, la hacen intérprete idónea de la música rossiniana. La Kuhlmann comparte con ella una técnica acrisolada y, si su voz no posee el volumen de la soprano, se muestra capaz de una intensa belleza expresiva. En los dúos entre ambas, prodigiosamente conjuntados, el primero y segundo actos, escuchamos sin duda lo más valioso de una sesión generosa en felices intervenciones femeninas y bien secundada por el resto del reparto.
No ha de obviarse, sin embargo, la decisiva labor del director musical en el adecuado desarrollo de la ópera. Bruno Rigacce supo imprimir desde la obertura un tono de eficacia y de unidad dramática al conjunto de la representación, lo que, para las condiciones, en que aquí se trabaja -téngase en cuenta que en Bilbao debe hacerse con uno o dos días de preparación, lo que requiere un tiempo cuando menos 10 veces mayor-, supone casi el máximo alcanzable.
Babelia
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