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FESTIVAL DE SANTANDER

Dos imágenes de Haendel y el mercader de fantasías

ENVIADO ESPECIAL

A la hora de hacer un análisis del Año Europeo de la Música quizá resulte que Haendel, con sus oratorios, sus óperas y su música instrumental, ha gozado de mayor atención que sus dos grandes coetáneos, Juan Sebastián Bach y Domenico Scarlatti.

En Haendel se encarna el barroco agitado, triunfante, espectacular, y nada mejor para tal espíritu que unir, en beneficio del gran público, la dos suites más célebres de Haendel -la acuática y la pirotécnica- en un escenario insólito: la ensenada del Camello, junto a la peninsula de la Magdalena, en la que se alzan los galeones en homenaje a Vital Alsar, frente a la roca de Neptuno.

Creo que la dirección del festival internacional santanderino acertó plenamente al contratar los servicios del mercader de fantasías, el francés Pierre Alain Hubert, y no hay que ponerse erudito y sacralizante si los pentagramas del compositor sajón no sonaron demasiado bien, a pesar de la profesionalidad reconocida de Paul Kuentz y su orquesta. Se trataba de dar dimensiones populares al tricentenario haendeliano, y lo cierto es que Santander quedó colapsado la noche del sábado.

Para fastos cortesanos

Los asistentes al espectáculo han de calcularse por decenas de millar y lo que los sondeadores denominan índice de aceptación ha alcanzado niveles muy altos. A fin decuentas, Haendel imaginó estas músicas como acompañamiento de fastos cortesanos, a modo de espléndida y flexible decoración sonora. En el caso de la Música para los reales fuegos de artificio, la firma de la paz de Aquisgrán movió a Jorge II a estas celebraciones musicales, luminosas y acuáticas, que tuvieron como escenario primero el Green Park londinense. El 24 de abril de 1749 fue, según los testimonios, un día caluroso en la capital británica, bajo un cielo cargado de amenazantes nubes. No era fácil encontrar un puesto para asistir al real espectáculo, durante cuyos fuegos artificiales hubo también alguno natural no previsto en el programa.Dentro de una tónica mucho más democrática, impuesta por el paso de los tiempos, el festival internacional ha logrado evocar aquella jornada, y las artes pirotécnicas de Hubert no habrán. desmerecido de las de sus lejanos antecesores británicos. Como él mismo decía: "Creo que Haendel aprobaría cuanto hago sobre su música". Hubert, creador de fantasías luminosas para la cumbre de jefes de Estado celebrada en Versalles o para el trigésimo aniversario de la revolución argelina, va por el mundo casi como el pregonero de Rafael Alberti: si el uno vendía nubes de colores, el otro ofrece y distribuye fuegos y luces igualmente coloreadas.

Sólo dos horas antes, en el claustro de la iglesia catedral, Haendel y alguno de sus contemporáneos italianos -Geminiani, Corelli, Scarlatti- tuvieron puntual atención y preciosa interpretación por parte de un trío de artistas jóvenes y ya magistrales: el flautista de pico Alvaro Marías, el violonchelista Christophe Coin y la clavecinista Aline Zylberajch.

Barroco vivo

Reconforta escuchar un barroco de tanta calidad y viveza, tan fiel al estilo y a la vez tan despojado de pedantería historicista. Tan largos estudiosos del barroco como estos tres intelectuales de la especialidad saben, a la hora del renacer que es cada interpretación musical, dar a los pentagramas pulso y emoción; saben también ocultar sus dotes virtuosísticas para mostrar sobre todo la verdad limpia y simple de la belleza. Marías es un gozador de música, vive para ella, la interioriza en su último contorno y después nos la devuelve como reinventada; su Haendel -cuatro sonatas, alguna tan estremecedora como la en do mayor- fue de maestro y sus variaciones sobre la Folia, de Corelli, transcrita a principios del XVIII por Walsh, supuso el gran acceso del concertista al virtuosismo de alto vuelo.

Extraordinario virtuoso

Extraordinariamente virtuoso es el violonchelista Coin (Caen, 1958), ágil y seguro de mecanismo, sobrio y expresivo, cuya exposición de la sonata de Geminiani asombró a todos. No menos interesante resultó la colaboración de la clavecinista Zylberajch, que además del trabajo de conjunto interpretó con gran flexibilidad y riqueza de matices cinco sonatas de Scarlatti.No sé si ha sido deliberada, pero la juntura del Haendel espectacular y el más íntimo cuando todavía vibran en el aire santanderino los ecos oratoriales del Mesías me parece un acierto de orientación. Cercar la gran figura del gran barroco por todos sus costados es la única manera de entenderla.

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