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FERIA DE BILBAO

Un maestro que va de víctima por la vida

ENVIADO ESPECIALLo que hace Ruiz Miguel con los toros broncos, dominarlos, es maestría pura, aunque su empeño sea sólo demostrar el valor que pone en la tarea. Ruiz Miguel no quiere ser maestro, o por lo menos no quiere parecerlo, y prefiere ir de víctima por la vida, tocándole el corazón al público, limosneando aplausos, aparentando que es un pobrecito condenado a la cadena perpetua de los torazos grandes y broncos.

Efectivamente, Ruiz Miguel torea siempre los torazos grandes y broncos de la feria, pero una vez con ellos en las soledades del redondel, los consiente y domina. A los Murteira de ayer en Bilbao -grandes, serios, cornalones vueltos y astifinos, con mala uva y un muelle recién colocado en el pitón que lo impulsaba de arriba abajo sin parar- les pisó el terreno hasta su total conquista y los sometió a la dictadura de su muleta.

Plaza de Bilbao

19 de agosto. Segunda corrida de feria.Toros de Murteira, de impresionante trapío, cornalones, broncos. Ruiz Miguel: vuelta; oreja y dos vueltas. Pepe Luis Vargas: ovación y salida al tercio; silencio. Victor Mendes: silencio; silencio.

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Al primero, que dentro de la áspera agresividad tenía nobleza, le ligó muchos pases, con más mando que arte. Al cuarto, cuya asta derecha tiraba cornadas al bulto, lo toreó al natural, y cuando ya había demostrado su dominio sobre la, embestida del lado izquierdo, citó con la otra mano y también dominó la embestida del lado derecho. Sobrado de pundonor y mando, aún se permitió el lujo de adornarse y de trazar circulares completos, unas veces citando de espaldas, otras de frente, venga una tanda de rodillas, ahora de pie, por alto, por bajo, por en medio, agarro un cuerno, mientras el fiero Murteira soportaba el sobo hecho un corderillo.

Cierto que, durante la refriega, Ruiz Miguel ratonea, zapatillea, trasiega terrenos sin ningún miramiento a los cánones del arte. Pero no sería justo calificarlo como demérito, pues se trata de la estrategia precisa para encelar al enemigo y presentarle pelea en el lugar y la distancia precisos para ganar el combate. Tampoco seria justo calificarlo como truco ventajista, ya que en esa estrategia el torero se juega el pellejo muy peligrosamente, y tampoco es fácil acertar la técnica.

Por ejemplo, Victor Mendes, a quien correspondió en primer turno otro torazo bronco, aguantó media docena de derrotes, y aunque estaba dispuesto a sortear otra media docena más, no pudo sacar ni un pase limpio. Un poco se desquitó en banderillas, prendiéndole tres pares al toro bronco" en los que reunió bien, y un poco más al sacarle algunos derechazos largos y templados al sexto, que resultó manejable a pesar de que probaba las embestidas, apenas las repetía, o le entraban ganas de quedarse en la suerte.

Tampoco consiguió lucirse Pepe Luis Vargas con un toro que cuando no se colaba se caía, ni con otro violento que se creció en las primeras tandas de redondos, y en las siguientes, el menudito diestro ecijano en vez de torear libraba el furioso oleaje de las embestidas poderosas. Derrochaba valentía, mas no podía con el toro.

Porque la maestria, en efecto, es un don, que en la lidia requiere valor, por supuesto, pero también conocimiento profundo de las reses y de las reglas de la tauromaquia. Es un don que atesora Ruiz Miguel como pocos toreros en activo (y en pasivo) aunque prefiera ir de pobrecito por la vida, limosneando aplausos, enardeciendo a las masas con un frenético agitar de brazos, haciendo piruetas en la vuelta al ruedo.

Ayer le tiraron un balón y lo estrelló contra las tablas de un puntapié, mientras la zapatilla se le iba al tendido. Del tendido se la devolvieron con intención de darle en el coco y las komparsas charangueaban el triunfo de un desgarrado hombrecito batallador, que no sabe o no quiere enseñar los severos perfiles. de su solemnidad profesoral. Mientras Ruiz Miguel continúe exhibiendo aquella faceta se su personalidad, seguirá reteniendo fama de tumbatoros, y aunque se le plateen los cabellos y se le ponga cara de haber sido esculpido en mármol -como el maestro por antonomasia, el de Borox- seguirá siendo el pobrecito condenado a la cadena perpetua de los torozaos grandes y broncos.

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