Un fracaso de Europa
NO ES posible disimular la gravedad de lo que acaba de ocurrir con el proyecto de avión de combate europeo. Ha sido el fracaso del primer intento de plasmar en una realización práctica la política de defensa europea. Después de varios años de esfuerzos, y a pesar del acuerdo firmado en Madrid el año pasado por los ministros de Defensa de Francia, Italia, Reino Unido y España, las estructuras del pasado, orgánicas y mentales, ancladas en poderosos intereses económicos, han sido más fuertes que la voluntad política de poner en marcha un proyecto realmente innovador.Las causas concretas que han motivado el desacuerdo en la reunión de Turín de los directores de armamento de los respectivos ministerios de Defensa son bastante claras. A pesar de que suponen aspectos sumamente complejos en los planos técnicos, industriales y económicos, se pueden resumir así: la industria aeronáutica británica, que lleva 15 años colaborando con los alemanes y los italianos en la producción del avión Tornado, tiene un nuevo proyecto de avión de combate, que es, en lo fundamental, complementario del Tomado. En la reunión de Turín ha prevalecido la decisión de llevar adelante este proyecto británico, con el apoyo de la República Federal de Alemania (RFA) y de Italia. En el fondo, se trata de continuar con las estructuras que han servido para el Tornado, a pesar de que las graves deficiencias de este avión son ampliamente reconocidas. Los intereses económicos en juego son gigantescos. De haberse llevado a la práctica, el proyecto europeo hubiese representado unos 30.000 millones de dólares para la fabricación de más de un millar de aviones.
Francia se ha negado a aceptar lo que cabe calificar sin exageración de solución británica, si bien el factor decisivo de su triunfo en la reunión de Turín ha sido la actitud adoptada por el Gobierno de la RFA. En la base de la posición francesa, argumentada por razones técnicas, está el deseo de dar prioridad al proyecto de avión de la empresa aeronáutica Dassault, conocido con el nombre de Rafale. Se trata de un avión más ligero y me nos caro que el proyectado en Londres. Sus misiones son, complementarias de las del Mirage, el avión del que disponen las fuerzas militares francesas. El representan te de España en la reunión de Turín, general José de Andrés Jiménez, con argumentos diferentes a los franceses, tampoco ha aceptado la posición del Reino Unido, RFA e Italia. Ha aludido sobre todo al aspecto político del fracaso sufrido, al retroceso que supone de las actitudes europeístas.
El Financial Times ha destacado que la decisión de Turín ha sido acogida con satisfacción por los círculos empresariales aeronáuticos; y no sólo por los británicos, que pueden considerarse vencedores de un pulso que ha durado varios años, sino asimismo por los franceses. Es un hecho significativo: el fracaso del avión europeo implica que se seguirá, en el Reino Unido y en Francia, con los proyectos ya existentes. Sin duda, ahora la fabricación del nuevo avión de combate no será un negocio tan gigantesco como si hubiese prevalecido un proyecto común, pero será muy sustancial, y se aleja para las empresas el gasto de modificar planes ya preparados, y sobre todo la amenaza de tener que, intercambiar sus tecnologías con otros países.
Las consecuencias del fracaso de Turín pueden afectar de un modo muy serio a otros proyectos europeo de importancia decisiva. Tomemos concretamente el caso de Eureka, el proyecto audaz de europeizar las tecnologías punta para que nuestro continente no quede marginado en las transformaciones decisivas de la época con temporánea. Es evidente que el nuevo avión de combate necesitará cooperar con sectores de la tecnología más avanzada. Podrán surgir situaciones totalmente contradictorias: las empresas de alta tecnología serán impulsa das por Eureka a cooperar muy estrechamente, a trabajar en proyectos europeos comunes. Pero la existencia de dos planes de avión de combate les empujará a actitudes competitivas.
El problema de fondo es, a todas luces, político. No es casual que los dos países más vinculados a EE UU, más reacios a potenciar una autonomía europea, como son la RFA y el Reino Unido, hayan desempeñado el papel esencial en el fracaso de Turín. La actitud alemana suscita una preocupación especial porque desmiente la idea de que París y Bonn tienen una voluntad común de impulsar de verdad el avance hacia una Europa política. Sí no se fortalecen los órganos políticos capaces de crear una nueva dinámica en las diversas ramas, basada en una visión europea, subsistirá el peligro de que se repitan casos como el del avión de combate. Proyectos importantes, aceptados y jaleados incluso en el discurso político, quedarán paralizados, derrotados, cuando se pretenda su realización práctica, por el peso de las viejas estructuras y rutinas. Si la política no acierta a imponerse a los intereses, el avance de Europa será vacilante.
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