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Greenpeace responsabliliza a los servicios secretos franceses del hundimiento del barco 'Rainbow Warrior'

El presidente del Consejo Internacional de Greenpeace, el canadiense David McTaggart, concedió ayer en París la primera conferencia de prensa que convoca la organización ecologista desde que, hace ya más de un mes, la explosión de dos minas hundiera el barco Rainbow Warrior en el puerto de Auckland, en Nueva Zelanda. Sin hacer acusaciones explícitas, McTaggart acumuló, sin embargo, una considerable lista de agravios anteriores, así como de pruebas sueltas, implicando claramente a los servicios de espionaje franceses como responsables del atentado.

Este canadiense residente en el Reino Unido, cuyo aspecto recuerda al de un profesor de literatura inglesa; detalló los anteriores encuentros de Greenpeace con el almirantazgo francés en las aguas del Pacífico sur.En 1972, un barco de la organización ecologista fue abordado, intencionalmente según McTaggart, en las proximidades de Mururoa por el dragaminas francés La Pamploneuse, dañado gravemente y llevado prisionero a la base de Toa en la isla de Tahití. Al año siguiente, cuando Greenpeace seguía su campaña contra los ensayos nucleares en la atmósfera, otro navío de la organización fue de nuevo abordado y sus tripulantes apaleados por marineros franceses. Ambos casos sucedieron en aguas internacionales, por lo que Greenpeace presentó una acusación de piratería ante los tribunales de París, los cuales dieron la razón a los ecologistas en primera instancia, aunque más tarde un recurso de las autoridades francesas invalidara la sentencia.

Aquellos incidentes y la intervención de Australia y Nueva Zelanda ante el tribunal de La Haya consiguieron acabar con los ensayos atómicos franceses en la atmósfera. Desde entonces, según McTaggart, por muchas razones, entre ellas el enorme coste que supone cambiar la atmósfera por el subsuelo, Greenpeace está en el punto de mira del estamento militar francés.

A esta primera exposición de agravios no siguió una acusación directa, sino una serie de reflexiones en tono de humor inglés destinadas a que los allí presentes se dieran cuenta "de la intoxicación informativa que han venido efectuando los medios de comunicación oficiales franceses".

Pese a las diferentes y hasta contradictorias versiones que han salido a la luz, hay un hecho indesmentible: Sophie y Alain-Jacques Turenge, la pareja detenida en Nueva Zelanda acusada de haber colaborado en el atentado, son, definitivamente, agentes secretos franceses, aunque se haya dicho que ella era capitán del Ejército y él, jefe de batallón, intentando así implicar que no dependían de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE), sino directamente del Ejército, lo cierto es que su calidad de militares no les impedía -y así ha sido admitido- estar en este caso trabajando para la piscina, nombre con el que se conoce el edificio central de los servicios de espionaje franceses.

El paradero del topo que se había infiltrado en la organización ecologista en Nueva Zelanda, una mujer de unos 30 años llamada Frédérique Bonfleu, sigue sin conocerse. El presidente de Greenpeace, ayer por la mañana, proporcionó una descripción de la misma: "Delgada, de cabello rubio pajizo, Vestida siempre con vaqueros y fuertemente perfumada". Pero el rastro de su perfume se pierde en unas excavaciones arqueológicas al sur de Haisa, en Israel, en la antigua ciudad bíblica de Tor. Tan pronto como su nombre apareció en la Prensa neozelandesa, Frédérique se esfumó, a pesar de que la Interpol la tenía bajo vigilancia. Hay incluso rumores de que podría estar en Líbano.

A los tres miembros perdidos de la tripulación del yate Ouvéa, sobre quienes se centran las sospechas de ser los responsables directos del atentado, se les supone ahora en un país africano, concretamente en Gabán, donde presuntamente forman parte de la guardia presidencial del presidente Omar Bongo. El cuarto tripulante, el doctor Xavier Maniguet, sigue en algún lugar de Francia.

La organización ecologista también informó que, hace dos semanas, Francia hizo estallar una bomba atómica de 150 kilotones en el subsuelo del atolón de Mururoa, un terreno de coral parecido a un panal de abeja, en el Pacífico sur. Posiblemente esa bomba sea la última allí, ya que el atolón se está hundiendo y los rumores dicen que Francia está trasladando sus pruebas nucleares al vecino atolón de Ruratonga.

La causa del atentado, según sugiere Greenpeace, podría ser impedir que se comprobara esta última explosión, así como los efectos que la misma y las anteriores realizadas en la atmósfera están teniendo en los habitantes de la zona que, según recientes investigaciones, padecen enfermedades derivadas de la radiación.

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