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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El segundo fracaso de Milton Obote

EL ESPECTÁCULO recurrente de los golpes de Estado africanos tiene adormecida a la opinión no sólo occidental, sino también a la propia, salvo en los casos en que se produzcan con grave derramamiento de sangre. El del presidente de Uganda Milton Obote, que ha logrado ser depuesto por segunda vez desde la independencia del país en 1960, es, por añadidura, ilustrativo de unas esperanzas frustradas, de un fracaso del Estado nacional clásico en el continente, y de una alternativa que se quería progresista, lejos del alineamiento con uno u otro superbloque.Obote gobernó Uganda desde 1960 hasta 1971, año en que fue derrocado por el inverosímil Idi Amin, y con la ayuda del presidente tanzano Julius Nyerere pudo recuperar el poder tras la guerra de abril de 1979 entre Tanzania y Uganda. Tras un período de transición en el que se sucedieron presidentes tan inefectivos -Yusuf Lule y Godfrey Binaysa- como sanguinario había sido Amin, en las elecciones de diciembre de 1980 la opinión se volvió hacia el padre de la independencia. Pocas veces un líder africano ha tenido una segunda oportunidad para enmendar los errores autoritarios de su primer mandato y establecer un consenso nacional en un país que, como la mayoría de los que conocieron la experiencia colonial, está apedazado de lealtades tribales como mal sucedáneo de la idea de Estado.

El golpe militar de Idi Amin pudo durar hasta que se produjo la intervención exterior, porque cualesquiera que fuesen sus atropellos tenía al Ejército satisfecho con todo tipo de favores materiales. A su restablecimiento Obote tenía la oportunidad de rehacer la milicia de arriba abajo tratando de remediar su eje de fractura principal que es la división de las fuerzas armadas en torno a las dos etnias principales del país: la longi, a la que pertenece el propio Obote, y la acholi. Nada de eso se hizo desde 1980, sino que, al contrario, el predominio de los longi se había ido acentuando durante esos últimos cinco años. Al mismo tiempo, y sorprendentemente en un hombre tan atento a sus intereses como el presidente, el Ejército no tenía especiales motivos para estar contento, lo que le llevaba a cobrarse de la ciudadanía lo que no recibía de las arcas del Estado. A nadie sorprenderá, por tanto, que la línea golpista haya sido acaudillada por militares de la etnia acholi, a la que pertenece el nuevo jefe del Estado.

El golpista general Tito Okello, autoproclamado presidente, se deshace en las habituales promesas de elecciones libres y restablecimiento de la democracia, para lo que, desconfiadamente, no adelanta las elecciones, sino que las demora hasta el año próximo. Si bien es cierto que Okello en sus primeras proclamaciones se hacía eco de la necesidad de formar un Gobierno de unidad nacional que prepare al país para esos venturosos acontecimientos, el primer gabinete formado por el general y los hombres más prominentes del golpe son las conocidas caras de Kampala, los sobreros del régimen de Obote aunque con un cambio de collar tribal. Por eso hay que tomar con reservas la declaración de que se ha llegado a un acuerdo con la guerrilla del general Museveni, el principal movimiento de los que en los últimos años habían actuado en contra del presidente depuesto.

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Cualquier tentativa de establecer sobre bases viables el Estado africano, no ya la democracia a la occidental, tiene que proceder a dar un interés en él a las etnias principales del país; sin llegar, probablemente, al pacto nacional libanés en el que están codificados los números para la participación de cada comunidad, porque cualquier aritmética acaba por anquilosarse, sí parece hay que reconocer la existencia de naciones dentro del Estado para que pueda funcionar el Estado nacional en África.

Cuando los ejércitos africanos se lanzan a la conquista del poder están reconociendo esa inexistencia del país, en la medida en que lo único tangible en el mismo es el propio aparato del Estado. Milton Obote, incapaz de superar esa contradicción entre tribu y consenso nacional, entre autoritarismo de grupo y pacto étnico, ha perdido su segunda oportunidad histórica. Batiría un récord si llegara a tener una tercera.

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