La corbata
La corta navegada del presidente Felipe González a bordo del Azor ha sido un acto inconsciente; por tanto, está exento de culpa. No es bueno ni malo más allá de los usos y costumbres de la mar. Como se trata de un efecto inevitable de la deriva, no voy a sumarme a la lista de exegetas que han intentado explicar políticamente el sentido críptico de este hecho. ¿Qué habrá querido significar Felipe González al subir a ese maldito cacharro? ¿Asumir una parte del franquismo o desmitificarla del todo? ¿Tomarse una revancha provocativa o dar una sensación de continuidad abrazando el pasado? Aquí no hay ningún misterio. Creo que en el fondo sólo existe el reflejo condicionado del poder, ostentado en este caso por un hombre que ha tenido la desgracia de haber nacido pobre. Y ya se sabe. En cuanto se los deja, los pobres quieren ir en yate a toda costa y no se paran en nada, aunque sea el Azor.
No me siento humillado por esta breve pero desgraciada singladura, que por motivos dispares no ha gustado a nadie. La extrema derecha ha visto mancillado el lujo de su nostalgia. Los conservadores finos se han reído un poco de este advenedizo. Los socialistas y votantes del partido, airados o decepcionados, han sido obligados a dar explicaciones Henos de rubor. La izquierda ha creído descubrir, por fin de forma impúdica, el verdadero rostro de este Gobierno. Aparte de eso, el Azor es un barco malo, lento, lastrado por la historia, y sus camarotes están poblados de fantasmas. Es el símbolo de la intimidad personal de Franco con todas sus vibraciones. Haber jugado con este símbolo resulta muy peligroso, porque los símbolos no atañen a la inteligencia, sino a las vísceras. Pero lo peor no es eso. El día 24 de febrero de 1981, después del asalto al Congreso de los Diputados, le preguntaron al general Gutiérrez Mefiado qué le había molestado más de todo el incidente y, a la manera inglesa, él contestó: "Ver a unos militares con la guerrera desabrochada". Del mismo modo, si en este asunto del Azor yo he sentido un poco de vergüenza, sólo ha sido al contemplar a Felipe González con corbata a bordo de un yate. Señor presidente, cuando vaya a subir a otro barco quítesela antes, por favor.
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