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De Moscú a Odesa

Un país extranjero (y a menudo el propio) es como una vida humana: nunca alcanza a conocerse del todo. Ayuda a conocerlo el estudio de su realidad actual -política, social, intelectual, económica, etcétera- y de su historia, pero ésos son pozos sin fondo; los datos son innumerables y pueden ser interpretados de muy diversas maneras. Cabe viajar por el país o residir durante un tiempo en él, pero esto no siempre sirve para conocerlo mejor; a veces sólo sirve para adquirir los mismos prejuicios que abrigan los nativos. ¿Cómo esperar, pues, que pueda conocerse nada de un país a base de un viaje breve, con un conocimiento muy imperfecto de la lengua o lenguas habladas, y siendo, por añadidura, una comunidad donde los dirigentes, o las autoridades, hacen cuanto pueden -y pueden mucho- para ocultar ciertas realidades, al tiempo que -si no es aproximadamente lo mismo- se esfuerzan por poner de relieve otras?Lo que sigue no es, pues, conocimiento. Son meras impresiones. Las ofrezco por si alguien quiere cotejarlas con las suyas. En estas materias, los llamados intercambios de impresiones pueden ayudar a curar un poco las muchas cegueras que se producen cuando se intenta juzgar -lo que ya de por sí es un despropósito- a un país ajeno.

Un viaje exclusivamente turístico por varias zonas de la Unión Soviética -específicamente, de Moscú a Odesa- me ha sugerido las impresiones siguientes, que para mayor claridad, y sin que ello implique un orden de importancia, pondré en ristra.

1. El régimen parece hallarse sólidamente atrincherado por varias razones: la inercia de una ya larga y, en varios sentidos de esta palabra, imponente tradición; los muchos intereses creados; la burocracia; los servicios policiacos; los reajustes producidos por una economía sumergida en la que una gran mayoría de ciudadanos y, al límite, todos tienen participación.

2. Una cantidad nada desdeñable de características que podrían atribuirse al régimen soviético, especialmente en sus formas burocráticas, y en la actitud del ciudadano con respecto a los poderes establecidos, pueden ser debidos en parte a dicho régimen, pero no es nada improbable que se remonten a una larga tradición de Rusia -o, si se quiere, de las Rusias-. Uno no está seguro a veces de si se halla ante manifestaciones del estatismo soviético actual o de si asiste a una representación en vivo de muchas escenas descritas por los grandes novelistas rusos del siglo XIX (siendo Gogol uno de los que vienen más inmediatamente a la memoria).

3. Los contrastes económicos -en términos tradicionales, las diferencias de clase- parecen ser menores en la Unión Soviética de lo que son en los países desarrollados no soviéticos, y no digamos en los del Tercer Mundo; pero esto hace, paradójicamente, que en muchos casos las diferencias aparezcan más notorias. Si todo el mundo puede poseer un par, y sólo un par, de zapatos, el que pueda disponer de dos pares dará la impresión de ser casi un potentado. Si hay escasez de pantalones vaqueros, el llevarlos será una gran distinción, pero aun si se llevan mucho tales pantalones (y así parece ser en Moscú, Kiev, Cherkassy u Odesa), en tanto que hay pocos Calvin Klein o Jordache disponibles, quienes posean éstos serán admirados o envidiados, o ambas cosas a la vez. Por otro lado, las diferencias de clase no son siempre sólo necesariamente económicas; sobre todo en una comunidad donde el poder cuenta mucho, el tener poder puede significar más que el disponer de más automóviles o más piscinas.

4. Una cantidad muy considerable de gente encuentra poco atractivo buen número de rasgos que de un modo o de otro están ligados al régimen. La escasez y pobre calidad de artículos de consumo es uno de tales rasgos, y no es menester ser rabiosamente consumista para deplorar que haya que hacer tantas colas o para darse cuenta de que en el mundo actual el consumo juega un papel importante en las sociedades, al punto de considerarse que el consumidor tiene ciertos derechos. Pero hay otros rasgos que son sentidos, o sufridos, con mayor o menor intensidad de acuerdo con el estamento al que se pertenezca, la profesión que se ejerza: por ejemplo, la insuficiente movilidad social y económica causada por estructuras de-

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masiado rígidas; el incesante martilleo de la propaganda política -aun si es menos plúmbea o insistente de lo que fue antaño-; la falta de libertad inclusive para muchos modos de asociación que, en principio, no deberían entrañar grandes trastornos.

4. No locos soviéticos que se quejan, muy justificadamente, de los inconvenientes engendrados por un régimen cuya política económica, resueltamente estatista y centralista, funciona muy deficientemente no estarían muy dispuestos a abandonar, o siquiera a preterir, ciertas bonificaciones que están por el momento ligada s a dicha política, aunque, de hecho, serían posibles mediante una política distinta: cuidado de las ciudades, atención a la salud pública y a la educación primaria, baratura de los transportes públicos, etcétera. No hay que pensar, por tanto, que un cambio de régimen implicaría necesariamente la eliminación de todas las estructuras existentes. En todo caso, la continuación por bastante tiempo de algunas de estas estructuras es tan probable como la persistencia, inclusive en los regímenes capitalistas más agresivos, de conquistas como los seguros sociales y las vacaciones pagadas.

5. El que no pocos de los propios soviéticos encuentren muchas cosas poco atractivas, o altamente criticables, en su propio país no quiere decir, ni mucho menos, que encuentren el país mismo poco atractivo. El país está a salvo de muchas de las críticas. Esto sucede inclusive con el número, que parece todavía escaso, de gentes que están en la oposición activa, al punto de estar dispuestas a pagar un alto precio por sus convicciones políticas (un precio que ha bajado si consideramos que otrora fue a menudo un tiro en la nuca, pero que todavía es muy costoso). Sucede, a mayor abundamiento, con gran cantidad de soviéticos que en la intimidad o en forma no demasiado pública o evidente le ponen muchos peros al régimen o al sistema, pero a quienes se les ve detenerse ante un muro muy sólido: el del sentimiento, y a veces hasta orgullo, patrióticos. Este sentimiento tiene raíces que, por falta de mejor vocablo, cabe llamar terrenales, pero que se apoyan asimismo en determinadas realizaciones -científicas, tecnológicas, artísticas, deportivas, atléticas-, a las que el ciudadano no renuncia fácilmente. Tiene raíces, sobre todo, en la voluntad de perduración de una comunidad para la cual los enormes sacrificios que conllevó la II Guerra Mundial han llevado a bautizarla con el nombre de gran guerra patriótica.

6. La sensación de falta de libertad individual (no política) en la Unión Soviética parece hallarse en razón inversa de la distancia geográfica del centro del poder: Moscú. En Kiev se respira un ambiente algo más desahogado, y hasta empiezan a surgir formas caprichosas y colores vívidos que en el ocre y gris Moscú parecen estar reservados a las cúpulas de las iglesias ortodoxas. En Odesa se siente la impresión de que se está acercando uno al Mediterráneo, inclusive con un cierta punta de descuido y desidia que, en el caso que nos ocupa, sorprenden gratamente. El orden y la limpieza son muy estimables, pero cuando están (aunque no deban necesariamente estarlo, según puede comprobar todo el que haya visitado, por ejemplo, Suiza) en conflicto con la libertad, un asomo de negligencia puede resultar un alivio.

Apunté al principio que los intercambios de impresiones pueden ayudar a corregir cegueras y prejuicios; cuando se multiplican las perspectivas aumentan las posibilidades de que se eliminen las ofuscaciones. Estos intercambios pueden tener una función más importante. Escribió una vez Bergson que cuando se ha visitado un país, o cuando se aprende su lengua, o se tiene un mejor conocimiento de sus costumbres y de su historia, es difícil que se le quiera borrar de la faz de la tierra. Se puede estar en desacuerdo completo con su Gobierno o con sus instituciones y, por supuesto, cabe ponerse seriamente en guardia cuando el país adopta una actitud beligerante. Pero la distinción entre la política que sigue el Gobierno de un país y el país mismo -lo que se llama, más o, menos adecuadamente, el pueblo- es un tópico que, por una vez, resulta pertinente.

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