El quinto centenario
EL QUINTO centenario de la arribada a tierras americanas -a la isla de Guanahaní- de la expedición capitaneada por Cristóbal Colón y financiada por la Corona de Castilla comenzó a suscitar vivas polémicas en España casi ocho años antes de la fecha -12 de octubre de 1992- objeto de la conmemoración. La designación del comisario de la exposición de Sevilla -que recayó final mente sobre el catedrático Manuel Olivencia- dio lugar a ásperas discusiones a propósito de la candidatura del arquitecto catalán Ricardo Bofill. Dibujado ya el organigrama administrativo del comisariado y aclaradas sólo parcialmente las confusiones de competencias entre las diferentes instituciones, queda por trazar el cuadro de las prioridades, establecer el calendario de las realizaciones y asignar los recursos financieros necesarios para llevarlas a cabo. Si se recuerda que nos separan de 1992 dos elecciones generales y que nadie puede saber a ciencia cierta quiénes gobernarán el Estado en esas fechas, saltan todavía más a la vista el cúmulo de inhibiciones, recelos y vacilaciones capaces de interferir un trabajo que necesita perspectivas de largo plazo.Pero el quinto centenario no es sólo una conmemoración española. También afecta de manera especial a otras naciones europeas que -como Italia- fueron cuna de navegantes o -como Portugal- contribuyeron a la exploración y colonización del continente americano. Toda Europa, en última instancia, se siente históricamente vinculada con el recuerdo de aquella portentosa expansión de los horizontes del mundo conocido que las tres carabelas castellanas hicieron posible. La aspiración al protagonismo exclusivo y excluyente en la historia de las expediciones marinas y de las ocupaciones de tierras americanas podría suscitar en Europa rivalidades tan ridículas como la que ha enzarzado tradicionalmente a españoles e italianos en torno a la figura de Cristóbal Colón. Y para que la conmemoración de 1992 sea una brillante fiesta compartida y no una sórdida pelea de agravios y orgullos heridos será necesario reconocer el privilegiado lugar que les corresponde a las repúblicas americanas en la celebración. En un artículo publicado en EL PAÍS (11 de abril de 1985), Nicolás Sánchez Albornoz rememoraba el clima imperialista que rodeó la conmemoración del cuarto centenario en el viejo continente, cuando las concepciones eurocentristas impedían cualquier visión plural de la historia planetaria y España retenía aún la soberanía sobre Cuba y Puerto Rico. "El mundo pasaba por tener su centro en Europa. El resto carecía de existencia propia hasta que entraba por algún motivo en la conciencia del Viejo Mundo. Colón, según esto, había descubierto América". En el siglo transcurrido desde 1892, el planeta ha sido descolonizado, las interpretaciones heroicas basadas en las hazañas de los grandes hombres han cedido terreno a explicaciones más complejas de los movimientos sociales, la antropología ha reconstruido los logros de las antiguas culturas andinas y mesoamericanas y el mundo occidental ha abandonado las concepciones -entre ingenuas y vanidosas- que otorgaban a las grandes naciones europeas el monopolio de la creatividad material y espiritual y que relegaban al resto de la humanidad -como hicieran Carlos Marx y Friedrich Engels- a la categoría de "pueblos sin historia". Durante estos 100 años, la inmensa mayoría de los países latinoamericanos, sin olvidar sus raíces europeas, han asumido plenamente la realidad de su mestizaje, han reivindicado la herencia cultural procedente de su pasado indígena, han fundido -como en Brasil- en su crisol nacional a los descendientes de los esclavos africanos y han troquelado con esos diversos materiales sus señas de identidad históricas. En ese contexto, la polémica, iniciada en Latinoamérica, acerca de la expresión más adecuada para designar al quinto centenario no puede ser despachada a golpe de prejuicios. Descubrimiento o encuentro de culturas denominan, desde perspectivas complementarias y armonizables, un mismo fenómeno. En cualquier caso, es necesario precaverse contra la demagogia o el apasionamiento que pudieran enturbiar, a uno u otro lado del Atlántico, la esperada conmemoración. Las opiniones de Fidel Castro sobre el significado de 1492, calificando la fecha del 12 de octubre de "infáusta" y "nefásta" (ver EL PAÍS del domingo 21 de julio), incurren en las erróneas superficialidades -típicas de los políticos- inherentes a cualquier consideración ahistórica de los acontecimientos decisivos para la evolución del género humano. Una guerra verbal en torno a declaraciones de este tipo -profusamente contestadas primero por la derecha conservadora española y apoyadas después por la izquierda extraparlamentaria- no conduciría sino a una inútil confusión.
Por lo demás, nada sería peor para la adecuada conmemoración del quinto centenario que el encastillamiento de los españoles en la reivindicación de las hazañas ultramarinas de sus antepasados en los siglos XV y XVI con olvido de la complicada trama en la que estuvieron inscritas. Frente a una leyenda negra empeñada en caricaturizar a los navegantes y colonizadores castellanos como codiciosos conquistadores deseosos de cometer genocidios para acumular riquezas, la leyenda blanca simplifica la aventura americana de los españoles hasta convertirla en una seráfica empresa de cristianización de los infieles. Sin embargo, 1992 podría ser una oportunidad excelente para reequilibrar la visión de los vencedores, que los españoles proyectan frecuentemente sobre el pasado americano, con lo que un ilustre antropólogo mexicano ha denominado la visión de los vencidos. Porque, para decirlo con palabras de Nicolás Sánchez Albornoz, "España no ha hecho todavía un balance a fondo de cómo su experiencia colonizadora ha marcado su historia y se prolonga en su sociedad actual, un balance de recompensas, pero también de prejuicios". El quinto centenario podría ser una ocasión para hacerlo.
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