El colonialismo español en América
En comentario de un libro ajeno que, según explica, intenta la clarificacíón del pasado español, Carlos Seco Serrano incurre en la exaltación de conquistadores y colonizadores de América, situándose en apoyo de la versión histórica convencional.En Julián Marías contra el irresponsable revisionismo (EL PAIS, 21 dejulio), el señor Seco Serrano reclama para ese escritor y para sí mismo el reconocimiento de dos cualidades, la sensatez y la responsabilidad, que cierta costumbre reserva al hombre maduro, especialmente europeo, y el pensamiento conservador mucho aprecia y se atribuye. No voy a opinar sobre el libro de Marías, que no he leído ni visto, sino a discrepar de algunas afirmaciones del crítico que me han sorprendido por su superficialidad y anacronismo.
Ni la cita que Seco Serrano hace de Ricardo Levene ("las Indias no eran colonias") ni la distancia cronológica con el dominio más reciente de otras potencias sobre otros continentes bastan para cambiar la caracterización de la presencia del Imperio español en América. El descubrimiento fue sucedido de siglos de colonialismo puro y duro, a prueba de los pueriles eufemismos épicos con los que tradicionalmente se ha pretendido glorificarlo. Y, que se sepa, ningún colonialismo ha sido beneficioso para sus sujetos pasivos; tampoco el español, lo siento.
Ciertamente, el padre Las Casas combatió a los encomenderos y obtuvo triunfos. Pero la servidumbre de los indígenas se sustituyó en América por la esclavitud de los africanos, admitida por ese "monumento jurídico inmarcesi
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ble" que para Carlos Seco Serrano son las leyes de Indias. Es que los negros, de acuerdo con la complaciente Iglesia católica, no tenían alma, y podían entonces ser tratados como los animales de carga (que siguen sin tenerla, a la espera de otra revisión teológica).
En cuanto a los indios, criaturas de Dios por enchufe de Las Casas, jamás recobraron la dignidad perdida, salvo en sus sublevaciones. Y las oligarquías criollas, como buenas hijas del Imperio español, han continuado privándolos de casi todo, aunque no de la misa.
No faltará, desde luego, quien vincule mis aseveraciones -que no tienen originalidad ni me pertenecen, y sólo repiten evidencias ya asentadas- con la traída leyenda negra; que los hay empecinados, y aun imperialistas. Pero créame, señor director, que me he esforzado hasta el sudor en redactar esta carta con la sensatez y la responsabilidad de un auténtico europeo (que no lo soy, y por eso comprendo poco el elogio del colonialismo).
Algunos intelectuales europeos, incluso españoles, permanecen todavía hoy ensimismados en la contemplación de su ombligo histórico, que les devuelve imágenes gratificantes del pasado, aunque a veces falsas o desfiguradas. El caso es que el enfoque que ellos utilizan para examinar en el museo la viejas relaciones coloniales se mantiene con frecuencia en la observación de procesos sociales de la actualidad, vivos y liberadores, para enjuiciarlos de un modo paternalista, arbitrario y agresivo-
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