Reagan tuvo que acatar las exigencias de los shiíes para poner fin a la mas grave crisis de su presidencia
Ronald Reagan ha logrado dar fin a la crisis más importante de su presidencia utilizando la diplomacia y la inestimable ayuda de Siria, principal enemigo de los intereses de EE UU en Oriente Próximo, pero ha tenido que pagar un alto precio por la liberación de los 39 rehenes del vuelo 847 de la TWA. El rescate sólo ha sido posible tras acceder a las demandas de los shiíes, que consiguen la promesa formal de la puesta en libertad de sus 735 compañeros detenidos en Israel. La liberación de los rehenes sólo fue alcanzada después de que el Departamento de Estado prometiera que no habrá represalias contra Líbano. El arreglo aceptado por EE UU no incluye, contra lo que venía exigiendo, la libertad de los siete norteamericanos secuestrados desde hace meses en Líbano.
Ronald Reagan se mostró sin embargo muy firme contra los terroristas y prometió que tendrán su castigo, cuando a las seis de la tarde, hora de Washington (medianoche hora peninsular), se dirigió al país por televisión para afirmar que "no descansaremos hasta que se haga justicia" y dijo que "lucha remos contra el terrorismo en cualquier lugar del mundo".Reagan se dirigió al país desde su despacho de la Casa Blanca media hora después de que un avión militar norteamericano des pegara de Damasco, con rumbo a Francfort, con las 39 personas recién liberadas. El presidente, después de dar gracias a "Dios todo poderoso", reiteró que no ha habido concesiones o tratos con los terroristas, agradeció especialmente la ayuda de Siria y aseguró que los asesinos de Robert Stethem, la única víctima del secuestro, y de los cuatro marines muertos en El Salvador, serán hechos responsables de sus actos. Dijo también que los siete norte americano s que continúan secuestrados en Líbano deben ser liberados.
Los secuestradores han logrado un triunfo en una de sus más difíciles exigencias: la garantía de que no va a haber represalias. En el último momento, el Departamento de Estado se vio obligado a declarar que "reitera su apoyo a la protección de Líbano, de su Gobierno, de su estabilidad y de su seguridad y a una reducción del sufrimiento de su pueblo". Aunque un tanto cabalísticas, difícilmente puede desprenderse de estas palabras una inmediata acción militar norteamericana contra los extremistas islámicos del suelo libanés
La misma pregunta que la opinión pública hacía hace tres semanas, ¿es gratuito atacar los intereses norteamericanos o debe pagarse un precio por ello?, sigue teniendo una respuesta muy dudosa hoy Sin embargo, durante los 17 días de secuestro se ha creado un consenso que afirma que después del regreso de los norteamericanos sanos y salvos "hay que hacer algo". Los sectores más conservadores exigen acción.
Pero una de las principales lecciones de esta crisis es la prudencia que ha vuelto a demostrar Ronald Reagan, el presidente que a pesar de su retórica beligerante no ha respondido aún con la fuerza militar ni en Oriente Próximo ni en Centroamérica ni contra la Unión Soviética. Sólo impulsó una acción bélica: en la isla caribeña de Granada, cuando el coste y el riesgo eran mínimos.
La política antiterrorista norteamericana es la víctima más clara del secuestro. El presidente, que atacó despiadadamente a su antecesor, Jimmy Carter, por su debilidad en la crisis de los rehenes de Teherán, no ha podido responder en esta ocasión con la "eficacia e inmediatez" que prometió hace cinco años.
Estados Unidos debe revisar su política contra los terroristas, que, según el secretario de Estado, George Shultz, y el consejero de seguridad nacional, Robert McFarlane, debería consistir en represalias militares proporcionadas contra objetivos claros, aunque murieran algunos inocentes. La paradoja es que Reagan no encuentra apoyo para una política de respuesta militar ni en el propio Pentágono ni en su secretario de Defensa, Caspar Weinberger.
Provocar una escalada
La existencia todavía de siete rehenes norteamericanos en Líbano, en la Bekaa, bajo control de Siria, impide, de cualquier forma, una represalia inmediata contra los autores o instigadores del secuestro del avión.Además existen otras razones. No se ganaría nada con un ataque, que militarmente es fácil utilizando la fuerza aeronaval que patrulla frente a la costa libanesa. Sólo serviría para provocar una escalada de violencia antinorteamericana en Oriente Próximo y quizá, como ha explicado el director del FBI, William Webster, una respuesta en EE UU donde el extremismo islámico tiene ya bases desde donde operar.
La Administración dijo ayer que no ha habido negociación con los terroristas: Ni "hemos hecho concesiones, ni nos hemos sometido a su chantaje". Sin embargo, parece dudoso que una situación tan compleja haya podido resolverse sin ningún tipo de trato entre Estados Unidos, Israel y Siria.
Es imposible negar, aunque lo hicieran ayer de nuevo los Gobiernos de Washington y Tel Aviv, que existe vinculación entre la liberación de los rehenes y la que, se estima muy próxima libertad de los shiíes encarcelados en Israel.
La influencia y el prestigio en Oriente Próximo del presidente sirio, Hafez el Asad, cuya presión final consiguió en la madrugada del domingo que los radicales del Partido de Dios (Hezbollah) liberaran a los cuatro norteamericanos que tenían en su poder, aumentan enormemente.
El movimiento shií ha conseguido una publicidad muy valiosa exponiendo sus agravios y aspiraciones durante 17 días por televisión al público de EE UU. Un portavoz de Hezbollah ha admitido que el principal objetivo del secuestro era airear ante la opinión pública el fundamento de su causa, y esto lo han logrado con creces.
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