El público dejó satisfecho a Springsteen
ENVIADO ESPECIALCon un despliegue propagandístico y promocional superior a la asistencia final, se llevó a cabo el pasado domingo en Montpellier el encuentro de los peregrinos que, desde España y Francia, acudieron al recital del mito del rock americano: Bruce Springsteen.
Las expectativas de colocar entre 40.000 y 50.000 personas en el estadio Richter de Montpellier no se vieron satisfechas. Presenciaron el concierto unos 25.000 espectadores, que si bien es una cifra suficiente para considerar el encuentro como un verdadero éxito multitudinario, no impidió que en ciertas partes del estadio se sintiera la fría sensación del vacío, sobre todo en la primera parte del concierto, cuando el sol todavía hacía observable el recinto en todos sus detalles. Dicha sensación se vio agravada por las enormes torres de mecanotubo que sostenían los prolongadores de sonido y que, finalmente, fue disfrutado por los que prefirieron tomarse el festival (ayudados por el hecho de que Springsteen hiciera un intermedio de tres cuartos de hora) como una noche lúdica a caballo entre el rock en directo y el paseo dominical por los numerosos tenderetes colocados en la tribuna opuesta al escenario.
A ambos lados del escenario, sofisticado en la técnica pero simplísimo en el concepto, habían sido levantadas dos gigantescas pantallas que retransmitían el concierto a través de las imágenes captadas por dos cámaras. La pantalla de la izquierda era de mayores dimensiones y estaba pensada para las zonas más alejadas, pues de cerca su visión era muy deficiente. La de la derecha, más reducida, era la utilizada por los que, pese a formar parte de la masa de más de 10.000 personas apretujadas frente al escenario, debido a la distancia no podían entrever la escena más que de forma esporádica y a intermitencias.
La importancia que el compositor y cantante americano está dando a estas pantallas en su gira se puso claramente de manifiesto cuando en diferentes momentos hizo sketches coreográficos frente a la cámara y exclusivamente para ella. Algo que es de una nobleza encomiable hacia el público pero que no deja de cuestionar ligeramente el concepto del directo.
El hecho de abrir las puertas del recinto a las 12 del mediodía, ocho horas antes del inicio del concierto, ayudó a que el acceso de la multitud fuera cómodo, progresivo y, sobre todo, realizado con un desbordante civismo por parte de todo el mundo: franceses, españoles y servicios del orden y vigilancia, aunque estos últimos cumplieran rigurosamente sus instrucciones. Una a una las personas eran cacheadas y se requisaba cualquier objeto que, arrojado al escenario, pudiera ser peligroso. Así, junto al acceso, en el suelo, podían verse montones de latas de bebidas, tubos de desodorante o de laca para el pelo. Al final, sin embargo, el estado anímico del público no generó ninguna crispación, excepto los lógicos problemas de desmayo entre los que durante horas habían estado soportando la presión de la multitud desde las primeras filas. Bruce Springsteen agradeció el comportamiento de los espectadores y se reiteró en ello cuando dedicó a todos, "de mi pueblo a vuestro pueblo", My hometown.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.