La acorazada de la muerte no pudo destruir la casta de los novillos
Salieron a matar, así, por las buenas. La acorazada blindada que convoyan matarifes de castoreño, salió a liquidar la novillada desde el primer lanzazo, como suena. Hubo dos matarifes que estuvieron a punto de conseguirlo: Maceo con el segundo, Mozo con el sexto.Todo fue porque la novillada lucía la casta que es propia del toro de lidia, y fuerza también. El ejemplar que abrió plaza, al primer encuentro lanzó caballo, blindaje, matarife, garrocha y castoreño contra las tablas, todo por allí desparramado. Naturalmente, cuando los elementos desparramados volvieron a su sitio, el matarife, otra vez cimero del armatoste acorazado con su castoreño de chichonera, arremetió a lanzazos contra el causante del desaguisado.
Plaza de Las Ventas
23 de junio.Novillos de Infante da Cámara, contrapio, fuerza y casta. Juan Palacios, silencio en los dos. Luis Miguel Villalpando, ovación y vuelta protestada. Juan de los Reyes, vuelta con protestas y silencio.
Esta carnicería fue enternecedora canción de cuna en comparación con lo que Maceo, matarife de abrigo, le hizo al segundo. Como el novillo le entró fortachón y altivo, lo abrió en canal. De la mitad geométrica del novillo para atrás, surcos de a palmo, en largura y en profundidad, le abrían los lomos por el espinazo o más abajo, y la sangre borboteaba al ritmo del sístole y diástole, cayendo en anchas franjas por la barriga hasta el meano. A la afición le encrespó tal barbarie y Maceo aún tuvo la osadía de encararse con la del tendido 7, cuando pasó bajo su bronca.
Es natural que se encare Maceo, que los matarifes abran en canal los toros, que la fiesta se hunda por culpa de la dictadura de esta acorazada de la muerte que descuartiza toros todas las tardes en todas las plazas desde la más absoluta impunidad, mientras el presidente, que podría atajar semejante abuso a golpes de multa y de inhabilitación, se dedica al bello deporte de hacer el Don Tancredo.
De cualquier forma la acorazada de la muerte no pudo acabar con la casta de los novillos, que vilmente desollados y todo, enseñorearon su agresiva codicia en todos los tercios. Su lidia tuvo enorme mérito, acrecentado por la natural inexperiencia de los novilleros. Con menor grado cuando afectaba a Juan Palacios, porque se inhibía de la brega, cual si ya fuese figura y coleccionara cortijos. Y en las suertes de muleta tampoco pudo acoplar Palacios sus propósitos toreros a la violenta embestida de sus enemigos. No pudo con ellos.
Con más valor y ambición de triunfo estuvo Luis Miguel Villalpando, que aguantó tremendos derrotes de su primero, empeñado en dominarle por el pitón derecho, luego y con mayor insistencia por el izquierdo. Cada pase era un gañafón, a veces a la axila o a la cara, pero el de Villalpando no se desanimaba y volvía a citar y a aguantar marea. Su segundo eramás manejable, boyante en los derechazos. Sin embargo, se los aplicó rápidos y progresivamente desastrados. Como mató pronto, dio una vuelta al ruedo por su cuenta, fuertemente contestada.
El tercero también sacó manejabilidad, dentro de su fiera casta. Juan de los Reyes lanceó bien por verónicas, ganando terreno, y en la faena de muleta entendió al toro, al que alegró la embestida y dio la distancia, con lo cual pudo cuajar algunos redondos de largo recorrido. Al matar salió trompicado. Causó buena impresión.
El sexto derribó limpiamente en el primer encuentro y, en los siguientes, Mozo le trituró el espinazo. La matanza -convirtió al toro en gofio moreno oliendo y ya es sabido que el gofio no embiste, o no embiste bien. Juan de los Reyes únicamente pudo porfiar, pero era imposible. Acabada la función, turistas e indígenas huyeron precípitadamente, horrorizados por la orgía de sangre ocasionada por la acorazada de la muerte. Si la fiesta debe ser así, justo es reconocer que se trata de un espectáculo siniestro. O se expulsa de las plazas a los matarifes de castoreño, o que prohiban las corridas de toros.
Babelia
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