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FERIA DE SAN ISIDRO

Rapsodia escandinava

Cuando el funcionario presidente sacó el pañuelo que tiene por batuta para que empezara el concierto, sonó la rapsodia escandinava, que narraba las nubes del norte y las brumas del fiordo. Sus intérpretes eran tres toreros españoles, dos de Madrid y uno sevillano, que inspiran su arte en el polo. La rapsodia tuvo dos partes: Suecia y Noruega. Hubo también un intermedio wagneriano dedicado a Finlandia.En la parte de Suecia, los toreros españoles que inspiran su arte en el polo se sentían del sur (de Escandinavia), y toreaban a su aire. En la parte de Noruega no se sentían del sur, ni de nada, quizá apátridas se sentían, y prefirieron que toreara Rita.

El aire con que toreaban en la parte sueca era bastante gélido. No les importó en absoluto que atravesara las brumas el sol de la casta, un sol cálido y luminoso, que pretendía llenar de fiesta y alegría los tiempos del concierto. El sol de la casta no pudo mostrarse con todo su brillo cegador, pues los toreros españoles que inspiran su arte en el polo estaban empeñados en eclipsarlo.

Plaza de Las Ventas

29 de mayo. Decimosexta corrida de feria.Toros de Matías Bernardos, primero noble, quinto quedado; segundo y tercero de Aldeanueva, de casta excepcional; cuarto, sobrero de Felipe Bartolomé, con casta y bronco; sexto, sobrero de Mayalde, inválido. José Antonio Campuzano: estocada ladeada (división); media estocada caída y dos descabellos (bronca). Yiyo: estocada atravesada que asoma y descabello (oreja protestadísima); pinchazo y bajonazo descarado (protestas). Jaime Malaver, que confirmó la alternativa: estocada corta bajisima (silencio); media contraria y cuatro descabellos (silencio).

Primero fue Jaime Malaver, en el toro de su confirmación de alternativa, boyante y encastado, al que pasó rápidamente por derechazos y después suplió con dudas y alivios lo que debió haber sido toreo de altos vuelos. Fue un fracaso de Malaver, que le llega en el peor momento de su corta carrera.

El sol de la casta derramaba sus rayos desde las entrañas del segundo de la tarde, que fue un gran toro, bravo y poderoso. Derribó dos veces a los caballos, se arrancó con alegría a los banderilleros y a la muleta acudía largo y codicioso, al primer cite. José Antonio Campuzano, que se inspira en la noche Noruega, lo toreó alternando series de derechazos y naturales, sin temple, citando con el pico de la muleta. Ni torería ni repertorio le avivaban la imaginación y mira que era fácil con aquel sol.

Un castaño de preciosa lámina salió en tercer lugar y si no fuera porque enflaqueció en el primer tercio, habría sido de vuelta al ruedo. Aquí el sol de la casta se hizo ecuatorial. El toro acudía a la muleta en cuanto se la enseñaba Yiyo. Humillado acudía, suave, con un ritmo y un temple que invitaba a desgranar, a su conjuro, la tauromaquia entera.

La tauromaquia de Yiyo, sin embargo, sólo es de derechazos que, por añadidura, no interpretaba con el arte que reclamaba ese toro soñado. Se esforzó en depurar el toreo en redondo, pero siempre estaba por debajo de la dulcísima embestida. Cuando citó de frente, los muletazos adquirieron mayor garra. No mucha. La casta brava y noble del torito castaño pedía más. En los naturales no se acopló y mató de un espadazo atravesado. Si el presidente director de orquesta le regaló la oreja, sería porque es así de obsequioso con sus concertinos. ¡Música maestro!.

Siguió la rapsodia con solos de oboe y sus lastimeros sonidos nos hacían llorar. Los nubarrones espesos sobre el glaciar y las brumas del fiordo evocaban brujas y el ruedo quedó invadido por el miedo. Un primer sobrero sembró el pánico, y constituyó el intermedio finlandés. El toro siguiente decían que pesaba 640 kilos y los tendría, aunque no pareció tanto. Los pesos son inapelables porque a ningún espectador se le ocurre bajar a coger el toro en brazos. Para la muleta, el toro pesado lo fue en todos los sentidos, se quedaba en la suerte, y Yiyo, cuya vista Dios guarde pues lo había brindado al público, decidió aliñar.

El sexto, devuelto por inválido, volvió al corral a pitonazo limpio de un cabestro, que es el capitán de la manada. El sobrero también estaba inválido y se quedaba corto, por lo que Malaver se lo quitó de en medio. Unos compases de pizzicato para acompañar a la mansa lluvia que caía, pusieron fin a la rapsodia escandinava.- Al público no le gustó lo que se dice nada, y algunos espectadores patearon la obra.

Gustó más el intermedio finlandés. Fue a mitad del concierto. Apareció un ejemplar que pesaba casi 100 kilos menos que el de 640 pero parecía doble toro, y enseñoreó su casta por doquier. Esa casta no era sol, sino tronada de tormenta y arrollaba cuanto se pusiera en su camino. El picador le machacó las carnes por detrás, hasta hacerle papilla el lomo, y el toro que se enteraba de todo, le miraba el palo. Después les miró a los banderilleros la pechera y a José Antonio Campuzano la femoral., El torero que inspira su arte en el polo perdió una vez la muleta y los papeles y entró a matar. Caído el toro, atrapaba capotes y muletas, le miraba al puntillero la puntilla tiraba derrotes y se levantó de nuevo. Campuzano lo abatió de un golpe de descabello. Música wagneriana había sobrecogido el ambiente durante aquella borrascosa lidia, y pareció más amena que la rapsodia escandinava. Otro con cierto así, y no vuelve ni el avisador

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