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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sabra y Chatila

LOS NOMBRES de los dos grandes campos de refugiados, próximos a Beirut, se han convertido desde septiembre de 1982 en símbolo de las desgracias y sufrimientos de los palestinos, víctimas en aquella ocasión de asaltos y matanzas cometidos por las milicias cristianas amparadas por las tropas israelíes que acababan de conquistar el sur de Líbano, llegando hasta las puertas de la capital misma. Ahora los nombres de esos campos vuelven a los titulares de la Prensa mundial; son el teatro de combates sangrientos, con una cifra de cientos de muertos y más de 1.000 heridos. Hay algo particularmente terrible en el caso actual: los ataques son llevados a cabo por la milicia shií Amal, una fuerza que siempre se ha proclamado más radical que ninguna otra en la lucha contra Israel y que repite constantemente su solidaridad con la causa de Palestina. Para mayor sarcasmo, el jefe de la milicia, Nabih Berri, es ministro del Gobierno libanés de unidad nacional, que, en principio, sigue existiendo a pesar de la guerra civil que se desarrolla en diversas regiones del país y en la misma capital.Ante este ataque de Amal contra los campamentos palestinos, Yasir Arafat ha declarado que se trata de una operación teledirigida por Siria, fruto de un acuerdo secreto con Estados Unidos para destruir la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), concluido durante el último viaje a Damasco de Robert Murphy, consejero del secretario de Estado. Berri, por su parte, acusa a Arafat de haber provocado los enfrentamientos al querer restablecer una fuerza militar palestina a sus órdenes en territorio libanés, apoyándose en los campos de refugiados. La realidad es que, a pesar de diversas evacuaciones hacia otros países, permanecen hoy en Líbano unos 350.000 refugiados palestinos. Los esfuerzos de Siria por realizar una escisión de la OLP capaz de eliminar a Arafat no han dado los resultados previstos. El jefe militar que ha encabezado esa escisión, Abu Musa, cuenta solamente con fuerzas muy minoritarias.

El hecho quizá más significativo es que, ante los ataques de Amal, los seguidores de Abu Musa y otros sectores contrarios a la dirección de Arafat se han unido a los palestinos fieles a éste para defender juntos los campos de refugiados. Se ha restablecido así un frente unido de todos los palestinos ante el asalto de las milicias shiíes. Las milicias drusas del Partido Socialista Progresista, de Walid Jumblat, aliadas de Amal en luchas anteriores, esta vez se han mantenido al margen. Lo mismo han hecho otras milicias musulmanas, como las del partido suní Morabitun. Estos hechos ponen de relieve la extraordinaria complejidad de la situación en la que se encuentra Siria ante estos acontecimientos. Por un lado, no cabe duda de que Damasco ejerce una influencia determinante sobre lo que ocurre en Líbano; lo que no significa que esté en condiciones de controlar por completo un proceso cada vez más caótico. En el caso de los ataques del Amal, algunas de las principales fuerzas aliadas de Siria, y que aceptan su hegemonía, como las de Nabih Berri, Jumblat y Abu Musa, se han colocado en actitudes divergentes, o incluso enfrentadas. En la estrategia siria, una preocupación esencial es impedir que tenga éxito la gestión de los países árabes moderados protagonizada por Jordania, Egipto y Arafat con vistas a posibilitar una negociación con Israel; debilitar al máximo a Arafat es por ello un objetivo de la política siria. Hay una coincidencia, por carambola, con la actitud de EE UU e Israel, que desean eliminar a la OLP de la eventual mesa de negociación y reducir al mínimo la presencia palestina.

Lo ocurrido en los campos próximos a Beirut pone de relieve la extraordinaria vitalidad de que dan muestra los refugiados palestinos; es un hecho impresionante. Después de décadas de haber sido expulsados de su tierra, atacados de un lado y de otro, conservan una voluntad firme de constituir una nación, de volver a ser un pueblo. Esta voluntad parece hoy más fuerte que las diferencias políticas. Y Arafat es el dirigente que encarna esa voluntad para la inmensa mayoría de los palestinos, en los territorios ocupados por Israel y en los países en los que han encontrado refugio.

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