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FERIA DE SAN ISIDRO

Los bravucones

JOAQUÍN VIDAL , Los Pablo Romero son los gallitos de la ganadería de bravo. Los Pablo Romero, una facha impresionante, carotas foscas, mirada de pocos amigos. Los Pablo Romero, cuajo y trapío para admirar a la afición, espantar a la torería y enternecer el corazoncito de las vacas guapas. De tal guisa son los Pablo Romero, por fuera. Por dentro, en cambio, les corre sangre mansa. Los apabullantes gallitos, a la hora de la verdad, se quedan en bravucones. Así que menos lobos, pablorromeros.

Por la dehesa presumen de estampa y miran altivos al cercado vecino, donde las vacas se les insinúan con parpadeos coquetos y hacen que tropiezan en una piedra para que les bamboleen las ubres. Las vacas se las saben todas y los Pablo Romero, que se lo tienen muy creído, se van al comedero a ponerse morados de forraje. "Ese toro es para mí" chilla histérica la vaca Juliana, señalando con el asta cornipasa al negro Trogalero. "Y para mí ese tiarrón", suspira la vaca Piernalinda cuando ve pasar al cárdeno Lancherito. "Pues yo me quedo con ése de los pitones vueltos", exige la vaca Testaruda, refiriéndose a Reactor, otro cárdeno de iluminada estampa. "No; para mí, que yo lo vi primero", pelea la vaca Rosarita. Están salidas y los Pablo Romero lo saben.

Plaza de Las Ventas

26 de mayo. Decimotercera corrida de feria.Toros de Pablo Romero, con trapío, flojos, mansos. Ruiz Miguel: Dos pinchazos y estocada corta baja (silencio); pinchazo hondo tendido y dos descabellos (silencio). Luis Reina: pinchazo, media tendida atravesada y dos descabellos; aviso (silencio); tres pinchazos y estocada corta caída (silencio). Emilio Oliva, que confirmó la alternativa: Estocada tendida y seis descabellos (silencio). Siete pinchazos (silencio).

Lo que ocurre es que a los toros no les dejan amar a las vacas como Dios manda y, cuando los embarcan para la plaza, van más vírgenes que la Chelito -se supone-, sin haber podido demostrar su poderío de machos. Y los Pablo Romero, que se tienen muy creídos los piropos de las casquivanas vecinas, aún se los creen más cuando saltan a la arena y la afición los saluda con una salva de aplausos. Pero luego viene la cruda realidad de la lidia y les sale lo que llevan dentro, que es casta cutre, viene de no se sabe dónde. Cómo la legendaria ganaderia de Pablo Romeo haya podido llegar al grado de mansedumbre que demostró ayer en Las Ventas es un misterio. El ganadero sabrá qué sementales les ha metido a las vacas y qué vacas ha seleccionado en la tienta para que les nazca familia tan cabestra.

Además, eran inválidos yespantadizos; les ponían delante un capote y se daban un susto. Con los caballos, como es lógico, aún les fue peor y huían a los acogedores aromas de boñiga que emanan del chiquero. Según era de esperar, les pegaron puyazos traseros. Los peores fueron para el segundo, pues se los pegaba Martín Toro, que es un matarife de mucho cuidado. Martín Toro le abrió al Pablo Romero tres boquetes horribles en los lomos y la sangre chorreaba por la barriga hasta el meano y con mayor caudal aún por el canalillo del espinazo hasta la penca del rabo. Ruiz Miguel no le pudo hacer faena a este toro moribundo y procuró aliñarlo sin mancharse. Tampoco se la pudo hacer al cuarto, un cárdeno hondo que llegó sin embestida al último tercio, y lo aliñó también. Ruiz Miguel no hizo faenas, si bien asumió la responsabilidad de dirigir la lidia, la de sus toros y la de sus jóvenes colegas, que complicaba la mansedumbre del ganado.

Un puyazo en el morrillo

Al primero le picó muy bien Francisco Muñoz, que tiraba la vara al morrillo, y éste es un acontecimiento que debería perpetuar un azulejo en el patio de cuadrillas. Los buenos puyazos no mejoraron al toro, que tiraba derrotes de mala ley. Emilio Oliva intentó darle derechazos y naturales. Algún experto deberá enseñarle distinto toreo, pues es evidente que toros de esa calaña no admiten derechazos y naturales. Oliva puso valor pero no le sirvió de nada.

El sexto pesaba cerca de 600 k¡los, tenía un corpachón tremendo y enseñoreó su estampa en el centro del redondel. Sólo unos segundos la enseñoreé, pues, en cuanto vio que se movía gente, a poco le da el infarto. Hasta un capote que se le enganchó en el asta le asustó y galopaba de estampía en todas direcciones. A ese manso violento pretendía, igualmente, darle dere chazos y naturales Emilio Oliva No le dio ni uno.

Luis Reina se contagió del afán derechacista y se jugó el pellejo hecho un jabato, pretendiendo aplicarlo a otros dos Pablo Romero broncos que se quedaban en el centro de la suerte. Uno de ellos, el quinto, era el llamado Reactor, capricho de las vacas del cercado, y de la afición también, que le dedicó una ovación de gala cuando lo vio aparecer, cárdeno franciscano, hermosísimo con su cornamenta acaramelada y vuelta, cuajado, musculoso y largo.

Duró poco la alegría. El capricho de las vacas y de la afición se salía suelto de las varas, perdía pata en un par de ocasiones y no quería embestir, sino derrotar al bulto. La gente ya estaba para entonces hasta el gorro de los Pablo Romero. A los bravucones tendrían que haberlos dejado ligar con las vacás vecinas en vez de llevarlos a Las Ventas a que dieran la lata.

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