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Tribuna:El Premio Príncipe de Asturias, para el autor del 'Diccionario de Filosofía'
Tribuna
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El saber y su lugar

Decía Ferrater Mora en uno de sus libros que el intelectual, como hombre de pensamiento, no ha de afilar tanto su pensar que rompa al fin sus lazos con la realidad. Yo no creo que Ferrater Mora los haya roto. Esa es, sin duda, su grandeza, y esa será, no menos, su debilidad. Pero, ¿qué intelectual es Ferrater Mora?En otro de sus libros el título suena así: Una mica de tot. Decir un poco de todo es fácil. Muy difícil, sin embargo, decir Tot duna mica, o sea, todo o casi todo de cualquier cosa. En esa lucha contra el dragón de lo imposible nos ha dado Ferrater un diccionario en el que, en desafío solitario, encontramos casi todo de cualquier palabra filosófica. Supongo que a Ferrater no le gustará que la gente lo identifique con el diccionario. Que el diccionario usurpe el nombre es, sí, terrible, sólo que tal cosa ocurre porque es algo magnífico, porque es digno de nombre.

Ferrater ha intentado codificar su doctrina. El ser o la muerte y su continuación, El ser y el sentido (este último, reeditado recientemente con el título de Fundamentos de filosofía), son un ejemplo de su manera de hacer filosofía.

Una manera paciente, llena de precisiones, sin afirmaciones osadas, en la que el contexto se agranda de tal forma que el mismo tema se desvanece. Ferrater Mora sufrió con su característica pasión contenida lo que se ha dado en llamar la filosofía analítica. Por eso, y siempre en distancia y libertad, se ha esforzado en hablar con el lenguaje (Las palabras y los hombres, Indagaciones sobre el lenguaje), así como desde el lenguaje (Cambio de marcha en filosofía y el recentísimo Modos de hacerfilosofia). Su filosofía, aquí, se nutre de donde vive: del mundo anglosajón. Y padece igualmente las lagunas de ese mismo mundo.

Donde brilla, no obstante, su actitud más crítica, además de expositiva, es en obras como La filosofía actual o Cuatro visiones de la historia universal. En ellas (como también en De la materia a la razón o en la Ética aplicada, escrita en colaboración con Priscilla Cohn), Ferrater Mora se estira, hace aterrizar sus ideas, junta lo que sabe con lo que ve. Estoy seguro, de cualquier forma, de que de lo que está más orgulloso -por sentirlo más propio- es de su cine (Cine sin filosofía), de su idea de Cataluña o de los poetas de su tierra (De Joan Oliver a Pere Quart). Y sobre todo, de sus ensayos narrativos (Siete pecados capitales, Claudia, mi Claudia o la recentísima compilación Voltaire, en Nueva York).

A Ferrater se le estima, con razón, por la universalidad de sus conocimientos, la clara austeridad de su exposición y ese estilo simple (Nietzsche estimaba genial la simplicidad de los griegos), que a veces irrita y otras se torna acariciador en un toque de escéptica y culta trivialidad.

A los jóvenes se les suele recordar el futuro. A los triunfadores no está mal recordarles (dicho con el máximo respeto, con reconocimiento, pero sin devoción) que el pasado pudo también contener aquella virtualidad de las "pretéritas esperanzas" de las que hablara Horkheimer. Significa esto pedirle a Ferrater que lo que distinguió en teoría (que no es lo mismo integracionismo que integración) se mantenga, más aún, en la práctica.

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